Confidencias forzosas

En cuanto Aaron la dejó para encargarse de todo aquel lío, salió de allí casi corriendo. Era como si hubiese acabado de despertar de un maldito trance. No era capaz de soportar la vergüenza, sentía como si no llevase la máscara, como si de algún modo se hubiese delatado. Lo cual era ridículo, ya que lo que había hecho (y sentido, dicho sea de paso) no era para nada lo que solía hacer.

Necesitaba ocultarse. Ocultarse, calmarse... Y analizar qué demonios le había pasado hacía escasos minutos. Su corazón todavía estaba acelerado. Y la verdad, sentía algo desagradable y pringoso en la entrepierna.

Se apresuró a meterse en uno de los “cubículos del amor”, y cerró las cortinas. Por su cabeza pasaban mil cosas a la vez, pegándose empujones entre ellas, pero no era capaz de prestar atención a ninguna. Estaba tan ensimismada que no se había dado cuenta de que allí ya había alguien, así que cuando logró recuperar un poco de aliento, y se dio la vuelta, dio un sonoro respingo al verle .

Parecía un enorme pájaro negro. Estaba tirado de cualquier manera en el sofá, jugueteando con una de las manzanas de aspecto podrido en una mano, y una copa de ponche en la otra. Vació su contenido de un trago.

“Oh, no, una copa de ponche” Pensó, notando el bulto de la entrepierna del chico. Tarde o temprano habría que llevarlo a la enfermería, y para entonces ella no podía estar allí.

Al principio no se atrevió a decir nada, y el chico parecía querer ignorarle... O quizás ni siquiera se había dado cuenta de su presencia allí. Debió haberlo dejado estar así, pero no, le tuvo que preguntar:

-¿Quién eres? ¿Te encuentras bien?

Kyo se había pasado gran parte de a fiesta sentado en aquel cubículo, apartado de a fiesta. Prácticamente se le había agriado el humor y no le apetecía seguir divirtiéndose… a su forma.

Pero de improviso le interrumpió una persona: la chica de cabaret.

Dado que la recordaba perfectamente en compañía del pequeño travestido, no le hacía gracia su presencia allí, y más cuando había traspasado en su pequeña intimidad.

Decidió no decirle nada y juguetear con la manzana y de un solo trago bebió lo que le quedaba de ponche. Fue entonces cuando la chica se giró y dio un respingo al verle. Hubo unos minutos de silencio hasta que pudo oír:

-¿Quién eres? ¿Te encuentras bien?

Se giró. La chica tenía una mano en el pecho y se escuchaba muy fuerte su respiración…
“¿Está excitada? O ¿ha corrido por venir a último sitio más escondido de la sala?...”

-Hola a ti también. – Actuaba de forma prudente, aunque sus palabras sonaron de forma sutil y ronca.- ¿Y por qué me tengo que encontrar mal? Las penas es mejor ahogarlas.

En aquel momento no le importaban mucho los buenos modales. Aunque ella fuese la última en haber llegado allí le molestaba la presencia de aquel chico. Quería estar sola, pero al parecer no podía ser así.
-Si tienes penas que ahogar, no puedes estar muy bien, ¿no? –dijo sin más, no tenía ganas de pensar antes que hablar ahora mismo- Además, ¿qué quieres que piense si estás tirado ahí de cualquier manera, como un si fueses un muñeco de trapo?

No es que quisiera meterse mucho en la conversación, ni siquiera estaba prestándole tanta atención como debería. Se distraía mirando de reojo por una mínima rendija de las cortinas, para ver el desarrollo de los acontecimientos del exterior.

No podía creer lo que oía.

Kyo se quedó sin decir una sola palabra por la contestación. Dejó de mirarla y empezó con un dedo a dar vueltas la mazana, aunque esta se tambaleaba bastante

-Por esa razón estoy solo en un reservado sin molestar a nadie. Así que si no te gusta, puedes cruzar la pista de baile e ir a buscar otro reservado vacío, porque yo no tengo que pagar si te han dado calabazas.

