Gusano y mariposa

Aquella aula siempre le había gustado, desde la primera vez. Rigurosamente austera, de muebles amplios y oscuros sin ornamentación innecesaria. Quizás demasiado grande para su gusto, y con el techo demasiado alto, sin embargo aquella simetría milimétrica la relajaba tanto que le hacía perder la noción del espacio. También estaba iluminada, cosa que a la chica de negro no le gustaba en absoluto, pero la luz entraba blanca, limpia y sobre todo los rayos no incidían directamente en ninguna zona del aula, solo iluminaba.

Estaba allí esperando al profesor de Transformaciones, aquel hombre de fama temible con toda la razón del mundo, pero de hecho a ella le gustaba bastante. Le hacía sentirse bien. Respetaba los espacios. Respetaba los silencios. Se le acercaba, la miraba y le hablaba sin adornar las palabras, al igual que todo aquel entorno donde se impartía su asignatura (también una de las favoritas de la chica).

Detrás de ella se oyó un sonido de pasos. Esa presión contra el suelo, ese ritmo, velocidad y sonido particular. Se paró y volvió a sonar un poco más deprisa, acercándose a ella. Por aquel insignificante sonido supo que su profesor no se esperaba verla allí, de hecho estaba pasando de largo hasta que reparó en su discreta y silenciosa presencia, así que cambió el rumbo, las decisiones y las prioridades en aquel momento.

Von Gottlieb estaba frente suya.

Su mirada posó sobre la muchacha de aspecto enfermizo durante algunos silenciosos segundos. Estaba sorprendido, eso era un hecho, pero no iba a armar un revuelo por haberse encontrado con Veda Cecky en su aula. Normalmente estaba en la enfermería así que encontrársela en aquel lugar le descolocó levemente, pero recuperó rápidamente la compostura. Se aclaró la garganta antes de hablar. Su fusta permanecía mirando hacia el suelo.

-Buenas tardes, Veda. No esperaba verte por aquí.- Dijo con tranquilidad a la par que retomaba sus pasos hacia su escritorio. La joven estaba sentada en una de las sillas dela fila de en medio, cerca de hacia donde von Gottlieb se dirigía. No apartó los ojos de él en ningún momento ni él de ella, no por considerarla una amenaza, sino porque, por algún motivo que hasta el mismo desconocía, no le gustaba ignorarla.- ¿Necesitas alguna cosa de mí?- Preguntó sin rodeos mientras abría uno de los cajones con su varita y extraía un par de pergaminos. Lo cerró y los dejó sobre la mesa antes de volver a dirigirse a su acompañante.- ¿Acaso tienes problemas con algún hechizo?

Veda miró a su profesor sin cambiar la cara. No con ello mostraba indiferencia en absoluto, ya que ella expresaba tímidamente y en silencio sus emociones en leves gestos de su lúgubre anatomía, señales que von Gottlieb tenía la habilidad de percibir.

-Sí.

Él se acercó a ella.

-¿Cuál es el hechizo que te preocupa? -La voz de Fiedrich era imponente, pero menos amenazante y más tranquila que cuando se encontraba en su ámbito normal.

Ella dirigió sus oscuros ojos hacia él.

-Metamorfosis visceral.

-¿Metamor...? -El profesor se quedó desconcertado unos segundos. La chica destapó sus manos y mostró una crisálida.

-Antes fue gusano. Luego será mariposa. ¿Qué magia visceral poseen estos insectos?

Magia visceral...

Nunca lo había pensado de aquella manera, y a pesar de lo desagradables que resultaban aquellas palabras al oído, Friedrich no pudo negar la inmensa razón que llevaba Veda al nombrar aquella metamorfosis de semejante forma, con una crudeza que únicamente la inocencia de un niño podía superar. El profesor carraspeó levemente antes de hablar.

-Este tipo de transformaciones no se consideran dentro del ámbito de la denominada magia, Veda.- Respondió mientras clavaba sus ojos azules en la crisálida.- Es un tipo de mutación que no necesita ese tipo de intervenciones, no sé si me entiendes.

-No.

