Silencio

Lo último que hubiera querido era estar en semejante situación. Había sufrido una gran humillación delante de todo el claustro que, para más inri, contaba con dos nuevos miembros que se habrían forjado una imagen equivocada de su persona. Una queja, a él. Una mancha. Un traspiés. Una falta. Un error. Algo que limpiar. Algo que ocultar.

Llegó hasta la puerta del aula y se paró unos segundos. Respiró hondo y exhaló con lentitud: debía mantener su porte, no debía dejarse doblegar por aquel ser que hacía de profesor en aquel centro. Brom le imponía, si bien cabría decir que era el único que lo lograba con aquellos ojos rasgados e intrigantes, aquellas miradas que parecían verlo desde dentro, sonsacando sus mayores miedos y secretos en palabras mudas que pugnaban por mantenerse en silencio.

No quería hablar con él y muchísimo menos a solas. Él lo sabía TODO, y la magnitud del todo lo acongojaba.

Con toda la frialdad que pudo, abrió la puerta con un gesto lleno de fingida seguridad y tranquilidad.

Miró con desagrado al intruso que abría la puerta. Reconoció al profesor, después de todo esperaba su cortés visita.

Brom siguió trabajando con aquellos simples rollos de administración. Se notaba que era el nuevo comienzo escolar, y esto le cabreaba enormemente: trabajo extra que tenía que cumplir.

Dejó que Friedrich entendiera ese silencio para que se acomodase en el asiento disponible, enfrente se su gran mesa de madera de sauce. Dejó su pluma en el tintero y examinó la cara del profesor. Estaba aparentemente tranquilo.

-Señor Friedrich la próxima vez que tenga una reunión “especial” ante mi presencia, intente calmar mejor sus… “nervios”,-Su voz rasgada y autoritaria siempre coaccionaba a las personas, ya que cada palabra que pronunciaba daba la sensación de que estuviese lanzando puñales de odio- si no, no se moleste en entrar por esa puerta.

Pudo notar la tensión de los hombros de Friedrich. Sabía perfectamente que en otros tiempos, se habría puesto a llorar. Chasqueó los dedos y despejó la mesa. A continuación con un toque ligero de manos, hizo aparecer una serie de pergaminos perfectamente ordenados.

-Quiero que repases estos pergaminos. Son tu historial académico. ¡EXAMÍNALOS!

Parpadeó un par de veces, asimilando aquella orden tan imprevisible. Luego desvió su atención de los ojos del duende hasta los pergaminos que yacían en la mesa, todos perfectamente ordenados por fecha y sellados de forma impoluta.

-Perdone mi osadía, pero pensaba que me había llamado por...

-Puedo decírtelo más alto, Friedrich, pero no más claro.- La voz grave y susurrante de su superior le provocó un intenso escalofrío mezclado con aquella rabia e impotencia tan características que solo aquel profesor sabía provocarle. Tragó saliva y, en un silencio tenso, comenzó a ojear cada uno de sus expedientes.

La tensión era tal que casi podía olerse como si de una fragancia afrodisíaca se tratara, enturbiando los sentidos y dificultando el mero hecho de respirar. Friedrich miró todos y cada uno de sus expedientes sin volver a dirigir la mirada hacia su acompañante a pesar de notar sus taladradores ojos en su amplia y blanquecina frente, sin inmutarse, como si el tiempo para él no pasara. Intentó centrarse única y exclusivamente en su contenido, pero aquella fotografía en movimiento de sí mismo con escasos 13 años con aquellos rasgos femeninos y delicados mirándole con aquellos ojos cristalinos llenos de fingida arrogancia en un intento de ocultar el malestar interno que sentía por aquel entonces, le provocaba una presión en la garganta tan doliente como si alguien le estuviera estrangulando. Una vez visto el último, lo cerró con precisión y volvió a dejarlo en la mesa con un gesto frío y distante.

-¿Y bien?

-Impoluto, como siempre ha sido. Mi comportamiento, aunque suene egocéntrico, fue ejemplar y mis notas también. No comprendo el por qué me hace examinarlos ahora, señor Brom.- Dijo de forma lenta y pausada a pesar de que, en el fondo, tenía la certeza de por dónde venían los tiros. La tensión era tal que notaba como el cuello de su uniforme le apretaba, incitándole a desabrochárselo para respirar con más calma, pero él nunca bajaba la guardia ni mucho menos haría un gesto tan provocador como aquel, fuera quien fuese el que estuviese delante suya...

Con sus largos dedos empezó a masajearse la frente. La cabeza empezaba a rezagarse a esas horas de la tarde. Quería eliminar esta pequeña mancha lo más rápido posible, ya que en unas horas lo más seguro tendría que discutir con el director de la escuela. Eso lo ponía con más mal humor de lo normal.

-Friedrich, sabe usted que no me gusta andar con rodeos, así que no me haga perder la paciencia. Cuando le pregunte de nuevo quiero escuchar una respuesta CONSECUENTE.