Dio un pequeño respiro. Definitivamente hoy se le había agotado toda la amabilidad que tenía.

En cambio la chica dio otro pequeño vistazo entre las cortinas, y continuó allí de pie a la espera…

Desde luego... Aquel muchacho era un completo idiota. Una le pregunta si le pasa algo (por un mero arranque de prefecta, que por cierto debería haber suprimido) y le saltan con esas.

A ella nadie le había dado calabazas. No, más bien todo lo contrario, y lo peor era que le había gustado. Se avergonzaba tanto de sí misma, se sentía tan.. vulgar...

Pero de cualquier modo, que le dijesen algo así le molestaba. De alguna manera le hería el orgullo. Quizás fuese porque no era verdad, o quizás fuese por esa extraña necesidad de ser deseable, que había analizado anteriormente en casi todas las chicas de su edad. Esperaba que fuese lo primero, porque si era lo segundo... En fin, sólo serviría para avergonzarse de sí misma una vez más.

Y aún así, aquella noche no era ella misma, así que pensó que podía decirlo, que tenía que dejarlo claro.

-A mí no me han dado calabazas. Pero no quiero que me vean tan ancha por ahí fuera con la que se está armando.

Totalmente mentira, claro. Pero seguramente Aaron empezaría a buscarla a ella, a Eveline, para que le ayudase con aquel desastre, y en estos momentos no podía mostrarse ante él. No más vergüenza en una sola noche, por favor.

¿Cómo podía ser que las cosas se torciesen de semejante manera aquella noche? No era la primera vez que organizaba una fiesta de ese tipo, y de hecho formaba parte del círculo de alumnos de organización de eventos para la escuela, pero jamás le había pasado algo así. Seguramente si no fuese por la situación personal/sentimental por la que estaba pasando, que la tenía totalmente noqueada, ahora mismo estaría furiosa y buscando frenéticamente a los culpables. Y después se acordarían de ella.

Pero lo único que tenía ahora mismo en mente era su vergüenza, su miedo y su confusión. Y el idiota tirado en el sofá, que ya sólo su mera presencia le fastidiaba.

-¿La qué se está armando?...- “…Y, ¿no quieres que te vea tan ancha?” pensó Kyo para sí mismo.

Se intentó reincorporar más cómodo de lo que se encontraba, pero por el esfuerzo y por lo que había bebido le dio un pequeño mareo que hizo tambalearse.

La manzana que rodaba en sus manos cayó y empezó a rodar por el suelo. Lo único que podía hacer era sujetarse la cabeza con las manos.

Le recorrió un sudor frío por todo el cuerpo.

Era imposible que no se hubiese enterado de lo que pasaba fuera, ¿no? Las cortinas no eran tan tupidas. Aunque bueno, él también había sido drogado así que todo era posible.

-Alguien ha alterado el ponche, y ahora todos están... Oye, ¿seguro que estás bien?

Instintivamente se acercó a él, quedando apenas a un paso. El chico se sujetaba la cabeza con ambas manos, como si estuviese a punto de reventarle. Parecía a punto de vomitar, aunque no podía estar segura con la extraña máscara de pájaro que llevaba.

-Deberías quitarte la máscara y tomar un poco el aire.

No, lo que debería hacer era llevarlo a la enfermería, pero no quería volver a pasar por la pista de baile mientras Aaron estuviese pululando por allí.

Se paró un momento y le sujetó del brazo a la intrusa disfrazada. Tenía una muñeca muy fina comparada con su mano.

-No por favor… la máscara no.

Su voz se quebró un poco. Lo último que quería ahora es que de nuevo lo volviesen a reconocer en esa misma noche. Ya bastante era preocuparse por volver a su habitación sin que lo pillasen…

-No estoy bien, pero tampoco quiero volver a mi habitación a estas horas.

Se quedó paralizada por el agarre. Intentó soltarse con sutileza, pero él no la dejaba ir.