-...Bien, pongámoslo de otra manera.- El profesor señaló a uno de los pergaminos que tenía en la mesa, trazó un pequeño círculo en el aire y, mientras lo hacía, el papel se rizó y plegó hasta transformarse en una hoja de olmo amarillenta.- Ya sabes que la "transformación" consiste en separar las moléculas de un objeto para modelarlo según tu deseo y crear algo diferente a lo que era en principio, pero para ello necesitamos de tres elementos: una varita, el hechizo y el dominio necesario para realizarlo.- El alemán volvió a dirigir su atención a Veda y señaló con el dedo la crisálida que la chica aún portaba entre sus manos.- Ese gusano no ha necesitado de varita ni de ningún tipo de magia, esa cualidad la tiene en sus genes, es algo con lo que ha nacido y su instinto le dicta que debe transformarse al margen de que lo desee o no.

-Es decir, que es natural e involuntario.

-Así es.

Veda pareció encogerse un poco con la crisálida aun entre sus blancas manos.

-Es una transformación involuntaria. En decir, tendrá alas aunque no quiera. Tendrá que volar para vivir aunque no quiera dejar el suelo.

Von Gottlieb pareció entender por dónde iban las señales de la chica y se le acercó un poco más.

Lentamente, von Gottlieb bajó de la tarima donde estaba su escritorio y se acercó un par de pupitres al que ocupaba Veda. Detuvo sus pasos y se apoyó levemente en la mesa, sin dejar de mirar a su acompañante.

-Me temo que sí. Hay seres vivos que, llegados a un punto determinado de sus vidas, necesitan evolucionar o transformarse para seguir viviendo porque con sus cuerpos antiguos no podrían durar mucho más.- La chica guardó silencio, sin apartar la vista de la pequeña crisálida que tenía entre sus huesudas manos. Friedrich dejó escapar un pequeño suspiro, tan ínfimo que no se apreciaba al oído.- En teoría, todos los seres vivos nos transformamos de una forma u otra. Si bien es cierto que las mariposas tienen un proceso de los más extravagantes, las personas también sufrimos transformaciones. Se nace siendo un bebé y luego este se desarrolla, eso también es una transformación. Todavía hay muchas cosas que la magia no puede conseguir.

Von Gottlieb miró fijamente a Veda.

-¿Acaso quieres detener el proceso de ese gusano, Veda?

Veda miraba la crisálida con ojos vacíos, pero llenos de penumbra.

-Quizás.

Las tinieblas también se mueven dibujando formas.

-Cambiar no siempre es para mejor.

Formas que se mueven en círculos. La asimetría atemporal del ensimismamiento.

-Cambiar es matar tu antiguo ser.

Von Gottlieb se le quedó mirando en silencio y sin mover siquiera un dedo. No por la delicadeza con la que había que tratar a su acompañante o porque hubiera sufrido un shock por sus palabras... Simplemente, su mente se quedó atascada en un pensamiento que lo más probable es que hubiera estado allí siempre, pero que nunca se hubiera manifestado en el lado de la consciencia.

-"Hay egos del pasado que mejor estan muertos."

El alemán fijó caprichosamente su atención en la cabellera oscura y seca de su acompañante. No sabía bien qué decir a continuación, pero tenía la corazonada de que en aquel momento Veda estaba buscando algún tipo de consuelo a una realidad demasiado cruel para alguien que ya había visto demasiado.

-La muerte también forma parte de la vida, Veda. Todos debemos morir.

Veda dejó la crisálida justo enfrente suya, reposando en calma encima de la mesa.

-Estamos condenados desde antes de nacer.

Dicho esto, la crisálida comenzó a arder espontáneamente fruto de un hechizo no verbal formulado por los deseos de la lúgubre chica. Aquel armazón vivo e hibernante se oscureció y comenzó a consumirse rápidamente.

-Si es inevitable, si no tenemos un futuro, ¿por qué objetivo vivimos? ¿Por qué nacemos para consumirnos hasta morir? ¿Por qué tenemos un instinto que nos impide morir, es decir, cumplir con nuestro paradójico no-futuro?

