Soga y mentiras

-¿Y yo qué debo hacer? ¿Dejar de ser yo mismo por los "desviados"? Y si yo incito a otros a que hagan lo mismo, ¿cree en serio que me voy a responsabilizar del camino que cada uno tome? ¿Acaso yo voy haciéndole daño a alguien por ser quien soy? ¿Acaso voy amenazando a la gente para que tomen mi "mal camino"? Mire, yo no hago esto por nadie, lo que hago, lo hago por mí mismo.

Stephan hizo como que bebía de su infusión y le echó una mirada furtiva a la de su profesor. Evidentemente había descendido el volumen de aquel extraño té, lo que quería decir que no había peligro...

-Agradezco que mire por mí y todo eso, pero mire... no me voy a "reformar", ¿sabe? Ni me voy a quitar los piercings, ni me voy a cambiar el pelo ni me voy a dejar de maquillar. Si realmente soy como un cáncer solo por esto, pese a no haber fastidiado a nadie, tendré que irme de aquí también...

En ese preciso instante, von Gottlieb iba a darle otro sorbo a su infusión cuando se detuvo en seco. Aquello no había pasado desapercibido. Aquella palabra aparentemente sin importancia acababa de darle un dato tan interesante como útil.

Se quedó completamente estático, como si le hubieran congelado en aquel momento. Elevó la vista, al fin con aquella tonalidad azulada tan característica a través de sus pobladas pestañas rubias, y clavó sus ojos en los de su acompañante, tan parecidos a los suyos. Un mechón de cabello rebelde se deslizó hacia delante mientras susurraba con lentitud:

-¿También?

El chico de cabello rosado no pudo evitar taparse inconscientemente la boca con la mano maldiciéndose para sus adentros. Su secretos debían permanecer ajenos a todo el mundo, y ese desliz podía ponerlo en un apuro. Volvió a respirar con dificultad. Entre el silencio y la mirada de su profesor encuma suya, el creciente estado de ansiedad del joven era más que notable.

-Sí... bu-bueno... -Tartamudeaba. Él tartamudeaba. Eso no era bueno. -Y-yo...

"Stephan, no es demasiado tarde, reponte". Dijo para sus adentros.

-Sí. También. -No pudo replicarle ni buscarle ninguna excusa. Aquellos ojos celestes lo tenían completamente paralizado en aquellos momentos.

La estancia volvió a sumirse en el más tenso silencio. Ambos conectados a través de sus pupilas, un duelo sin palabras donde se luchaba con ansias por ser el vencedor. El profesor de transformaciones, tan acostumbrado a ver cómo los alumnos temblaban con su mera presencia, no pudo más que reconocer, aunque le molestara, que definitivamente aquel chico era diferente. Su alumno estaba asustado, se veía que acababa de cometer un error crucial y estaba buscando la forma de enmendarlo. Sin embargo, a pesar del miedo que seguramente latía dentro de su acompañante, él adolescente no solo no bajaba la vista si no que además era capaz de mantenerle la mirada durante el tiempo que hiciera falta.

-"O es muy valiente, o no es capaz de entender las consecuencias que puede tener alzarse en mi contra"- Pensó el adulto mientras se cruzaba de brazos y dejaba esbozar una leve sonrisa de suficiencia.- Parece que en realidad sabes de lo que hablo. Eso es más que aceptable... Experimentar ser algo nocivo y sentir como atraes la atención de todos sin proponértelo debería hacerte entender lo que te estoy diciendo, Keehl. ¿Cómo es posible que aún así reniegues de lo que realmente deberías hacer?

El adolescente tragó saliva y carraspeó ligeramente.

-Es que, para empezar, yo no estoy haciendo nada malo. Yo simplemente soy yo y quiero seguir siendo yo. Quiero mirarme al espejo y saber que me estoy mirando a mí. Lo mal está cuando tienes que agachar la cabeza y dejarte llevar por la corriente. Aunque duela y aunque sea duro lo prefiero así. No tengo por qué dejarme pisar por la ignorancia de los que me rodean, simplemente.

"...yo no estoy haciendo nada malo..."