-B-bueno -estaba nerviosa, porque se le estaba volviendo a ir la situación de las manos-, si no quieres ir a tu habitación, también puedes ir a la enfermería.

“Como la mayoría de los que estaban aquí.”

Dió un paso atrás, tratando de soltarse, esta vez más enérgicamente, sin resultados.

-Suéltame -ordenó al final, al límite de su paciencia, de su valor, y de su cordialidad.

Le soltó el brazo inmediatamente.

Se quedó un momento aturdido y sorprendido por la orden y las formas con las que salieron aquellas palabras. Por un momento, le pareció que ya había vivido esa situación, con ese tono… con esas palabras.

La chica dio unos pasos hacia atrás a soltarse de las manos de Kyo. Se recolocó la máscara, tomó aire y empezó a pasar sus manos por la falda para alisarla un poco.

-No era mi intención… No es para tomárselo tan apecho.

Volvió a colocarse en el sitio y estiró su cuello hacia el cojín de atrás. Desde esa postura podía verse su boca, y su nuez se pronunciaba más en su cuello.

Decidió pasar de la chica. Las cosas se estaban torciendo ya demasiado y para los cinco minutos que había pasado con la extraña disfrazada, le parecía un completo mar de problemas.

Era fácil, simplemente esa no era su chica para esta noche.

¿Había tenido una reacción exagerada? Seguramente sí, pero todavía tenía los nervios a flor de piel.

-No te ofendas... -tampoco es que le importase si se había ofendido o no, realmente- Esta noche nada está saliendo bien, y eso me pone de los nervios.

Se volvió a acercar a las cortinas, mirando por una rendija. Aaron estaba sacando a todo el mundo de allí como podía, pero aún faltaban unas cuantas personas tiradas por los sofás y el suelo. Tendría que sacarlas una a una con hechizos o algo así.

Eveline suspiró, mordiéndose el labio. Se apartó otra vez de las cortinas.

La ropa interior le molestaba muchísimo. Quería recolocársela (o mejor aún, cambiársela después de un buen baño), pero no veía ningún modo decente de hacerlo. Y aún tendría que esperar un poco más.

Decidió probar si estaría más cómoda sentada. Se sentó en frente del otro chico. Al principio fue incluso más desagradable que quedarse de pie, pero tras acomodarse un poco se sintió mejor. Y puesto que aquella noche daban igual las apariencias, puso los pies descalzos sobre la mesita que los separaba, pues los tenía helados del contacto con el suelo de piedra, y se abrazó las piernas, apoyando la barbilla en las rodillas.

¿Por qué demonios se estaba lamentando de que no hubiese pasado lo que había estado a punto de pasar? ¡Era ridículo! Ridículo, absurdo, estúpido, incomprensible... Inconcebible, vergonzoso, indecente...

A pesar de que no se estaban viendo las caras, se aseguró de que su máscara seguía en su sitio.

“Vamos que al final no has conseguido la cebolleta que querías…”

En otras circunstancias el incómodo silencio hubiera despertado algún que otro comentario y más si es al lado de una chica desconocida que estaba bastante bien.

Pero entre que le daba una mala sensación su presencia y que no había tenido un buen primer contacto, Kyo siguió en su mundo.

En ese momento allí recostado se empezó a encontrar bien: ya por lo menos había cesado de darles vueltas la cabeza. Aunque se preguntaba que efectos podría causarle el ponche… después de todo tenía un muro como sistema inmunológico.

Se llevó la mano a la máscara y empezó a agitar la larga nariz que se no opuso mucha resistencia. Ya había pensado que para los momentos románticos podría estorbar… por eso ideó la máscara en dos partes. Dejó la pieza en el sofá y pudo respirar algo mejor.

En ese momento sus ojos fueron instintivamente a un punto en concreto…

-Esto… se te ven las bragas…

Dio inmediatamente un respingo, e hizo ademán de bajar los pies de la mesa, pero no quería ponerlos en el suelo, así que decidió quedarse como estaba.