Las llamas se apagaron y las cenizas se desvanecieron en el aire, justo frente a los ojos del profesor. Veda ni siquiera levantó la vista. No tenía nada que mirar.

Pero von Gottlieb si que miraba algo en aquel momento, y ese algo no era otra cosa que a su acompañante. Su espalda encorvada hacia delante la hacía parecer más vulnerable de lo habitual, hasta el punto de que al profesor de Transformaciones se le antojó de que Veda parecía un árbol seco y encorvado cuyo tronco era demasiado estrecho para soportas el peso de las ramas. ¿Una visión ridícula o quizás era un mensaje de su subconsciente?

Eso daba igual.

El alemán rodeó la mesa en la que estaba la muchacha y se paró justo en la que estaba delante. Dejó la fusta sobre la mesa y cruzó los brazos con aparente frialdad.

-Porque todos formamos parte de un ciclo, Veda. Es como un reloj compuesto de miles de engranajes y dónde cada uno intenta moverse con la escasa libertad que tienen. Cada pieza es diferente y se mueve de una forma y a una determinada velocidad... En lo único en lo que todos somos iguales es en nuestro final.- Apretó levemente los puños en un gesto involuntario.- Todos venimos al mundo con algún propósito, y en el caso de los animales es aún más sencillo ya que ellos no tienen estas trabas con las que nos encontramos los seres humanos. En otras palabras, estos mismo pensamientos parásitos que tienes ahora y te confunden.- El alemán guardó silencio unos segundos antes de continuar, y su voz sonó algo más suave de lo habitual.- Todos nos hacemos esas preguntas, Veda, tarde o temprano.

-Usted sabe a lo que me refiero. -Dijo Veda con su voz oscura mirando directamente a los ojos a su profesor. -¿Se ha rendido a la naturaleza? ¿No puede intentar evitar lo inevitable? ¿Nadie puede evitar lo inevitable? Porque si es así...

La chica se tocó las vendas.

- ...he nacido sin futuro...

Abrió los ojos.

-... Turull se equivoca...

Tragó saliva.

-... mi existencia es un despropósito...

Alargó una mano a von Gottlieb.

-... y no tengo el derecho de estar aquí.

Con lentitud, el profesor de Transformaciones descruzó los brazos y tendió su mano derecha enguantada hacia Veda. Esta dejó caer el dedo índice y corazón sobre la mano de su acompañante. Von Gottlieb no flexionó la extremidad. La mantuvo firme pero sin ejercer fuerza ninguna en los frágiles dedos de su alumna.

-Tu existes por algo, Veda, igual que todos los demás. Hasta la criatura más inútil tiene un papel en la vida.- Le resultaba tan extraño estar diciéndole aquello a la chica cuando, a veces, él mismo se había planteado esa cuestión.- Lo que pasa es que la inmensa mayoría vive buscando su papel, y algunos lo encuentran antes o después. Además, con la muerte... se supone que todos volvemos del lugar del que vinimos.

El alemán se quedó mirando a Veda en silencio.

-Dime, Veda, ¿te gustan mis clases?

Veda se relajó con esa pregunta. Era evidente y simple. Una pregunta con una respuesta que se sabía antes de formularla. ¿Por qué preguntarla?

Simplemente por el placer de oír la respuesta.

La chica dejó salir una débil sonrisa a su profesor.

Ella sabía que él sabía su respuesta. Él sabía que ella sabía que él quería oírlo de la boca de ella.

-Sí. Me gustan mucho. Y debe preguntarse...

-...Debo preguntarme...

-... ¿cómo una persona con mis creencias puede gustarle tanto transformar cosas? ¿Cómo una persona con sus creencias puede ser un genio transformando cosas?

Von Gottlieb mantuvo la mirada de la chica unos segundos sin moverse, sosteniendo aún la frágil extremidad entre sus dedos.

