Cajón de sastre

La luz de la mañana se filtraba por los ventanales de la inmensa biblioteca, procedente de unas nubes que tupían el cielo de un blanco sucio y cegador. La claridad descansaba en todos los recodos de la biblioteca e inundaba a la estancia en una atmósfera apacible pero estéril, vacía y fría a pesar de la riqueza de elementos, de estanterías y libros, mesas y sillas. El aire desolado a veces dejaba escuchar entre el silencio un murmullo, hojas pasando, pasos ligeros o el crujir de una silla arrastrada.

Una mano blanca rebuscaba entre ejemplares, entre miles de libros, algunos brillantes y otros no tanto. Escogía, recogía y observaba aquellos de hojas caducas, amarillas y descosidas, de textos perdidos, borrosos e inteligibles, todos esos que hubiesen sufrido el azote del tiempo. Con un recelo reglamentario los amontonaba juntos dentro de una caja para una posterior clasificación. Ediel miraba todos esos libros con compasión, víctimas de un sino que él no padecía.

Aunque su ritmo de trabajo fuese constante, la parsimonia que bañaban sus movimientos daba entender que sus deberes, como a él le gustaba llamarlos, le aburrían. Aunque su rostro no parecía expresar nada en claro,  sus pensamientos se dirigían de forma ofensiva hacia el querido duende que le encomendó aquella apasionante tarea.
Una cabellera negra surgió de entre las estanterías, una figura joven aunque madura de rostro familiar y que no parecía pertenecer al lugar de las hojas, silencio y polvo. Una profesora que parecía perdida entre tanto libro y cuya aparición le dibujó una sonrisita al profesor, una pequeña alegría en medio de un tedioso quehacer.

-Hola -dijo Ediel en un susurro audible acompañado de un delicado saludo con la mano que intentó llamar su atención.

La verdad sea dicha, a Sigrid no le pegaba nada una biblioteca. O quizás era al revés, y a la biblioteca no le pegaba nada tener una Sigrid paseándole entre sus estantes. Que fuese vestida como si fuese a salir de acampada en cualquier momento (botas de montaña incluidas) probablemente no ayudaba. Lo único seguro es que nadie imaginaría que a Sigrid le gustaban los libros. O al menos ciertos libros, porque lo único que le interesba de verdad eran las criaturas mágicas. Aquel verano pensaba ir al Amazonas (¡por fin!), y una tenía que informarse de ciertas cosas.

Llevaba un par de volúmenes bajo el brazo cuando escuchó un susurro. Por un momento pensó que sería un alumno, que no por nada era una de las profesoras favoritas de los chavales, por eso se sorprendió aún más al ver que se trataba del profesor de Runas Antiguas.

-Oh, hola -susurró de vuelta. Dio unos pasos acercándose a él. La verdad es que no lo conocía, pero parecía majo- ¿Qué haces? ¿Así es como te diviertes en tus tardes libres?

Por supuesto, aquello era sarcasmo. Miró por encima los libros de la caja, pero no tenía ni idea de por qué hacía aquello. Debería ser trabajo de la Simian... Err, la Bibliotecaria.

El desparpajo era una particularidad que Ediel catalogaba de entrañable entre los más jovenes. Siempre le enternecía su frío corazoncito.

-Eso me gustaría -respondió el profesor con leve risita mientras ojeaba un libro amarillento cuya cubierta parecía abatida por el uso y el tiempo-. Digamos que nuestro estimado señor Brom ha visto conveniente encargarme la tarea de darle un repasito a todo ejemplar en deterioro como medio de "reinserción" al centro -cerró el libro con un sonido sordo y lo soltó con su debido respeto en la tumultosa caja-. He de decir que ha sido todo un detalle por su parte.

Su serenidad y su calma sonrisa emanaban una agresividad pasiva fulminante. Desearía coger al duende por el pescuezo, pero aquello se reducía simplemente a una pequeña de muchas fantasías.

