Bajo cero

Entró a toda prisa y lo primero que hizo fue abalanzarse contra el lavamanos. Apoyó sus extremidades a ambos lados y se miró en el espejo. Su rostro parecía una esfera reluciente y sudorora.

Sin pensarlo dos veces, metió la cabeza bajo el grifó y lo abrió al máximo, dejando que el agua fría intentara alejar aquellas sensaciones de su cuerpo. Porque en ese momento, en aquel lugar y con las personas con las que estaba, lo último que quería era dejarse llevar por el mismo calentón que le dominó aquella tarde en el despacho de Izabela.

Entró y Boris se giró hacia él, todavía con la cabeza bajo el grifo. Una serie de pensamientos indecorosos le cruzaron la mente al verle con el pelo suelto, mojado y pegado al rostro enrojecido por razones que conocía de sobra.

"Por Merlín, que es un compañero de trabajo..."

Miró a otro lado.

- Me tiraste la bebida encima... - se justificó el inglés.

-Jajajajajajaja...

¿"Jajajajajajaja" de qué? En aquel momento lo único que quería era que le tragase la tierra, pero el suelo que pisaba parecía no tener intenciones de apiadarse de él y de su ridícula y embarazosa situación.

-Perdona... -Dijo haciéndose un lado para dejarle espacio en el lavamanos. Cogió con torpeza algo del papel secante que tenía justo a su lado y se lo tendió. -Parece que estoy destinado a volcar todo líquido que tenga cerca encima tuya...

- No pasa nada...

Cogió el papel e hizo ademán de acercarse al lavamanos. Como estaba más preocupado por no hacer la situación más incómoda de lo que ya era, no se fijó en el suelo mojado. Sin pensárselo, se agarró a lo que tenía más cerca, es decir, Boris, que acabó acompañándole en su caída.

De pronto se encontró cara a cara con su compañero. Demasiado cerca por cómo se encontraban ambos.

- Por lo menos no te has caído tú esta vez... ¿no?

-Jajajajajajaja...

La misma risa estúpida, como si acabaran de darle al botón de repeat en un radiocassette antiguo. En aquella postura, observando el rostro enrojecido de su acompañante, apenas había cabida para el disimulo. Sentir la erección del profesor de Defensa contra su rodilla fue algo que le excitó aún más.

Con las gafas torcidas, sus ojos se encontraron con los del albino.

-Mi-Michael...

En ese momento, le daba igual estar en el suelo de un baño. Le daba igual que la persona que estaba allí con él fuese un compañero de trabajo. Le daba igual lo que fuesen a pensar los demás que los esperaban en la mesa.

"Estoy pensando como un adolescente con las hormonas revueltas..."

Y su cuerpo estaba respondiendo de la misma manera.
Ahora que lo tenía tan cerca, se estaba dando cuenta de por qué tantas alumnas suspiraban por el profesor de Estudios Muggles.

- Boris...

Sin pensarlo, unió sus labios con los del lituano.

Y ese preciso instante, y por llevar la contraria a todas las novelas eróticas, solo unas palabras pudieron cuzar la nublada mente del profesor de Estudios Muggles.

-"A la mierda".

Abrió su boca y dejó que su acompañante le siguiese el juego. El género de este, su persona y la relación que mantenían valía menos que el trozo de papel higiénico que Michael había intentado coger con anterioridad.

Llevado por las ansias de profundizar aquel contacto quiso erguirse en el suelo, pero la superficie resbaladiza mezclada con su habitual torpeza y sus sentidos embotados por aquel maldito fruto seco le impidieron su cometido, ganándose un pequeño cabezazo contra el suelo.

-Joder... -Fue lo único que pudo exclamar, dejando escapar el cálido aliento de su acompañante junto a un brillante hilillo de saliva que conectaban ambas bocas.

- Mejor quédate donde estás...

Michael aflojó la corbata y desabotonó los primeros botones de la camisa del profesor de Estudios Muggles para luego lanzarse sobre su cuello.

"Si entrara alguien ahora..."

Sin embargo, al contrario de lo que hubiese esperado en condiciones normales, aquella idea le excitó más todavía.

"Que pase lo que tenga que pasar..."

Su cabeza se encontraba sumergida en un torbellino de sensaciones que le impedían razonar con normalidad. Simplemente, su craneo en ese momento parecía estar más vacío que el apartado de tiritas de su botiquín.

Las manos de su acompañante se le antojaron terriblemente frías en comparación a la temperatura que él sentía en su interior. Con impaciencia, guió aquellos blancos dedos a sus oscuros pezones, deseoso de que los tocase como a él le gustaba.

Con la otra mano logró aflojar el cinturón del profesor de Defensa contra las Artes Oscuras y deslizar su palma hasta aquel miembro tan similar al suyo.