Dio un golpetazo en la mesa y fijo sus ojos cobrizos de víbora en la cara del profesor. Ante el repentino golpe Friedrich tragó saliva. Su tensión iba en aumento ya que empezaron a colarse gotas de sudor desde la frente hasta su cuello.

Tras una larga observación de Brom, volvió a cerar sus ojos y empezó a cavilar en el sepulcrar silencio del despacho. Entonces chasqueó los dedos de nuevo.

De entre los huecos de cada ladrillo empezaron a salir un leve vapor blanco, y en pocos minutos empezó a emanar lava. Las vigas de madera que decoraban ostentosamente empezaron a crujir alarmantemente mientras la gran vidriera se empañaba. La temperatura de la habitación aumentaba por segundos.

-No no volveré a repetir. ¿Y bien?

Nauseabundo. Asfixiante. Tenso. Vaporoso. Caliente. La temperatura aumentó de tal forma que Friedrich sintió como si le hubieran golpeado en su caja torácica y lo hubieran dejado sin aire.

Comenzó a transpirar, a jadear, su rostro se teñía de rojo. Era angustiante, se sentía arder tanto por fuera como por dentro. Levantó la vista y observó la imagen que le ofercía aquel profesor que tanto detestaba emborronada por el efecto que ejercía el calor dentro de la pequeña estancia. Sin poder contener una leve mueca de desagrado, el aleman se desabrochó con lentitud el cuello de su uniforme, dejando la blanca nuez al descubierto. Visto de fuera, parecía una escena exhibicionista y de dobles intenciones aunque la situación distaba muchísimo de esa impresión.

-Hace calor...

-Responde, Friedrich, tengo muchas cosas que hacer para andar perdiendo el tiempo contigo.
- Espetó Brom con impaciencia mientras se masajeaba la sien con un dedo. El profesor de transformaciones tragó saliva con furia, como si acabara de tragarse algo amargo, espeso y difícil de digerir.

-Está todo anotado... Todo...- No le gustaba hablar de aquellos temas y mucho menos con ese duende. Si por él fuera, le hubiera echado una maldición tras otra hasta que no hubiera quedado de ese ser ni las pestañas.- Aunque supongo que a lo que usted se refiere es a lo que no está apuntado ahí, ¿cierto?

Lo había hecho, había sacado el mismo el tema. Dudaba que otro profesor estuviera tan al corriente de sus problemas durante su educación en la escuela ya que todo había quedado como simples rumores. pero los ojos de Brom no mentían, aquellos iris le decían sin palabras "lo sé todo" y Friedrich se sentía como si le desnudaran a la fuerza cada vez que se quedaba a solas con él.

-Exacto Friedrich. Sabes tan bien como yo que odias a ese pequeño humano porque representa el fantasma de tu pasado. Estás permitiendo que tus debilidades manchen tu expediente. Qué inepto.

El ambiente del pequeño despacho se hacía cada vez más insufrible. El calor asfixiaba y quemaba. Pero no se notó ningún cambio en la expresión del duende. Éste seguía impoluto y sin ninguna gota de sudor.

Miró los rollos y los hizo desaparecer. Habían cumplido con su cometido. Acto seguido hizo aparecer otro documento. Extendió el rollo y se pudo apreciar una caligrafía limpia y perfecta, sellado al final con el escudo de la escuela. Friedrich miró el documento y reconoció su letra. El duende empezó a cavilar sus palabras mientras lo miraba con aberración.

-Esta es tu propuesta para ocupar el puesto de subdirector. ¿Y sabes por qué la rechacé en aquel momento Friedrich? Porque eras débil, y a día de hoy sigues siendo débil. ¿Crees que alguien así puede ocupar un puesto importante en esta gran escuela? Contesta Friedrich.

Aquello había sido lo peor que le podían haber hecho. ¿Cómo se atrevía? Aquel ser despreciable, aquel engendro de la naturaleza mágica, aquella escoria, aquel espécimen nauseabundo... Mil calificativos despreciables cruzaron su mente en un isntante y, durante unas milésimas de segundos, tuvo el impulso de despotricar contra Brom y de decirle bien claro todo lo que pensaba de él y de su vomitiva especie. Pero Friedrich era lo suficientemente inteligente como para llegar a la conclusión de que no le convenía enfrentarse a alguien que le superara, aunque reconocerlo le doliera como mil agujas clavándosele bajo las uñas, en posición social, dominio de la magia, e influencias.

-...No, señor Brom..- Aunque aquellas palabras tuvieran que salir de su propia boca era peor que hacerle vomitar jugo gástrico.- Desempeño muy bien mi papel de profesor así que tomé la decisión de aspirar a un rango más alto...

-Demasiado alto, Friedrich, te caerías de la cima antes si quiera de sentarte en el trono.

-...¿Es que aspirar a algo mejor ahora es algo malo? Tengo capacidades, pero no se me ha permitido probarlas ni demostrarlas. Esa queja no tiene fundamento: trato a todos los alumnos con la misma disciplina estricta, como siempre ha sido en este centro.

-¡INEPTO, INCOMPETENTE! Siempre hundiéndote en tu propia miseria por tu ignorancia. Te crees superior por estar en donde estás y no caes en la cognición que estás por alimentar tu ego. Ansías un poder que no te mereces, y que nunca podrás manejar, porque te queda grande.

