Nudo papillon

Había pasado casi un mes desde lo acontecido la noche de Halloween. Un mes de comerse la cabeza. Un mes de mirar fijamente y desviar la vista violentamente de su profesor de Transformaciones, jefe de la sección masculina, jefe de estudios. Un mes salpicado de remordimientos punzantes y deseos húmedos hacia el mismo hombre. Hasta que el adolescente tomó una decisión.

"Si él no da el paso de hablar, lo doy yo."

No había reproche en su decisión. Él comprendía que la situación de el führer debía ser más delicada que la suya, por no mencionar las tareas propias de profesor/jefe de estudios/jefe de la sección/führer/militar/facha/domador de fieras/etcéteras varios.

Aquel día después de la clase de Transformaciones (y después de haber hecho un trabajo excelente para ponerlo mansito), se rezagó a posta para poder acercársele y pedirle hablar. Y ¡oh milagro! ¡HABÍA ACCEDIDO! Y claro después de la felicidad suprema tras haberlo logrado, vino arrollando como estampida de rinocerontes el quid de la cuestión:

El MIEDO.

Plantado frente a la puerta de von Gottlieb, Stephan no se atrevía a llamar. Dio gracias a que el profesor lo hubiera citado a la hora de merendar, ya que, mientras todos estaban rellenándose en el comedor, él estaba ahí solo sin miradas interrogantes y preguntas comprometedoras, dudando hasta el último segundo de lo que hablar cuando le viese la jeta.

Sonó el carillón de la sala y del sobresalto se le escapó un gritito. Lo había oído. Ya no había ni excusa ni escapatoria posible.

"Que Dios me coja confesado. Y me cago en la puta leche de mis ideas. Muy valiente en la teoría pero ahora estoy que no me llega la sangre a la coronilla, coño."

Llamó a la puerta.

-¿Se... se puede?

Había llegado el momento, pero lo último que se hubiera esperado es que lo primero que fuese a escuchar de la boca de aquel alumno con el que había cometido el desliz durante la noche de Halloween fuese aquella especie de grito agudo cual roedor a través de la puerta de su despacho. Aquello solo consiguió ponerle más nervioso de lo que ya estaba.

Sentado en su escritorio, tuvo que tragar saliva un par de veces antes de conseguir adoptar su pose estándar y hablar al mismo tiempo.

-Adelante.

El muchacho cruzó el umbral con lentitud para luego cerra la puerta tras de sí, y aunque su orgullo parecía reacio a permitirlo, el profesor tuvo que agradecer que el alumno no le mirase directamente a los ojos igual que él mismo había hecho desde aquella noche...

-Siéntate, Keehl. -Von Gottlieb se sintió algo más seguro al escuchar a sí mismo actuar con casi total normalidad. Casi. -Bien... -¿Bien qué? ¿Qué podía decirle en aquel momento? Estaba tan tenso que era incapaz de poner en orden las ideas en su cabeza ya que, cada vez que miraba el rostro de aquel adolescente, un torrente de sensaciones contradictorias lo ahogaban desde dentro.

-¿De qué quieres hablar? -Era evidente de qué, pero él era incapaz de dar el primer paso. No por orgullo. No por cabezonería. Simplemente, porque no sabía que decirle.

-Bueno, yo... -La voz le temblaba. Stephan maldijo para sus adentros de la catastrófica apertura de conversación.

Pero ¿qué decir en una situación semejante? ¿Cómo abordarle? No era fácil decir en alto lo que habían hecho en aquel lavabo, aunque ambos lo supieran y muy bien. Y menos aun las noches en vigilia, los días abstraídos, las fantasías húmedas y los remordimientos ardientes. Y todo aderezado con un "¿por qué?"

Porque Stephan sí sabía que había sentido algo. Muchas cosas. Tantas que no se veía capaz de explicarlas. Solo de pensarlo sentía que le faltaba el aire y que se le nublaba la vista. De hecho comenzó a sentir sofocos y escalofríos al enfrentarse con aquella mirada clara y aguda.

"No puedo. No voy a poder." El corazón retumbaba en sus oídos con violencia. "No puedo hacerlo. Me va a dar algo." Las rodillas le temblaban. "Si no doy el paso me va a echar. Y no quiero tener que pasar por esto otra vez."

Se aclaró la voz y se lanzó.

-Creo que... esto, profesor... Tenemos algo de lo que deberíamos hablar. Ya ha pasado un mes desde lo de Halloween... Creo que no deberíamos seguir escondiéndonos... ¿no?

Escondiéndose.