Le resultaba demasiado familiar aquella frase. ¿Cuántas veces la había dicho ese muchacho durante la conversación? Aún no se daba cuenta de que estaba equivocado, aún no se percataba que pensar de esa manera no solo no lo ayudaba si no que lo hacía más proclive a que fueran detrás suyo. El profesor de transformaciones no pudo más que dejar escapar una leve risilla amarga mientras volvía a coger su fusta y la colocaba en su regazo, dándole vueltas con las manos mientras hablaba, como si de aquella manera se concentrara mejor.

-Esa actitud es completamente contraproducente. Pensando de esa manera y manteniendo esos incorrectos ideales, te vuelves el blanco de cualquiera que quiera divertirse. Además, no estoy muy seguro de que seas tú mismo llevando ese aspecto tan afeminado. Ningún chico que se precie iría así por propia voluntad... "Y mucho menos tras delatarte con ese comentario.... Puede que deba investigar un poco más sobre la procedencia de este niño antes de venir aquí"

Stephan suspiró harto de tanta charla que no llevaba a ningún sitio, y dejó entrever claramente su cansancio por estar allí.

-Mire, si va a ignorar lo que le digo y va a seguir creyéndose lo que quiera de mí, allá usted. Yo ya he argumentado lo que tenía que decir. ¿No quería hablar de la queja? Pues en serio, si con retirarla va a dejar de intentar convencerme de lo que soy y de lo que no soy la retiro y punto. ¿Contento? ¿Me puedo ir ya?

El pelirrosa dio un trago al fin a su infusión quemándose la boca lo suficiente como para quejarse. Sacó en silencio su dolorida lengua mostrando la bolita plateada que la adornaba.

Aquella visión volvió a provocarle aquel intenso malestar en el vientre del que creía que al fin se había librado. ¿Se podía saber que demonios hacía aquel crío con esa cosa en la boca? ¿Y luego tenía la desfachatez de decir que él no iba provocando, que solo quería que lo dejaran en paz? Volvió a apretar la fusta con fuerza, intentando apaciguar el malestar que pugnaba por salir.

-Bien... No puedo convencerte de lo inmoral de tu aspecto ni de las consecuencias que traerán sobre ti, pero una cosa debe quedar clara: en MI clase no quiero ver ese color de pelo entrar por la puerta, y no quiero volver a ver ese piercing, tal y como lo llamáis vosotros, fuera de tu boca. Esta escuela tiene límites y permaneces todo el tiempo en la línea provocando a los que te rodean.- Dijo mientras hacía crujir su fusta entre sus manos.

El alemán ya había tenido más que suficiente. Daba igual que ese chico retirara la queja o no. Con ese carácter, aprovecharía la más mínima oportunidad para ponerle otra de igual repercusión o peor. En semejantes circunstancias, lo que no iba a permitir era que ese niño se le fuera por las ramas... aunque tuviera que hacerlo a la fuerza.

-¿Me está insinuando que me va a suspender su asignatura por el simple hecho de que no le gusta como soy? Muy bien... -Stephan no dijo nada más. Tenía una sonrisa cínica dibujada en el rostro, y el temblor de su labio inferior delataba su nerviosismo y congoja. Sin embargo aquel gesto no desaparecía. Su propia rabia lo estaba haciendo reirse para sus adentros de pura incredulidad.

El joven alemán miraba a von Gottlieb a los ojos. Las cosas no se iban a torcer a su favor, pero lo que estaba claro es que no iba a agachar la cabeza cuando no había hecho nada malo. Ni pensarlo.

-Olvídese entonces de que vaya a retirar la queja. De hecho creo que tendría que dar parte también por esto, porque no es normal que solo por un color de pelo, un maquillaje y unos piercings se esté liando todo este absurdo, la verdad.

-Yo no te he dicho que no te vaya a dejar entrar en mi clase, Keehl.- Respondió el profesor con aparente tranquilidad mientras contenía una mueca de desagrado que pugnaba por dibujarse en su pálido rostro.- Esa es la conclusión precipitada a la que has llegado tú. Has llegado nuevo este año así que es probable que aún no sepas cómo funcionan las cosas en este lugar.

Friedrich descruzó las piernas y las volvió a cruzar, pasando esta vez la pierna derecha por encima. Estaba muy enfadado por cómo se estaban torciendo las cosas y de las repercusiones que iba a tener el hecho de que aquel niñato no fuera a retirarle la queja que había puesto contra su persona, pero ese muchacho estaba declarándole la guerra... y él tenía muchas formas de ganarla.