Miró hacia la mesa, para apreciar en reloj compuestos de varios tubos de arena. Hizo desaparecer todos los pergaminos en la mesa dejándola ordenada. Pronunció otras palabras y la sala tomó su habitual aspecto. Poco a poco iba desapareciendo el vaho de las critaleras, dejando caer unas pequeñas gotas de agua debido al cambio de temperatura.

Volvió a mirar a Friedrich. Armándose de la mejor serenidad y paciencia que el duende disponía, le indicó que no le replicase.

-Silencio Friefrich. Quiero que erradiques este malentendido lo más pronto posible. Hoy solo es un aviso. No esperes que vuelva a pasar por alto una incompetencia como esta una vez más. La próxima vez tomaré medidas drásticas.

El alemán se incorporó con lentitud y comenzó a abrocharse de nuevo el cuello de su uniforme, tapando minuciosamente cualquier pequeño espacio en el que pudiera visualizarse algo de su blanquecina piel. Se irguió en la silla, manteniendo aquel porte tan característico suyo pero que en aquellos momentos resultaban un poco forzados.

-Cómo ordene, señor Brom. No volverá a suceder...

Mantenía muy bien la sangre fría a pesar de estar aún sofocado por el calor que antes impregnaba la estancia. Su amplia frente estaba recubierta de pequeñas perlas de sudor y las mejillas, normalmente pálidas y rígidas, estaban levemente sonrosadas...

-Si eso espero.

Caviló unos segundos y empezó a rebuscarse entre los bolsillos de su chaqueta de terciopelo. Sacó con cuidado un pequeño sobrecito que lo colocó justamente delante de aquella figura de pie esperando su sentencia final.

Ya era bastante tarde, pero aún se filtraban algunos rayos de luz que de filtraban por las grandes vidrieras. Aun así gran parte de la estancia permanecía en un aire de sombras, que daba aquella sala un halo misterioso.

Con la mirada, invitó a que abriera el sobre. Con sus finos guantes sacó una pieza muy extraña. Tenía forma de llave. Era alargada y tenía forma de ala. En su empuñadura se podría apreciar una hilera de rubíes que brillaban de forma inquietante en la oscuridad.

-Friedric, quiero que hagas una copia exacta de esta llave y te quedas con la original y la… ocultes como tú sabes hacer. También me gustaría pedirte que este tema no lo mencionases, ya que las paredes del castillo pueden ver. Y sobre todo, ni una palabra a Ludwika.

El alemán evaluó con ojo crítico la imagen que aquel utensilio ofrecía. Su superficie pulida pero opaca denotaba que el material del que estaba hecho no era algo que los humanos manipularan con frecuencia. El tacto era frío pero, no sabía si era su imaginación o no, a través de su espeso guante notaba una especie de vibración, como si aquella llave palpitara entre sus dedos. No hacía falta que Brom le indicara la procedencia de dicho artilugio: su propia aura hablaba por sí solo.

-El silencio es una gran virtud, señor Brom.- Espetó Friedrich con aparente frialdad mientras volvía a introducir la llave en aquel sobre, lo cerraba herméticamente con un hechizo y, posteriormente, se lo guardó bajo las ropas. Aquello no le gustaba en absoluto. Se veía de lejos que el duende estaba haciendo algo a espaldas de la subdirectora y quien sabía si incluso estaba conspirando contra el director.

Pero el gran director lo sabía todo. Lo veía todo. Lo oía todo. Si el gran director no se manifestaba lo más probable es que, hiciera lo que hiciera aquel duende, no iba en contra de sus principios.

-"Aunque el director debería a aprender un poco más sobre dónde y cuándo manifestarse."- Pensó el alemán con amargura mientras se levantaba de su asiento y le dedicaba una reverencia a su superior.-Si no desea nada más, me retiro. Aunque hay una última cosa que me gustaría saber, señor Brom.- El profesor de transformaciones sintió la penetrante mirada del duende sobre él, provocándole un intenso escalofrío que supo disimular.- ¿Quién es el alumno que ha puesto la queja? Nadie me ha informado de su persona...

Hizo aparecer un documento delante de la mesa. Lo revisó un segundo y se lo extendió. Miró como lo cogía con aprensión y como cambió su cara en pocos segundos.

-Espero que comprendas ahora la gravedad de tu fallo. Ahí está el motivo por lo que estás ahora en este despacho. En ese informe está declarado con todas señales el motivo de la queja. Solo espero que a su vez te haga recapacitar todo lo que hemos estado hablando.- Hizo una pausa, y miró que todo estaba en orden en su despacho.- Quiero que hables primero con algún prefecto y después tomes las medidas necesarias. Y si me disculpas, me reclaman otros quehaceres.

Con todos los puntos aclarados, Brom se retiró de su gran sillón y lo colocó perfectamente delante de la mesa. Empezó a dar vueltas sobre sí mismo y se desvaneció, dejando solo en el despacho a Friedrich mientras arrugaba con ira aquel trozo de documento.