-Dime, ¿no te parece que no ha perdido ni pizca de su encanto a pesar de los años?

-Opino lo mismo que usted, profesor Natarov.- Una voz afable procedente de encima de sus cabezas los distrajo momentáneamente de su conversación.

En lo más alto de la estantería estaba el profesor de Estudios Muggles, con un cúmulo de libros sobre el regazo mientras levitaba con la ayuda de un hechizo que lo privaba de toda fuerza que la gravedad pudiese ejercer sobre su cuerpo. Aunque el lituano supiese que lo recomendable era usar las comúnmente conocidas escalerillas, en su caso y con su historial de accidentes con las cosas más inverosímiles, prefería evitar cualquier objeto que pudiese provocar una catástrofe a él o a los que estuviesen a su alrededor. Con un pequeño vaivén de su varita, el cuerpo del hombre descendió con lentitud hasta que sus pies volvieron a estar en el suelo, justo al lado del profesor de tez enfermiza.

-Buenas días, Sigrid. Buenos días a usted también, profesor.- Dijo con una cordial sonrisa mientras se atusaba la coleta.- No quería cotillear lo que estabais hablando pero es que justo os habéis puesto debajo mía.- El profesor clavó sus verdes ojos en los de su compañera docente.- ¿Y cómo tú por aquí, Sigrid? Es raro verte buscando libros.

-Más raro me resulta a mí –contestó Sigrid encogiéndose de hombros, con total y absoluta franqueza-. Estoy preparando el viaje de este verano y he venido buscando algunos textos y mapas. ¿Y tú qué? ¿Evitas hacer un efecto dominó con las escaleras o lo haces para que la Simian no te vea en su amada biblioteca? –mientras preguntaba señaló los altos estantes con un movimiento de la cabeza.

Luego se dio cuenta de que había llamado Simian a la bibliotecaria en voz alta y esperó que Ediel no se diera cuenta de ello.

Sin duda, se percató del comentario en el preciso momento que las palabras salían de la boca de la joven. El porte elegante de Ediel siempre iba acompañado de un ojo avizor y una distinguida capacidad de apreciar todo detalle en lo que a un individuo concierne.

-¿Simian? ¿Te refieres a nuestra bibliotecaria? -su apariencia se tornó distraída mientras se atusaba la recortada perilla, al recordar escenas, acciones y reacciones almacenadas sobre la bibliotecaria.- Tengo que admitir que es un mote bastante apropiado, si es que se me permite hacer un juicio anticipado. Estos niños tienen una imaginación brillante -rió alegremente procurando que su voz no alcanzase los oídos de susodicha empleada-. Y por lo que deduzco no parece conferirle un gran aprecio, ¿no, Januitis? Oh, aunque... -añadió con una educada e inmediata retractación.- ...supongo que no debería meterme en asuntos que no me conciernen.

-Pues no, la verdad es que cada vez que entro aquí me echa maldiciones imperdonables con los ojos.- Respondió algo azorado por la situación a pesar de que, en el fondo, le hacia gracia hasta a él.- Aunque no digas mucho por ahí que la llamamos por ese nombre, por favor. Que lo hagan los alumnos vale, pero el profesorado...

El lituano meneó la cabeza con resignación mientras se recolocaba un par de finos libros bajo el brazo. Luego volvió a dirigirse a su compañera.

-Y sí, he preferido hacer eso a coger las escalerillas. La última vez que subí a una se echó a perder toda la sección de Historia... Esas cosas están malditas, te lo digo yo.

-Claro que sí Boris. Y las escaleras de todas las torres, y los vasos de agua y las salseras de la mesa de profesores, y las personas que se cruzan en tu camino, y todo el colegio en general.