-Cada profesor es libre de tomar las medidas necesarias para que sus clases transcurran en el más absoluto orden. En otras palabras... puedo cambiar tu aspecto si yo lo deseo mientras estés en mi clase. Evidentemente, te devolvería tu forma una vez que la clase hubiera acabado. Puedes escoger entre presentarte con un color de pelo menos llamativo o ser el primer conejo blanco que ocupe un pupitre en toda mi carrera como profesor.

Stephan se rió claramente. Una carcajada sonora y aniñada. En realidad estaba cargada de indignación y nerviosismo. Su respuesta natural ante la tensión y el enfado al que lo estaba sometiendo el profesor. Se intentó calmar como pudo.

-¿Me está diciendo que años de Transformaciones como materia imprescindible en la magia se van a tambalear por un pelo multicolor? -Otra risotada más. Stephan por dentro se estaba cagando en su maldito ataque de risa y en su puñetero sentido de la oportunidad.

Pero no podía negar que aquello era indignantemente patético...

Fue extraño, pero la reacción de su acompañante se le contagió inesperadamente. Durante unos escasos segundos, una leve risa nerviosa escapó de sus finos labios, pero supo disimularla como un carraspeo para luego darle otro pequeño sorbo a la infusión. Más tarde tendría que ver a Turull para que le proporcionara más de aquellas hierbas ya que ese niño estaba haciéndole tomar mucha más cantidad de la habitual.

-Veo que lo encuentras divertido. Me alegro. Para nuestra primera clase tendré reservado un asiento especial delante de toda la clase para ti y así podré enseñarles lo que se puede hacer con una magia tan habilidosa como la transformación y un niño que no sabe guardar las formas.

Stephan continuó con su risilla cada vez más calmada. Dos gruesos lagrimones rodaron por sus mejillas enrojecidas por la risa y la vergüenza. El chico pelirrosa tenía el complejo de que se le escapaban las lágrimas con bastante frecuencia en esas circunstancias, y aquella vez no fue una excepción. Se limpió y continuó hablando con la voz algo quebrada.

-Ni sueñe con que vaya a entrar a su clase con esa amenaza, profesor. Me parece indignante que una simple estética diferente la esté liando parda. ¿Qué problema hay? ¿Si no estoy monopolizado no soy lo suficientemente digno o qué pasa? Si es así, mejor me voy por donde he venido y fin de la discusión, porque, en serio, si con mi aspecto estoy haciendo daño, mejor a tomar por...

-Cuidado con esa boca, muchacho.- No supo bien por qué, pero aquellas lágrimas que se le escaparon al adolescente le acababan de hacer sentir bastante mal consigo mismo. ¿Por qué le había afectado tanto? Solo era otro mocoso más con sus lágrimas de cocodrilo para caerle en gracia.

"Sabes tan bien como yo que odias a ese pequeño humano porque representa el fantasma de tu pasado."

Arrugó el entrecejo con molestia mientras se llevaba una mano a la frente, cansado e irritado porque, en aquel preciso momento, la voz de Brom hubiera resonado en su cabeza con tanta claridad. ¿Un fantasma de su pasado? ¿Ese niño? Él no tenía ningún fantasma. Él no tenía que esconder nada porque aquello ya pasó. No tenía por qué darle más vueltas y menos aún vincularlo con un crío tan repelente.

-Adelante pues, no entres a mis clases. Daré parte de tus faltas y perderás credibilidad ante el resto de los profesores y demás personas que están al corriente de este asunto. Estas son las normas del centro. Si no te gustan, siempre puedes volver a tu anterior escuela ya que parece que en esta te sientes demasiado intimidado por tener que prescindir de semejante aspecto. Hay unas formas de vestir y de aparentar para cada ocasión.

-Como quiera. De todas formas yo preguntaré al resto de los profesores si es legal eso de que no me deje entrar a clase porque no le gusten mis pintas, ¿vale? Conozco mis derechos, y entre ellos está el pedir una segunda opinión, profesor.

Stephan se alisó el flequillo con sus dedos esperando una respuesta.