Aquella palabra pareció hacerle reaccionar ya que sintió como si su tensión amainase levemente, dejando las piernas más caídas y las manos menos apretadas. Ni se le había pasado por la cabeza que se hubiese escondido de algo (estuvo en todas sus clases, no abandonó ninguna de sus tareas extras, incluyendo aquella insulsa charla con el profesor de astronomía) pero en su interior sabía que ese chico había acertado otra vez.

Se había estado escondiendo. De lo que había hecho y lo que había sentido.

-Ya... Escondiéndonos. -El hombre fijó sus ojos en el rostro del alumno quien lo observaba con la cabeza levemente inclinada hacia delante, dejando sus ojos parcialmente ocultos tras una cortina de cabello blanco. -El problema no es que nos hayamos escondido. El problema es qué hacer después de salir del escondite.

Como dos conejos asustados que solamente asomaban levemente la cabeza para ver qué esta ocurriendo en el exterior y sin aventurarse a exponerse a ser cazados por algún depredador. ¿Pero quién era el depredador de quién?

-No sé qué debo decir en esta situación, Keehl. Nunca me había ocurrido algo así en toda mi carrera. -El profesor de Transformaciones intentó explicarse a pesar de que aún no sabía que era lo que tenía que decir. -En principio, me gustaría dejar claro que no soy el tipo de hombre que va haciendo esas cosas por ahí con menores. Además, con todo esto el que puede salir peor parado soy yo.

-No lo he puesto en duda. -Stephan cogió algo más de confianza al ver que, al menos en principio, la conversación estaba llegando a buen puerto, y eso de momento le bastaba. -De eso, aunque no lo parezca, soy consciente.

Se cruzó de piernas y puso sus manos entrelazadas sobre la rodilla que quedaba por encima.

-No se crea que yo soy de los que van intentando foll... -Una breve pausa para medir sus palabras y corrió para superponer otra sobre la malsonante. Lo que le faltaba era cagarla ya que la cosa empezaba a ir bien. -... hacer según qué cosas con mis profesores... ¿sabe?

-Yo tampoco he puesto eso en duda.

Y era cierto. Bastaba con recordar toda la conversación anterior para darse cuenta que aquello no iba con ninguna finalidad más que la de hablar. Que tras tratar determinados temas la situación se torciese en esa dirección fue algo fortuito.

Von Gottlieb cerró los ojos unos segundos. Inspiró con lentitud y dejó escapar el aire con algo de nerviosismo mientras cruzaba sus manos sobre la mesa, dejando previamente la fusta a un lado de la mesa.

-Aquello fue un error así que lo mejor sería que lo olvidásemos, los dos. En tu caso será fácil siendo como eres un adolescente. Tenéis capacidad innata para eso. -Aclaró con un deje de amargura en su voz.

Intentaba mantener su porte frío e impasible, pero flaqueaba. Porque al mirar esa cara recordaba su expresión al gemir, su voz al jadear y la sensación fantasma de su interior lo invadía como si de una ola se tratase.

Parecía que el alumno no iba a ser el que más dificultades fuese a tener al intentar sumir aquel suceso en el olvido.

-Eso de "olvidar" no lo dirá por mí. -Stephan saltó a la defensiva con aquel comentario, demasiado para su gusto. Pero las palabras le estaban haciendo daño en la boca, urgiendo por salir de ella. -Yo no voy a olvidarlo. Aunque quiera no lo voy a hacer.

Ahora era Stephan el que se estaba viendo invadido por aquellas sensaciones que lo habían estado volviendo loco durante todo el mes. Ese dolor placentero que le hizo perder la cordura. La respiración de ese hombre sobre su cuerpo. El sabor de sus besos. Ese flequillo rebelde que se le pegaba a la frente...

Y la sensación de haber conectado al máximo. Hasta el extremo. Haber deseado abandonarse en otra persona sin temor ni control. Estaba necesitando de nuevo ese abrazo.

-Es imposible... Quizás para usted haber tenido sexo conmigo no ha sido para tanto, cosa que puedo comprender. Pero para mí no ha sido así...

-¿Qué estas insinuando con eso de que "no ha sido para tanto"? -Respondió con la voz cargada de ofensa. Aquello le había molestado, mucho más de lo que se iba a reconocer a sí mismo.

-Dices que comprendes mi situación, ¿y ahora me sueltas eso? ¿Crees que estoy satisfecho con lo que ha pasado? ¡¿Que me da exactamente igual hacerlo contigo que con cualquier otro?!

Estaba perdiendo los estribos. Apretó las manos con fuerza hasta hacerse daño en sus propios nudillos. Fue una reacción exagerada, pero así logró calmarse lo suficiente como para no saltar sobre aquel alumno y hacerle lo primero que se le viniese a su confusa mente.