-Supongo que debe ser un tipo de fascinación hacia lo que más nos aterra. Una obsesión por lo morboso, una fijación por nuestras fobias... Todos solemos caer en eso. Cuanto más miedo nos da algo, más lo miramos. De lejos e intentando situarnos en un lugar seguro. Aunque también podría ser...- El alemán esbozó una leve sonrisa que bien podía resumirse a un simple tic en la comisura de los labios, pero algo así ya era mucho en alguien como él.- ...que desees conocer a tu enemigo al máximo para atacar directamente en su punto fuerte. Dicho de otra manera, buscar una forma de "trasmutar" algo que tenga como finalidad evitar la misma transformación. ¿Es algo así o quizás estoy empezando a deliberar demasiado?

-La paradoja humana. Ensuciarse para evitar ensuciarse. Amar a tus enemigos.

Silencio breve.

-Me gusta la vida en blanco y negro. Es sencilla y manejable. Los grises son limpios y fáciles de ver. Pero...

-¿Pero...?

-Últimamente siento atracción desagradable por el color rosa.

Von Gottlieb se sintió desconcertado por aquellas palabras. No llegaba a entender qué le estaba diciendo.

-¿Por el color rosa? ¿Qué tiene de especial el color rosa?

-Hay un conejito rosa.

-¿Un conejito... rosa?

-Un conejito rosa de ojos celestes más claros que el cielo.

Y como si de una aparición se tratara, aquel conejo rosa apareció dentro de su cabeza y lo miró con aquellos iris azules y cristalinos, esa mirada burlesca, ese pelo rosa nauseabundo a la altura de los hombros, esa sonrisa en su boca conejil, y esa voz gangosa que le decía con descaro "führer"...

Tic nervioso en el dedo índice y en el ojo derecho. Veda lo miró con curiosidad.

-Los conejos como esos no son de fiar así que mejor que no te acerques demasiado a alguien así, Veda. Es normal que llame la atención con ese aspecto que lleva... Será mejor que intentes ignorarlo.

La lúgubre voz de la chica sonó ligeramente distinta mientras hablaba haciendo memoria del "conejito rosa", como ella lo llamaba.

-El aspecto en realidad no es algo que me llame la atención. Cada uno debería ser acorde por fuera a como es por dentro...

Un ligero tic del profesor en la fusta.

-Me mira de una forma rara. Nunca antes me ha mirado nadie así. Me sonríe y se le tiñen las mejillas. Y a veces siento cosas contradictorias.

-¿Qué clase de cosas, Veda?

-A veces quiero acercarme.

Nunca antes Veda había dado el paso de acercarse.

-A veces quiero destruirle.

Un escalofrío recorrió su columna vertebral como si de un latigazo se tratara, y lo peor de todo es que no sabía cual de los dos conceptos de había sorprendido más...

A veces quiero acercarme.

¿Ella, queriendo mantener un contacto con alguien?

A veces quiero destruirle.

¿Veda, con instintos homicidas?

Algo no andaba bien allí, nada bien... y todo ello lo llevaba a una misma conclusión: Stephan Keehl, o conejito rosa, según lo apodaba ella, era alguien peligroso. Su presencia cerca de la muchacha era peligrosa. Debía comentarlo con el resto del profesorado en la siguiente reunión... tras consultarlo primero con Turull.

-¿No te sientes mejor manteniéndote al margen de todo? Es lógico que te sientas algo perturbada si un alumno te trata de una manera en la que nadie te ha tratado antes.- Von Gottlieb no pudo evitar replanteándose si esos "sonrojos" por parte del alumno alemán venían a cuento de otro tipo de sentimientos... por alguien tan extravagante como Veda.- "¿Qué clase de gustos tiene ese desviado?"Creo que lo mejor sería que lo comentásemos con Turull. Su opinión y sus decisiones siempre han sido muy acertadas, ¿no crees?

Veda bajó la vista de nuevo y la desvió a ambos lados en un tic nervioso. El profesor aguzó sus sentidos, pero para su alivio pudo comprobar que aquel nuevo ritual de tics no eran peligrosos en absoluto.

-Lo creo. Pero él me dijo algo muy raro esta mañana.

-¿Algo muy raro? ¿Puedes explicármelo?

Negó con la cabeza. Parecía algo confusa, pero en ningún momento se la veía asustada o intimidada.

-La fusta. -Veda señaló la mano del alemán. -Tiembla como un conejito también.