-Parece que no escuchas cuando te hablan, ¿verdad? ¿O es que te estás divirtiendo tanto que no prestas atención a lo que te dicen? En ningún momento he dicho que no entres a mi clase.- Von Gottlieb empezaba a irritarse con el adolescente que lo acompañaba. Hizo crujir la fusta entre sus manos para apaciguar sus ansias de cruzar aquel rostro femenino con ella.- Te he advertido de las consecuencias. Como bien dijiste, esta conversación no va a ningún sitio. ¿Quieres llorarle a otro profesor? Adelante, tienes el mismo derecho que cualquier otro alumno. Pero ningún profesor puede poner objeciones sobre las medidas que impongo en mi aula. Medidas, por cierto, aceptadas por el propio director.

Stephan tuvo que tragarse sus palabras con desgana. De acuerdo. Él había ganado. Pero no se quedaría con la conciencia tranquila hasta que no pidiese una segunda o tercera opinión. Estaba hasta los huevos que le pasaran por encima solo por ser "diferente".

"A tomar por culo. Me tienen hasta los cojones con tanta mierda." Pensó.

-Como usted quiera pues. Pero sinceramente me sorprende una línea de pensamiento tan reaccionaria. Pensé que aquí eran más inteligentes que allí, pero veo que me equivoqué. Al final muggles y magos serán la misma mierda con distinto nombre... Tendré que acostumbrarme a que las normas se hagan para los borregos y no para las "ovejas negras". ¡Tsk!

El adolescente chasqueó la lengua y se cruzó de piernas de forma llamativa. Literalmente: estaba hasta los huevos.

Friedrich se levantó con lentitud sin poder ocultar como sus ojos volvían a tornarse de color carmesí. Sus pisadas resonaron en la estancia mientras se acercaba al alumno con el semblante serio, pero lleno de una tensión que se delataba en la tirantez en las comisuras de su boca. Miró a los ojos al muchacho, a aquellos ojos de un color tan parecidos a los suyos que le daban ganas de vomitar. ¿Qué tenía aquel niño que lo irritaba hasta límites que él mismo desconocía?

Sin previo aviso, la fusta silbó al atravesar el aire y golpeó con fuerza la mejilla del adolescente quien dejó escapar un pequeño gemido de dolor que provocó una reacción extraña en el profesor: una mezcla de excitación, miedo y asco. La piel se abrió, dejando aquella zona enrojecida al quedar en carne viva y expuesta a los ojos acusadores de Friedrich quien tuvo que humedecerse los labios al notar la sequedad sobre estos.

-Cuida las formas... incluida la forma de hablar.

Stephan no daba crédito a aquello. En la cara. Le había atacado a la cara. ¿Cómo se había atrevido? ¿Cómo demonios se había atrevido?

El adolescente se palpó la zona enrojecida que escocía al roce. Sin embargo, el recuerdo del fugaz roce de aquella fusta contra su rostro le provocó un morbo que le hizo tenerse asco. Pasaba algo. Se sentía extraño. Asqueado, sí. Impotente y frustrado, también. Pero algo dentro suya se acababa de despertar, algo tan excitante que no le gustó.

Sacó su lengua y se lamió los dedos de la mano derecha para ponerlos sobre la herida con el fin de que no se hinchase y le dejase "feo y horrible". Miró a su profesor con rabia e indignación intentando contener el temblor de sus húmedos y brillantes labios.

-¿Cómo se...?

-"Los castigos físicos están justificados, con sus motivos y límites." Así lo dice la propia subdirectora.

Aquel gesto de su acompañante le estaba resultando extremadamente provocador. No cómo las anteriores ocasiones. No como una provocación poniendo en duda su poder o su capacidad como profesor. Era algo más sucio, retorcido, enfermizo y blasfemo. Era algo que le estaba haciendo sentir terriblemente mal... un malestar que, en algún lugar de su cabeza, activó una serie de reacciones moralmente inadecuadas.

-Yo estoy arriba, tú estás abajo. Yo ordeno, tú obedeces. Yo pienso, tú actúas. ¿Ha quedado claro la forma en la que aquí se hacen las cosas... o necesitas que te lo grabe un poco más profundo para asegurarnos de que no se te vuelva a pasar?- Dijo mientras hacía crujir su fusta entre sus enguantados dedos que recorrían la superficie de esta en un gesto sin aparente relevancia pero que, de alguna forma, al mirarlo daba la impresión de ser algo obsceno.