-... De todo lo que ha podido pasar hoy, creo que esto es lo que menos me importa -intentó acomodarse la falda para que cubriese su ropa interior.

Ahora también era una exhibicionista, por si no le bastaba con ser “ligera de cascos circunstancial”. Aunque bien pensado, no hacía mucho habían estado haciéndole cosas peores que verle las bragas, y en su momento no le había importado tanto como que aquel chico se las hubiese visto. También añadiría “hipócrita” a la lista.

Miró al muchacho un momento, dándose cuenta de que se había quitado parte de la máscara. Volvió a apartar la mirada. No quería fijarse mucho en él, no quería reconocerlo por accidente. Si supiese quién era, la vergüenza sólo aumentaría.

Volvió a poser la mirada en los pies. Movió un poco los dedos para intentar quitarse de encima el entumecimiento. Se dio cuenta de que no se había sentido tan indefensa desde hacía bastante tiempo. Ni siquiera recordaba con exactitud cuándo había sido la última vez.

Miró de nuevo y vio como a duras penas intentaba bajarse la falda.

-Supongo. Solo tú sabes lo que has hecho… aunque si te sirve tenemos máscaras puestas.

Volvió a saltar a su mente el encuentro anterior y se puso de nuevo a divagar en las consecuencias. La verdad era que había caído en ese círculo, y sabía que no había otra solución para ello…

“Puta máscara… puta niñata”

-Es verdad... -llevaban las máscaras puestas, aunque a veces sintiera que no. Ahora mismo se sentía más segura que allá fuera. Incluso se veía capaz de hablar un poco. Como si él la estuviese invitando a hacerlo al decir lo de “llevamos máscaras”.

-No se trata de lo que he hecho, sino de que siento que de algún modo me han reconocido. Y quien lo ha hecho era la última persona a la que me quería encontrar. Pero apenas me he dado cuenta de eso ahora. Pensaba que esta fiesta sería un juego de niños, y al final la única niña en el juego era yo. Y por jugar con los mayores he salido escaldada.

Volvió a ajustarse el antifaz, sabía que estaba bien puesto, pero no podía evitarlo. Por suerte parecía que Aaron no se había dado cuenta de nada. Pero, ¿qué pasaría en el futuro? ¿Cómo iba a verle a la cara sin que leyese la verdad en ella?

-Menos mal que llevaba la máscara... y que la sigo llevando -dijo con ironía.

-Claro, la máscara…- Volvió a mirarla de reojo a través de la máscara.- Si te has encontrado la última persona que querías encontrarte, es porque en el fondo querías que ocurriese. Pero no te preocupes, a todos nos gusta jugar con fuego, aunque sepamos que nos vamos a quemar… y para eso están las máscaras, para negar cualquier evidencia. El monstruo solo tiene el tamaño del miedo que tú tengas.

Empezó a tener la boca bastante seca. Sabía que era un síntoma de famoso ponche, y aunque se encontraba algo mareado y no podía mantenerse en pie, todavía no le había pasado factura los otros efectos… No sabía si alegarse o no.

Eveline rió un poco. Era una expresión curiosa, esa del monstruo y el miedo. Su monstruo seguramente era enorme y muy feo. Y maloliente.

-¿De dónde sacas esas cosas? Aunque seguro que hablas desde la experiencia, ¿no? Porque esa es exactamente la impresión que das. ¿También te has llevado una bofetada de la ley de Murphy esta noche?

Se sentía más cómoda con aquel desconocido que le había visto la ropa interior, que con Aaron, el muchacho posiblemente más confiable de toda la escuela... ¿Muchacho? Se le olvidaba que era más mayor de lo que aparentaba...

Sin duda las máscaras hacían bien su trabajo.

-¿La ley de Murphy? Esto... si, supongo que si. Hoy es una noche en la que nos convertimos realmente en unos monstruos, sacamos lo peor que hay en nosotros.

Hizo un parón para mirarla y tomar una algo más concluyente sobre ella.

-Y... ¿hoy cómo te haces llamar?