Obviamente era un enorme sarcasmo. Pero sarcasmo en plan broma, claro. Era básicamente la manera preferida de bromear que tenía Sigrid. Pero bueno, tratándose de Boris sabía que no se lo iba a tomar a mal, que a esas alturas ya se conocían bien, y que sabía de sobras que o bien era muy torpe o tenía muy mala suerte. Y siempre procuraba tomárselo con filosofía, y eso era lo que a Sigrid le gustaba de él. Lo que no le gustaba, era competir con él por los dulces que solía traer Izabela a la sala de profesores casi todas las mañanas. Boris siempre era el rival más fuerte.

-No le hagas caso Ediel -otra de sus características: siempre llamaba a la gente por su nombre, los apellidos eran aburridos-, que éste es capaz de tropezarse con su propia sombra. Y por otro lado, tenemos todo el derecho del mundo a llamarla Simian, que ya tenía ese mote antes de que nosotros entrásemos a estudiar aquí, somos puros veteranos y eso da ciertas bonificaciones... Bueno, en realidad es que no sé cómo se llama de verdad, si os soy sincera.

Rió por la nariz, tratando de reprimirse y no hacer ruido. Dios, ¿cuántos años tendría la vieja esa ya? A saber. Seguro que ya venía con el castillo cuando se inauguró la escuela.

-Ahora que lo mencionas, yo tampoco conozco su nombre. Una enorme falta de cortesía por mi parte -Ediel rio con una risita grave que tapó con su mano-. Si descubro algo, no dudaré en hacértelo saber, Maelstrom -hizo una elegante reverencia con la cabeza-. Pero he decir que resultaría sorprendente que la pobre mujer desconociese un apelativo tan cariñoso tras tantísimos años en el centro...

Rio de nuevo un poco más alto, hecho que corrigió de inmediato tapándose la boca, gesto de error involuntario.

-Disculpadme -añadió humildemente, bajando el tono de voz-. Aunque tengo que añadir, Januitis, que eres muy valiente por presentarte aquí a pesar de los antecedentes. ¿Estás aquí por algo en particular?

-Quería documentarme sobre unos hechos históricos concretos sobre los encuentros entre magos y muggles. Creo que me lo sé de sobra, pero prefiero asegurarme a que luego venga un alumno a corregirme. -Al lituano se le escapó una mueca digna de haberse tragado algo especialmente amargo. -Como les des una sola excusa para reírse de ti, acabamos como nuestra bien amada Simian.

El hombre se subió las gafas... Definitivamente, tenía que hacerle un hechizo de fijación o algo.

-Entonces, volviendo a lo de antes... ¿Ya ha tenido un percance con el profesor Brom? Si apenas le ha dado tiempo a dar unas clases. ¿Estará enfadado por algo?

-Bah, al enano ese no le hacen falta motivos para su mala leche, le viene de nacimiento -Sigrid se acomodó apoyando sus firmes posaderas en una mesa cercana, cruzándose de brazos. No creía que hubiese alguien que aguantase a aquel duende, y ella no iba a ser la excepción, claro. Y mucho menos con la poca paciencia que tenía.

-Una vez le pedí que fuese sujeto de una de mis lecciones... -negó con la cabeza- No fue una buena idea.

Su vista se perdió en algún punto entre los libros de las estanterías. En aquel momento le había parecido lógico, o sea, Brom ES una criatura mágica, ¿a qué vienen tantos humos? Debería sentirse halagado de que mostrasen interés en su especie, y también orgulloso por poder enseñar a los demás cosas que no pueden saber de otro modo. Aunque en lugar de decirle todas esas cosas, por una vez Sigrid cerró su bocaza y decidió alejarse de él lo máximo posible el resto de su vida.

-Vaya... -Ediel miró fijamente a Sigrid, fascinado por aquella inusual reacción-. Nunca es buena idea pedirle favores semejantes a un hombre de su calaña, si es que se puede considerar como tal -sonrió con su delicado comentario abrasivo-. Y da por supuesto que sin un cuantioso beneficio monetario, sólo eres un pequeño incordio intranscendente.