-Entonces... -Dijo al fin con algo más de calma. -¿Qué significado tiene eso para ti?

Stephan no comprendía la irritación repentina de su profesor, así que intuyó que von Gottlieb acababa de tomarse sus palabras de mala manera. Sin embargo le parecía desorbitado ponerse así por una frase como aquella.

"Vale, Stephy, te expresas como el culo y ya la estás liando." Se intentó calmar a sí mismo. Tomó aire profundamente.

-Quería decir que solo soy un niñato y que no tengo experiencia en estas cosas, nada más. Que su situación es delicada por eso de profesor/alumno y lo que se le tiene que pasar por la cabeza, yo no he menospreciado nada. -Se disculpó bajando la vista, como si viera algo interesante en sus manos, que retorcían la tela del pantalón. -Quizás no tenga la suficiente conciencia como para ponerme más en su piel, lo siento...

Estaba hablando ya sin coordinar, y un fuerte nudo empezó a ahogarlo pidiendo a gritos llanto. Stephan estaba realmente harto de ser un llorica ansioso con demasiados sentimientos dentro. Se contuvo lo que pudo, aunque sintiendo el temblor en su visión empañada.

-Lo siento. Ha significado mucho para mí...

Otra vez aquello. Otras vez esa sensación desagradable y fuera de lugar. En vez de regocijarse en ver a un alumno sometido ante su presencia, ese muchacho lograba hacerle sentir lo opuesto. Tenerlo frente a él de aquella forma, temblando y mirando hacia ninguna parte, le provocaba un malestar similar al de insectos revoloteándo en su aparato digestivo.

El profesor de Transformaciones, por primera vez en mucho tiempo, desvió la vista levemente mientras su ojos adquirían un matiz azul oscuro, similar al del anochecer.

-El problema aquí es que para mí también ha significado algo, aunque no sé aún el qué...

A Stephan le dio un vuelco el corazón con aquella confesión. No podía descifrar sus emociones, bulliendo salvajemente en su interior, como un gran corazón palpitante que hubiese tomado control de su cuerpo desde dentro.

Elevó la vista y miró el extraño color de ojos de su profesor. Se sorprendió por el cambio de expresión que podía lograr un matiz diferente en algo tan pequeño de la anatomía.

Movido por un impulso que no quiso detener, alargó su mano hasta que sus dedos rozaron levemente los de la extremidad ajena que reposaba en aquella austera mesa.

-Algo ya es algo... -Y sonrió.

Para él, aquella pequeña mano en comparación con la suya se deslizó a cámara lenta, dejando una leve estela tras de sí. Contuvo el aliento durante la eternidad que duró aquel movimiento y sus pulmones no parecieron volverse a poner en funcionamiento hasta que aquellos dedos blancos se posaron en los suyos. Era imposible, pero su mente recreó con tanta exactitud la temperatura y la textura de aquella mano que casi podía jurar que la sentía sobre la suya propia.

-Algo peligroso... -El profesor, haciendo acopio de su fuerza de voluntad, ignoró el deseo de acoger esa extremidad entre las suyas para romper aquel contacto. El gesto fue forzado y lento. -No está bien, te lo dije entonces y te lo repito ahora. Aunque se sienta bien... esto está mal.

-No creo que nadie tenga derecho a decidir sobre lo que está bien y lo que está mal.

Stephan lo miraba con intensidad mientras alargaba la otra mano. Durante unos segundos odiaba aquel muro invisible que le impedía ponerse en pie y situarse a su lado para poder intimar un poco más y así acompasarse con las necesidades de su corazón.

Quería tocarle las manos con naturalidad. Quería mirarle a los ojos de cerca.

-Somos dos, los dos nos sentimos bien y nadie más ha entrado aquí. ¿Qué tiene de malo? -Stephan se mordió inconscientemente el labio inferior, haciendo gala de sus involuntarios gestos conejiles. -Si le da cosa porque me pueda ir de la lengua, no lo voy a hacer. No lo he hecho nunca antes y no lo voy a hacer...

Se detuvo en su narrativa. No quería haber tenido que decir algo así. ¿En qué estaba pensando? Se maldijo para sus adentros temiendo que su profesor fuera a pensarse lo que no es. Y con esas reflexiones que lo atacaban, notó cómo se le descomponía la expresión de su rostro.

-... a-ahora...

Friedrich no entendió aquel repentino cambio de actitud, pasando de un estado relajado y conciso a uno tenso y temeroso.