Los dedos de su mano izquierda se cerraron inconscientemente con más fuerza de la necesaria ante lo que acababa de escuchar. Involuntariamente, la voz del profesor sonó más seca de lo normal.

-¿Eso te ha dicho Turull?- La muchacha asintió levemente con la cabeza. Von Gottlieb sintió un leve pellizo en la boca del estómago.

Veda lo miró. El desvió la mirada levemente a su derecha durante una escasa fracción de segundo.

-Mi fusta nunca se parecerá a algo tan patético como un tembloroso conejo.

-Yo diría que su fusta es igual a la visibilidad de un conejo: Ángulo de visión de 360 grados, y el único punto ciego es a 5 centímetros del entrecejo.

Von Gottlieb asoció las palabras de la chica al conocido dicho de "cuanto más cerca tienes algo menos lo ves", y no pudo evitar que un ligero tic se apoderase de su estática mueca.

-Yo también soy así. Por eso no me gustan los conejos. Sin embargo me gustan cuando... -Una risilla suave salió de la boca de Veda, lo que provocó un escalofrío en el profesor. ¿Veda riéndose? ¿Desde cuándo...? -...están en mi *królik duszony w śmietanie...

Una ligera risilla siniestra, entre dientes y ronca. Veda estaba riéndose.











(*puse el título original polaco porque es un plato tradicional de Polonia, una especie de estofado cremoso con conejo)

No supo bien por qué, pero el alemán sintió un frío muy intenso a la altura de la nuca mientras contempla, inmóvil, a aquella muchacha reírse de su propio chiste. ¿Qué debía hacer en semejante situación? ¿Qué debía decir...?

-Ya... A mi también me gustan así, son más silenciosos.- Continuar con la conversación. Tragó saliva y prosiguió con toda la tranquilidad que podía ya que ver a Veda tan expresiva lograba hacerle saltar la voz de alarma.- Sin embargo, te aconsejo no cocinar a ese conejo... Seguro que no sabe bien si tiene ese color.

-Es una pena. De todas formas no me gusta pensar en esas cosas. Me desagrada. Pienso en...

La mirada de Veda se perdió en sus propios pensamientos.

-Conejitos abiertos en canal. Conejitos sin orejas. Conejitos sin boca. Conejitos sin ojos. Conejitos sin brazos ni piernas. Conejitos quemados. Conejitos sin cabeza. Cabezas de conejito sin cuerpo.

Torció los labios. Una mueca de desagrado.

-Siento asco, pero es inevitable que sueñe con eso. Me siento como el gusano que mira con miedo sus costados abrirse para que salgan las alas. ¿Qué puedo hacer?

-Lo siento mucho, veda, pero me temo que no soy capaz ni el indicado para darte una respuesta.- Respondió aquel hombre con voz grave sin poder controlar un leve tic en el dedo anular de su mano derecha.- Como te dije antes, es algo que nos ocurre a todos y al final solo queda hacer una cosa: aprender a convivir con esa sensación sin que nos domine.

Von Gottlieb se levantó con lentitud y se situó justo al lado de la chica, apoyándose en el lado contiguo de la mesa en la que ella estaba situada, pero sin tocarla en lo más mínimo. Tardó unos segundos antes de poder decir lo siguiente...

-Yo a veces siento algo parecido así que no te tortures más con eso. Los humanos tenemos la capacidad de adaptarnos a los grandes cambios y, por ello, podemos intentar redirigir el rumbo de nuestra transformación visceral cosa que, evidentemente, la crisálida que habías traído no puede hacer.

Veda pareció quedarse tranquila con la explicación de su profesor y se relajó en su habitual pose simétrica. Realmente se encontraba tranquila con su profesor de Transformaciones.

"Le cuesta poco moverse delante de mí. Le cuesta poco entenderme. Sin embargo es una crisálida que lo transforma todo menos a sí mismo. El conejo ciego."

Elevó la vista y lo miró a los ojos. Durante un ligero segundo sintió una leve amenaza.

-El conejito rosa tiene sus ojos. Sus ojos son brillantes. Los de conejito rosa son empañados. ¿Por qué son los mismos? ¿No debería, en todo caso, ser al revés?