Agitó la cabeza como si estuviese afectado por un profundo desencanto.

-Duendes.

-Bueno, tampoco tenemos por qué ponernos así con él.

Lo dijo un poco por cumplir, y Boris estaba seguro de que se le había notado a la legua. No es que tuviese nada personal contra el duende, pero tras la mirada cargada de asco cuando le propuso lo de la charla y esa especie de mueca cuando se enteró de lo acontecido en Halloween le habían causado más estragos de los que estaba dispuesto a mostrar.

-Ya que él es el racista, nosotros tendremos que ser los tolerantes, supongo. -El moreno guardó silencio durante un momento. -Por cierto, ¿al final echaron un ojo a las carpetas que os dejé? ¿Qué opináis sobre la charla?

Ah, aquella carpeta... Bueno, no podía decir que no supiese de qué iba la cosa, pero en realidad sólo lo había leído muy por encima. Le bastaba con saber que en realidad sólo quería darles una lección de educación sexual a los chavales.

-A mi me parece bien, y más después de lo de Halloween. A saber qué hacen esas bestezuelas cuando no hay nadie mirando -a pesar de sus palabras, sonreía. No hacía tantos años que ella también había sido estudiante, sabía perfectamente lo que hacían-. Al menos si van a hacerlo, que lo hagan bien, que luego no quiero niñas preñadas en mis clases que necesiten “cuidados especiales” porque “no pueden cargar peso”, o porque “el olor a estiércol les marea” -mientras hablaba ponía tono irónico y hacía el gesto de las comillas con los dedos-. Aunque, la verdad, me parece que para convencer a algunos compañeros de claustro lo vas a tener bastante chungo.

-Coincido en ese punto con Maelstrom. Estoy seguro de que tras lo acontecido más de uno se encuentra reacio a apoyar su propuesta –continuó el profesor. En su momento, había leído toda la información en relación a la iniciativa de Boris, lo que fue, sin lugar a dudas, un entretenimiento remarcable-. Esas “bestezuelas” han demostrado lo capaces que son de jugar a cosas de mayores y, en mi opinión, habría que permitir que se aventurasen por sí solos en el largo y pedregoso camino de los adultos. El tiempo y la experiencia les harían ver lo frío que es el mundo y cuan diminutos son ellos en realidad. De esa forma, volverían a nuestro regazo llorando y sometiéndose como es debido.

Mientras hablaba desvió su atención a los libros que se apilaban en la estantería que se alzaba a su lado. Tranquilamente paseó la mirada y los dedos por los numerosos lomos, algunos nuevos y otros viejos.

-Opino, Januitis, que tu medida es blanda, cándida y una desmesurada muestra de altruismo hacia unos convictos que no merecen ni media hogaza de nuestro pan. No merecen ser recompensados con consejos por su desobediencia, sobre todo si nos demuestran que creen dominar el tema mejor de lo que nosotros creemos. Prueba y error… -entre los abundantes ejemplares había un pequeño espacio que había desequilibrado el resto de tomos y hacía que se apilasen unos sobre otros-… siendo el error el mayor de los castigos.

Introdujo los dedos entre ambas pilas y recolocó los libros, reestableciendo el orden que se había perdido. Volvió a dirigir su atención a ambos profesores sin que su sonrisa se hubiese turbado en ningún instante.

-Pero como profesor y responsable de estas criaturas, tengo la obligación de procurarles seguridad y un buen futuro, a pesar de mis deseos. Por tanto, Januitis, puedes contar con mi apoyo.

Las palabras de Sigrid eran de la índole que se hubiese esperado, al contrario que las del otro profesor. Aunque acabara de afirmarle que él pensaba votar a favor de su propuesta, todo lo dicho anteriormente le había sentado como si acabaran de aplicarle sal en carne viva. Porque por ese motivo había sido suspendido el estudio de la charla, porque en el fondo el mismo profesor de Estudios Muggles se sintió traicionado por aquellos alumnos por los que se desvivía.

