Soga y mentiras

Miró la cara de su alumno, enrojecida por la presión a la que estaba siendo sometido. Notó como la boca se movía bajo su palma, rozándola con aquellos incisivos algo más desarrollados de lo normal. Una sonrisa retorcida estuvo a punto de dibujarse en su rostro, pero el gemido del muchacho logró que volviera a poner los pies en el suelo. ¿A qué demonios estaba jugando perdiendo los papeles de esa manera por un niño semejante?

El profesor de transformaciones se separó del otro joven, dejándole al fin con un espacio más que suficiente para que pudiera recobrar la compostura. No pudo reprimir un leve temblor de regocijo cuando un fino hilo de saliva relució al separa su mano de la boca del muchacho, brillando bajo la escasa luz que entraba por los ventanales. Friedrich se enderezó y dio un par de golpecitos con la fusta en la palma de su mano. Era la única manera de calmar algo que no deseaba si quiera que estuviera ahí.

-Se acabó la discusión. Puede marcharse. -Le dijo con sequedad y frialdad, manteniendo su gesto altivo y desafiante pero con los ojos relucientes que denotaban una inquietud difícil de describir con palabras.

Stephan recuperó el aliento apoyándose de lleno en la mesa con ambas manos y la espalda enconrvada. Una vez asegurándose de poder caminar sin que las piernas le temblaran de manera exagerada, pudo erguirse.

Estaba tan dividido que creyó volverse loco durante unos instantes. Porque en aquel momento en el que se sentía tan vejado, tan humillado y tan asustado, una parte de sí se sentía excitado y ansioso.

"Stephy, estás enfermo." Se dijo para sus adentros. "Enfermo. Enfermo. Enfermo. Enfermo. Enfermo. Enfermo. Enfermo. Enfermo. Enfermo. "

Pero el rostro de su profesor ligeramente compungido le hizo despertar algo más. Él no había ganado del todo, pero sí una parte, porque aquella expresión denotaba que había pasado "algo".

El chico de cabello rosa acarició sinuosamente el borde del escritorio y dejó escapar durante un lapsus de tiempo una breve sonrisita.

-¿Me puede abrir la puerta, por favor?

Definitivamente, algo iba mal, algo iba muy mal. Se sentía incómodo, pero no era el tipo de incomodidad que le provocaba aquel duende al que debía respeto y obediencia. Era diferente. Era retorcido. Era sucio. Era algo provocador. Atrayente. Prohibido.

Evitando mirar a la cara al muchacho, von Gottlieb giró sobre sí mismo y se dirigió a la puerta con su altivez habitual a pesar que en su interior el corazón le palpitaba como si se le fuera a salir de un momento a otro. En silencio, abrió la puerta y se hizo a un lado, dejando el camino libre al muchacho que aún permanecía apoyado en su escritorio con aquella leve sonrisa que le incitaba a borrarla a golpe de fusta.

-Nos veremos en clase...

Stephan pasó al lado de su profesor hacia su tan ansiada libertad. Sintió de golpe un cansancio repentino que azotó todo su cuerpo, debido a la cantidad de tensión acumulada en el tiempo que estuvo allí dentro encerrado. Pero una leve decepción también lo invadió y no supo ni por qué.

Tenía ganas de llorar, tenía ganas de reír y tenía ganas de gritar, todo a la vez. Antes de que sus emociones colapsaran puso tierra de por medio entre aquel hombre y él. Las últimas palabras de su profesor le sonaron amenazantes, tanto que volvió a sentir la sangre hervir.

-Claro... -Dijo con la voz impregnada en sorna. -Seguro que nos veremos en clase...

-Eso espero o tendré que dar parte del asunto.- Espetó antes de cerrar la puerta, no sin antes captar la imagen que ofrecía aquel adolescente de espaldas. Aquella pálida y delgada nuca que se dejaba entrever bajo la cabellera rosa, una cintura excesiva que se contoneaba con la misma soltura que si el muchacho estuviera sobre una pasarela...

Cuando al fin estuvo a solas en aquella estancia no pudo reprimir exhalar un tembloroso suspiro lleno de alivio, rabia, decepción y excitación. No sabía qué era exactamente lo que le había ocurrido, y la realidad era que no tenía claro siquiera de querer que aquella incógnita fuera despejada. Intentando relacionar el sofoco que le invadía con la tensión a la que había estado sometido desde la reunión del claustro, se quitó por completo la chaqueta y la dejó sobre su escritorio, quedando únicamente con la camisa blanca y la corbata negra cuyo nudo aflojó con desesperación. Estando solo no tenía por qué mantener las formas, no tenía por qué mantener vigente aquella imagen de hombre respetable tan plagada de mentiras que ocultaban sus más sucios, retorcidos y egoístas pensamientos.

-Mentiras... Je.- Susurró con amargura mientras se dejaba caer en su silla y, con un nuevo movimiento de varita, la vajilla comenzó a preparar una nueva infusión para su dueño.- Ese mocoso se cree que sabe de lo que habla, pero no tiene ni idea de nada. Tsk... Cómo se le ocurre siquiera compararme con un sucio muggle.

Un momento. ¿Qué era lo que acababa de decir?

-Un muggle...

"...Al final muggles y magos serán la misma mierda con distinto nombre..."

Von Gottlieb se llevó una mano a la boca y se la tapó en un gesto inconsciente mientras repasaba mentalmente la conversación que había mantenido con el adolescente. En aquel momento estaba tan alterado que no tuvo la suficiente entereza como para percatarse de las irregularidades en las palabras de aquel muchacho, pero en cuanto comenzó a analizar todo lo expuesto entre aquellas cuatro paredes una sonrisa de retorcida satisfacción curvó sus finos y secos labios. Dirigió su atención a aquel objeto parecido a una fusión de un barómetro líquido muggle con un reloj de arena que tenía en su mesilla el cual no era nada más y nada menos que un Sensor de Secretismo modificado por él mismo. Dentro de aquel reloj de arena flotaba una neblina de color verde manzana que se arremolinaba en forma de espiral.

-Parece que tenemos a un pequeño gran mentiroso.

Cuando Stephan escuchó cerrarse la puerta, se quitó la pose y comenzó a apretar el paso más y más, hasta darse cuenta de que corría frenéticamente por aquellos largos pasillos de muros de piedra. Corrió y corrió alejándose de aquella puerta, de aquella estancia y de aquella horrible conversación, con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta, como una soga que le aprisionaba amenazando con asfixiarle. Aquella cuerda invisible que se cernía sobre su cuello se extendió al resto de su cuerpo, obligándolo a detenerse para recuperarse.

"¿Cómo se ha atrevido?" Se decía para sí dándole una patada a la pared que tenía frente suya. "¿Cómo coño se ha atrevido ese maldito bastardo? ¡Maldito sea! ¡Maldito sea! ¡¡Maldito sea!!"

El chico de cabello rosa recordó durante un breve instante el regocijo y morbo cuando el profesor le pegó con su fusta y cuando le agarró de la mandíbula. El olor y el sabor del cuero mezclado con saliva y sangre. Un escalofrío de placer y asco recorrió su frágil cuerpo. Stephan se sintió tan sucio y repugnante que corrió hacia los baños de la torre en la que se encontraba.

Una vez dentro abrió los grifos de cobre y se lavó la cara, se enjuagó la boca, se frotó las manos y mojó la nuca. Cuando terminó miró su rostro húmedo en el reflejo del espejo.

-Qué asco das. -Le dijo a la imagen del espejo. -Pero qué asco...