-Estamos hablando de moralidad, no de que te vayas a ir de la lengua o no. -Respondió el hombre con trémula. -Podría ser tu padre... -Aquellas palabras le dejaron un regusto amargo en el paladar. -Debes estar confundido. Te sentiste bien aquella noche y estás sacando las cosas fuera de su cauce. No es bueno dejarse llevar por ello.

Stephan suspiró para sus adentros. No se lo había tomado mal. Pero ¿qué demonios se podía sacar de contexto de esa frase? Se tachó de paranoico y volvió al presente con aquello último que le había soltado su profesor.

Y entonces decidió sincerarse en profundidad. Abrirle su corazón a pesar de las consecuencias. Él había visto a través de su máscara, por tanto esconderse no haría más que atrancar la rueda.

Y no quería esconderse de él. No de él.

-Llevo un mes dándole vueltas a la cabeza a todo esto. Quizás esté sugestionado por lo que pasó entre nosotros... Quizás. Pero aun así yo estaría dispuesto a intentarlo.

Se recostó sobre la mesa tendiendo sus manos agarrando con fuerza la enguantada de von Gottlieb. El tacto del guante le provocó una sensación de insatisfacción. Las yemas de sus dedos estaban enamoradas de la superficie de esa piel.

-Dice que podría ser mi padre. -"Le saca una década a mi padre." Pensó de manera fugaz más como anotación que como algo que le preocupase. -No es algo que me importe. Además de que usted no se ve como un "viejo verde". -Se rió. -Todo lo contrario. Yo mataría por tener ese vientre. Perdón, me desvío.

Tuvo que mirar a los ojos desconcertados de von Gottlieb y apretar su mano para volver a llenarse de valor para continuar con lo que le quería decir.

-Te estoy diciendo que he pensado en ello. -Su voz, cuando empezó a tutearle, sonó tan suave y confidente como cuando intimaron en la noche de Halloween. -Día y noche. No me he podido librar de las sensaciones y los sentimientos. No sé qué puedo hacer para demostrarte que quiero intentarlo. Quiero demostrártelo en serio. Y no voy a cambiar de opinión.

Aquel adolescente le estaba sujetando la mano con las suyas y, sin embargo, la sensación que le provocaba aquel gesto se asimilaba más a una soga alrededor de su cuello. Una soga resistente que tiraba de él con la suficiente fuerza como para que no pudiese escapar, pero sin el exceso suficiente como para desear que dejasen de tirar.

Le dolía el pecho. Le dolía tanto que casi podía jurar ante toda la institución de que este fuese a abrírsele y dejar salir aquel tumulto de sentimientos con la arrolladora fuerza de un incendio descrontolado.

Friedrich lo miró a los ojos.

-Te vas a arrepentir... -Sus dedos dejaron que los del muchacho se cobijaran bajo su palma.

Sonrió al sentir cómo los dedos de von Gottlieb le abrían paso a sus manos para poder acomodarse entrelazándolas con las de él.

Toda aquella dura insistencia de su profesor para mantener su postura con respecto a la relación que ambos llevaban no le pillaba por sorpresa. Sin embargo era ese deje de "quiero y no puedo" que el adolescente estaba viendo lo que lo impulsaba a ahondar un poco más.

No quería entrar a la fuerza. Solo quería poder aferrarse a su sitio.

-Para mí merece la pena intentarlo. -Un breve silencio en le que las manos de Stephan profundizaron el agarre. -¿O es que soy muy poca cosa para ti?

Le estaba provocando, y de forma muy evidente.

Friedrich dejó la mano inerte bajo la presión del adolescente, mostrando una extraña sumisión ante sus gestos y sus palabras porque, en el fondo, estaba convencido que en poco tiempo se arrepentiría. Cuando se percatara del mundo que los separaba, la influencia que la diferencia de edad haría entre ellos y la inmensidad de problemas a los que se tendría que enfrentar, acabaría dando su brazo a torcer.

Interiormente quizás debía reconocerse a sí mismo que era eso precisamente lo que él deseaba. Aquel extraño vínculo nacido de ninguna parte le instigaba a seguir pero sabía que aquello era imposible. Lo mejor sería aprovechar el momento.

Hasta que ese joven de dientes conejiles se arrepintiese de estar con él.

Hasta que todo se le viniese demasiado grande.

Hasta que le tuviese miedo y fuese incapaz de volver a mirarle a la cara.

-No he dicho nada de que seas poca cosa... -El hombre se echó hacia delante y clavó sus afilados ojos en los del otro muchacho. Un duelo de miradas en toda regla. -Solo te he advertido de que acabarás huyendo como un conejo asustado.

-Das las cosas demasiado por sentado. -Respondió Stephan con calma.