-Ya... Es de esperar que opines eso, la verdad. -Respondió con una sonrisa. -Gracias por vuestros votos, aunque ahora mismo no vayan a servir de mucho estando como está el tema aparcado. Pero vaya, en estos momentos, hasta yo votaría en contra...

-Joder, tío, qué radical... -murmuró mirando a Ediel, entre atónita y divertida- Menos mal que no fuiste profesor en mis tiempos, ¿eh? -diciendo esto, le dio un golpecito en el hombro, en plan amistoso.

-La verdad, puede que no lo haya pensado bien... -prosiguió, cruzándose de brazos y mirando hacia ninguna parte en particular, como si se lo estuviese pensando bien en ese instante (lo cual era un poco tarde, en realidad)-Y tenéis razón en que de todos modos se creen muy listos y blablabla... Pero, en serio, si no hubiese aparecido el graciosete de turno que se puso a intoxicar a sus compañeros, nada de esto habría pasado. Quiero decir que la fiesta se hubiese celebrado de todos modos, y habría sido una especie de orgía igualmente, y nadie habría castigado a los chavales porque en el fondo les dejamos hacer lo que hacen, y a sabiendas de lo que están haciendo. Tú y yo lo sabemos perfectamente, ¿verdad Boris? -miró significativamente al profesor de Estudios Muggles, ya que ambos habían estudiado en esa misma escuela, y las fiestas ya se desmadraban por aquel entonces- Así que, ¿por qué mezclar una cosa con otra? Si no hubiese pasado esto, la fiesta habría sido exactamente igual que siempre, y tú Boris seguirías adelante del mismo modo con la charla esa de educación sexual a pesar de saber que aquella noche muchos de esos críos ya habrían practicado sexo, ¿no? No veo el motivo para cancelarla, lo que sí creo es que quizás deberías cambiar el enfoque del asunto. Ya sabes, con unas buenas fotos explícitas de infecciones de esas chungas para que se les quiten las ganas durante una temporadita -y la profesora de CCM sonreía mientras decía esto. Porque ella también había mostrado fotos bonitas en sus clases de vez en cuando. Como advertencia.

La sonrisa de Ediel pareció impregnarse de algo que podría describirse como deleite.

En sus tiempos.

-No es mala idea -rio el profesor. Aunque de ideas opuestas, el desenfado de la profesora le daba un encanto personal-. Creo que sería un momento memorable, un montón de chiquillos horririzados por una pequeña porción de realidad.

El profesor de Estudios Muggles se encogió levemente de hombros.

-Sí, bueno, tampoco hay que tomárselo tan a la tremenda. Además, no es a mí a quien habría que explicarle eso, Sigrid, y estoy seguro que ninguno de los aquí presentes arriesgará el pescuezo en convencer de esa "realidad" a personas como el profesor von Gottlieb o la subdirectora, que encima están de muy mal humor desde lo de la fiesta. -El moreno meneó la cabeza con lentitud. -Pero vaya, supongo que ese enfoque puede venir muy bien, aunque sea como pequeña venganza.

Sigrid rió por lo bajo. Von Gottlieb no le daba ningún miedo en realidad. Nadie que no fuese Brom le daba miedo después de aquella experiencia que había nombrado antes, pero claro, cortar a todos por el mismo molde que Brom hacía que los demás pareciesen inocentes corderitos a su lado.