-Yo... Yo no estoy por debajo de usted. -Replicó Stephan encarando al profesor con sus ojos cargados de rabia. -Usted solo es un profesor, nada más. Nada más.

Tenía miedo, sí, pero la ira y la humillación eran tales que se alzaron sobre su ansiedad y demás limitaciones. Porque aquello no iba a tolerarlo. No iba a tolerar más por el estilo. Él era él y debía de enorgullecerse por ser él, y ningún reaccionario con fusta iban a conseguir que se callara cuando él no había hecho nada malo.

Stephan se masajeaba la zona herida con cuidado, volviendo a repetir el anterior gesto para que se le pasara el escozor con la humedad de su saliva.

Era extraño. Las cosas no estaban saliendo tan y como él esperaba. Algo se le estaba yendo de las manos. Algo en su cabeza estaba reaccionando de una forma errónea... y eso le provocaba una inquietud terrorífica. Un hormigueo recorría su vientre cada vez que los finos dedos húmedos del muchacho pasaban de su lengua a la herida que él mismo le acababa de infringir. Era una presión parecida a un vértigo, pero con unas reacciones físicas bastante "inusuales"...

-Solo un profesor, y eso debe ser más que suficiente para ti. ¿Sigues afirmando que no hay un desnivel entre nosotros? ¿Insinúas, por algún casual, que tu y yo estamos al mismo nivel? ¿Un hombre adulto con mucha más experiencia que tú en todos los aspectos contra un niño que no sabe si quiera cual es su lugar? Me temo que vives en una burbuja, Keehl.- El apellido en su boca comenzaba a sonar extraños, ajeno y con alguna connotación que incluso él mismo desconocía.- Dame una sola razón por la que yo deba tratarte como a un igual.

Stephan se alzó y se encaró con su profesor apartando la mano y dejando en evidencia la herida de su rostro.

-Pues que yo tengo razón y usted se equivoca, eso es todo. Me está juzgando sin conocerme ni a mí ni a mis circunstancias, y para más inri usted es tan sensible que se tambalea con un estilismo inusual. El que vive en una burbuja es usted si piensa que censurando la gente "rara" como yo desaparecemos... señor.

El adolescente se pasó la lengua por los labios otra vez al sentir la piel fría y seca de la zona, fruto de las malas respiraciones que estaba haciendo.

Aquello le sentó como una bofetada, un golpe de tal magnitud que su cerebro se bloqueó durante varios segundos. Ese muchacho insinuaba que él estaba equivocado. Ese crío afirmaba que sabía más que él. Ese niñato insistía en que sus argumentos carecían de valor.

Fue puro instinto, algo inusual en él. Nunca perdía los estribos, ni si quiera cuando tenía que aguantar las humillaciones de Brom o las caras de superioridad de la subdirectora. Pero aquel muchacho lo conseguía, aquel alumno le crispaba con su mera presencia. Aquel adolescente estaba sacando lo más "oculto" de él. La mano enguantada de Friedrich se cerró en torno a la mandíbula del más joven, con tan fuerza que el impulso lo levantó de la silla y lo llevó hasta el escritorio. El adolescente sintió el borde de la mesa clavársele en la espalda mientras el maestro lo acorralaba contra esta. La fusta del profesor se detuvo a escasos centímetros de su ojo derecho.

-Tú eres quien juzga precipitadamente. Yo he vivido muchos más años que tú, criajo insolente. Sé cosas que te provocarían pesadillas durante meses, ¿y tienes el descaro de afirmar que yo estoy equivocado? No vuelvas a poner en duda mi palabra, o como mi nombre es Friedrich te dejaré en un olvidadero durante días. ¿Está claro?

Stephan apretó los ojos asustado por tan exagerada reacción por parte del profesor. Tenía miedo. No sabía cómo reaccionar. Su mente estaba casi bloqueada de la propia turbación.

El borde de la mesa comenzó a hacerle un daño considerable según se clavaba en su espalda, por lo que se aferró con ambas manos al fuerte brazo de Von Gottlieb para no perder el equilbrio. Un gemido dolorido salió de sus labios, atenuado por la mano del maestro.

-Por... por favor... -Suplicó el joven entre gemidos.