Pero esa calma estaba bien lejos de su estado real. Le irritaba que alguien diese por sentado las cosas, desoyendo sus argumentos y sus intenciones. Con un deje egocéntrico muy común en todas las personas como el "yo no soy como los demás" que el adolescente se lamentaba por tener. Sin embargo aquel hombre no tenía ni idea de lo que sentía, de sus vivencias y su voluntad. No sabía nada.

Se lo quería demostrar. Pero sabía que si insistía en aquello, la sonrisa de von Gottlieb se haría más ancha, como diciendo "la competitividad a este nivel es de críos". Así que no iba a caer en sus provocaciones.

-Sea lo que sea el tiempo le dará la razón a uno de los dos. Quizás me estés diciendo todo esto para intimidarme, y así quitarme de encima de manera pasiva, y en el fondo henchir tu orgullo por "haberme ganado". ¿No es así como funcionas, Friedrich?

Un leve tic en el ojo derecho y el espasmo que sufrió su mano vinculada a la de aquel muchacho denotaron que acababa de pillarle de pleno, y para más inri, por sorpresa.

Hacía mucho tiempo que alguien no le llamaba por su nombre de aquella manera.

Sin soltar aquella mano, Friedrich se giró levemente hacia su izquierda, dejando una brecha abierta entre el escritorio y él.

-Ven aquí, Stephan.

El adolescente se levantó y obedeció a su profesor. Se aproximó y se situó a su lado, frente suyo, con porte sereno y algo sobreactuado.

Stephan se había ido relajando gradualmente según había hablado con él. Sin embargo verse al otro lado de ese escritorio le estaba abrumando más de lo esperado. Sin embargo no bajó la cabeza ni se intimidó. Porque cuando ese hombre iba a intimidar, realmente mostraba un aspecto bien distinto al que poseía en esos momentos.

Se acarició las puntas del cabello y su blanco cuello.

-Dime.

Friedrich, sujetando aún aquella extremidad entre sus dedos enguantados, tiró levemente de él para indicarle que se acercarse un poco más. El alumno, aún con aquella sonrisa de suficiencia, se dejó guiar por la mano del más mayor hasta que apenas unos centímetros los separaban el uno del otro.

Sin apartar los ojos del adolescente, el profesor de Transformaciones usó su mano libre para desabrochar parcialmente la parte superior del uniforme. Una vez hecho, el alemán apoyó su rostro en el vientre pálido de Stephan mientras palpó su cintura con las manos.

A pesar de la rabia que le provocaba aquel pensamiento, de esa manera parecía que era el alumno quien controlaba la situación y no él.

Stephan siguió allí de pie e inmóvil, sintiendo el roce del liso y sedoso cabello de su profesor sobre su piel desnuda, ligeramente de gallina por el cosquilleo.

Posó una de sus manos en la nuca de von Gottlieb, y con la otra comenzó a acariciarle la cabeza con suavidad y sin despeinarle. El corazón le dio un vuelco al desplazar las yemas de sus dedos por aquel cuero cabelludo con aroma aterciopelado.

Aferró la cabeza del profesor más fuerte contra su cuerpo para impedir que se interrumpiese ese contacto. Con expresión inamovible continuó acariciándolo como si de un gatito se tratara.

No sabía bien cómo reaccionar ante aquello.

Era consciente de sobra que no debía de bajar la guardia ante nadie si no quería arriesgarse a tirar por la borda todos sus esfuerzos invertidos por ser una persona respetable y temida, pero aquellos finos dedos acaricándole la cabeza le provocaban una serie de espasmos tan placenteros que su cuerpo le instigaba a dejarse llevar por aquellos agradables sensaciones.

-Stephan... -Su voz, retumbando en aquel vientre liso y blanco, le pareció lejana y extraña.

-Siéntate sobre mí...

Stephan le sonrió claramente, aun en silencio. Se aproximó a él y con las piernas abiertas se sentó encima de von Gottlieb, quedando cara a cara con él. Para no perder el equilibrio extendió los brazos y con las manos se sujetó fuertemente al respaldo de la silla.

No pudo evitar lanzarle una mirada afilada a Friedrich. Porque aunque pudiera ser temible en el silencio como una serpiente, sabía en ese momento dónde lo tenía. Y eso le hacía sentirse muy bien.

Por otra parte estaba cohibido y abrumado con todos sus sentimientos, porque una parte de él deseaba abrazarle y ser abrazado. Mendigar ese calor que sabía de sobras que él tenía.

Pero no.

"Un buen jugador nunca levanta las cartas en cuanto ve una brecha. Un buen jugador tira y tira y tira hasta el extremo."