-Nah, no me importaría decírselo a Ludwika, pero hablar de ello con Friedrich, sería como hacerlo con una pared -negó con la cabeza, volviendo a reír entre dientes-. ¿Sabéis que también le han puesto mote? El Führer lo llaman. Tío, le pega un montón, quien se lo haya puesto es un genio... Pero volviendo al tema, sé que ahora mismo no estás muy animado, pero sigue siendo una buena idea. Si se le hace ver este razonamiento a unos cuantos profesores más, tendrías suficientes votos positivos. El nuevo de Astronomía (¿cómo era su nombre, leñe?) parece majo, y Michael también, pero no sé si se lo comentaría a Damien. Por lo que he oído, si Friedrich es el Führer, Damien sería apto para ser su secretario... Si no fuese inglés, claro.

-Vaya, no tenía ni idea... Aunque pensándolo fríamente, no sé de que me sorprendo -dijo sonriente al recordar la cara de pocos amigos que había podido apreciar en el profesor de Pociones. Dos datos, aunque triviales, sobre las dos nuevas adquisiones del centro, muy a tener en cuenta-. Pero sí que es cierto que con buen tacto podrías obtener el apoyo necesario. No dejemos de lado a la profesora Dabrowski y al profesor Keller. Aunque desconozco que opinará la señorita Castilla al respecto...

Al ser nombrada el lituano no pudo reprimir un respingo involuntario que lo llevó a que sus manos se desestabilizasen y dejasen caer los libros que tenía al suelo. Con el rostro enrojecido de la vergüenza , cuyos motivos eran unas curvas sensuales, un vello púbico húmedo y un rostro pecoso jadeante, se agachó y comenzó a recoger sus adquisiciones de la biblioteca.

-Ni idea, la verdad. Seguramente se mantenga al margen... No tiene pinta de que le vayan estas cosas, y menos si hay tanto embrollo de por medio.

-Oooooh... -murmuró Sigrid al ver el EVIDENTE rubor de Boris. Y justo cuando se hablaba de Izabela. No era de extrañar, la tía al parecer estaba buenísima debajo de toda aquella ropa.

Pero la curiosidad de Sigrid quería saber de qué iba aquello. ¿Le gustaba la profesora de Adivinación? ¿Quizás la conocía mejor de lo que podía parecer? Izabela era una persona bastante hermética, así que parecía difícil tener una conversación normal con ella, seguramente nadie la conocía de verdad siquiera, le parecía poco probable. Lo mismo sólo era un amor platónico, y el profesor de Estudios Muggles se dedicaba a dibujar corazoncitos con sus iniciales en las esquinas de los pergaminos.

"¿Qué será, será?"

Se agachó para ayudarle a recoger los libros. Con una muy mal disimulada sonrisa maliciosa.

-Sabíamos que se te suelen caer las cosas Boris, pero que te pongas colorado por ello es nuevo.

Ediel alzó una ceja con remarcada curiosidad, no obstante, se abstuvo a inmiscuirse de alguna forma. El ruido de los libros al caer retumbó en un lugar tan silencioso como la biblioteca y aquel alboroto podría atraer a la bendita bibliotecaria. Sin mayor signo de preocupación, observó entre las estanterías en busca de algún visitante inesperado.

-Por muy divertido que pueda ser analizar los nuevos síntomas de nerviosismo de Januitis... -dijo bajando el tono de voz visiblemente aunque con una mirata taimada-... creo que sería mejor que hablásemos con cierta discreción. No creo que ninguno de nosotros querramos romper la calma de este, el santuario de nuestra bibliotecaria, ¿no? -sonrió amablemente.

-Jajaja... -Risa estúpida. Si es que era definitivo que mentir no era lo suyo. -Tienes razón, mejor no tentar a la suerte.

Tras darle las gracias a Sigrid con una sonrisa algo forzada e incómoda, más por las miradas pícaras que esta le estaba dedicando que por otra cosa, el profesor de Estudios Muggles se puso en pie.

-La última vez que se enfadó conmigo estuvo lanzándome maldiciones hasta que salí de aquí. Yo creo que está muy alterada ultimamente... ¿Será la menopausia? -Espetó para luego reírse por lo bajo como si acabara de volver a la edad del pavo.