You shook me

Mientras Stephan hablaba, una breve expresión de fastidio apareció en el rostro de Heller cuando el primero cambió de tema tan repentinamente.

"Tché."

Se había escapado por los pelos. Heller sabía que reincidir en un tema peliagudo como parecía ser el de Stephan resultaría una descomunal desfachatez por su parte, añadiendo el factor de que se habían conocido escasos momentos antes. Era, por supuesto, mucho mejor tratar temas más banales con un recién llegado e indagar con posterioridad: eran compañeros de habitación, tenía tiempo de sobra.

Pero, al fin y al cabo, la noticia de una fiesta de Halloween había despertado su curiosidad, a pesar del disgusto previo, y su carita parecía haberse iluminado con entusiasmo por el evento. Ya tenía bastantes dudas que necesitaban esclarecerse, como si de repente alguien le hubiese dado cuerda y dejara a un lado todas las argucias de antes.

-¿Ah. sí? Con que clandestina, ¿hm? ¿Qué quieres decir con "por llamarla así"? No habrá ningún problema, ¿no?

-Sí, verás, te explico.

Cambió la posición de sus piernas y se acercó bastante más a Heller. Casi posó los labios cerca de la oreja del chico rubio, habiéndole cosquillas de nuevo con su respiración con aroma a manzana.

-Mejor hablemos un poco más bajo, ¿sí? -Dijo en voz baja, pero sin llegar a hablar en susurros. -Los prefectos se encargan de todo. Los que vamos, buscamos al prefecto en cuestión y le damos la cantidad acordada, que tampoco te creas que es gran cosa, todo asequible, ¿sabes?

A Heller le cayó un mechoncito de pelo sobre la oreja y Stephan lo sopló pícaramente para apartarlo y que dejase de estorbarle.

-Nos darán instrucciones del protocolo de salidas y entradas para no levantar sospechas a los profesores. Aquí no se celebra Halloween, así que técnicamente esta fiesta no es "legal"... -Hizo el gesto de entrecomillar con los dedos índice y corazón de ambas manos. - ... pero esto es como una tradición entre los alumnos que viene de largo. Lo pillas, ¿no?

Se humedeció los labios con la lengua.

-Para la fiesta debes llevar disfraz y máscara, de lo que sea, pero es importante, y a ser posible que los demás no te reconozcan, porque ahí está la gracia. Bueno, con nuestro compañero de cuarto, Tristan, yo he hecho la excepción. He tenido que insistirle un montón para que accediese, y yo me encargo de su disfraz, pero la mitad de la diversión consiste en jugar a no ser reconocidos, ¿no crees? La máscara, recuérdalo bien, es muy importante, porque es un baile de máscaras.

Stephan se echó a reír.

-Pero vaya, que eso va a ser un pretexto para unos cuantos que quieran follar sin consecuencias, si los conoceré yo. Apuesto a que habrá rinconcitos íntimos para... -El pelirrosa hizo un círculo con los dedos pulgar e índice, e introdujo repetidas veces el índice de la otra mano para acabar la frase con gesto en lugar de palabras. -Pero a mí me da igual. Yo pienso bailar y bailar hasta quedarme solo, que es lo mejor de una fiesta para mí. ¿Y bien? ¿No te parece divertido?

-No pinta mal.

"Es repugnante."

El entusiasmo de Heller desapareció tan rápido como vino. Si lo único a destacar del acontecimiento era aquello, no creyó que valiese la pena. No iba a aportar cierto dinero para que unos niñatos que ni conocía fueran a revolcarse por los rincones de la escuela. Aunque por otro lado era consciente de que eso no era todo.

Porque tendría la oportunidad de decir todo lo que pensaba. Ni tendría por qué caer en gracia a quien no le gustase. Podría ser parte del papel, una forma curiosa de jugar al escondite con una máscara como único refugio.

Visto así, no parecía tan mala idea. Sería una experiencia nueva.

-Bueno, ¿y dónde va a ser? Aunque... -calló un momento, precedido por una leve risita que tapó con una mano-...¡qué pregunta más tonta! Aún no conozco este sitio.

-De todas formas el sitio es un poco complicado... Me ahorro de describírtelo porque es mejor que lo haga un prefecto. Hay zonas aquí que tienen un protocolo de lo más estricto.

Se pellizcó el labio pensativo. Salió rápidamente de su ensimismamiento y volvió a mirar al rubio.

-Oye, necesito tu opinión. Aquí es que a veces se imponen castigos físicos a los alumnos y tal. En mi anterior escuela también pasaba un poco eso, pero es que no era ni por asomo como aquí, que tienen hasta mazmorras y salas de interrogatorio. Oí que a una chica de sexto le pusieron un cinturón de castidad por ser un poco guarra, ¿te puedes creer? ¿En tu anterior escuela eran así también o eso es una tradición de aquí?

Heller abrió los ojos de par en par. Dedujo que en aquel centro se andaban con mano dura no sólo por los datos aportados por Stephan, sino también por deducciones anteriores a su llegada, ya que no quiso llegar sin conocer nada sobre lo que iba a ser su escuela en los próximos años. Pero aquello no se lo imaginó ni en broma.

-¿Que le pusieron qué? Cómo qu... -se le atragantaron las palabras-. ¡En absoluto! En mi escuela no llegaban a eso ni por asomo. Te mandaban limpiar cosas, hacerte cargo de algún bicho y cosas por el estilo, pero nada más, lo normal. Pero... ¿mazmorras? -hablaba muy rápido y con cierta inestabilidad en la voz; esa revelación lo había alterado bastante-. Ya me pareció a mí que este sitio estaba un poco desfasado, ¿pero tanto? ¿Tienen también una dama de hierro o algo similar? No esperaba unos métodos tan... rudimentarios. ¿Qué excusa tienen para hacer algo así?

Olvidó por completo que tenía unas buenas maneras que cuidar, pero aquello le resultó tan ofensivo que no hizo nada por solucionarlo. Miró a Stephan con una mezcla de disgusto y temor, como si el alemán pudiera brindarle alguna respuesta.

-¿Excusa? Pues ninguna. Que es su forma de hacer las cosas. -Stephan se acarició la mejilla mientras sacaba morritos mirando al techo. -No sé hasta qué punto pueden llegar. Aunque a mí ya me han levantado la mano, o mejor dicho, la fusta.

Heller se inclinó aun más hacia Stephan ante la revelación de este. El pelirrosa, al darse cuenta, tan solo se rió  con menos gracia que de costumbre.

-Ya te dije que tuve problemas con el jefe de la sección.

-¿Ese führer te pegó?

-Sí. Un fustazo en plena cara. No veas cómo dolió.

"Me encantó."

-...

"¿Qué coño pasa? ¿Otra vez... eso?"

Nerviosismo. Apartar pensamientos obscenos de la mente. Rubor sobre las mejillas. Ojos vidriosos. "Puta mierda" pronunciada de forma muda.

"Tranquilidad."

-Pero bueno. Lo mejor es no hacerle enfadar y andarse con pies de plomo. No creo que nada más llegar te vaya a meter en las mazmorras y a marcarte como a un cerdo por tu cara bonita, a no ser que te pongas el pelo hortera así en plan yo. -Risas.

-No, supongo que no.

Heller meditó brevemente sobre todo aquello. Era lógico que por "su cara bonita" no iba a recibir castigo alguno, añadiendo que su buena actitud como estudiante reducían las posibilidades de recibir represalias graves. Por ahora, no tenía de qué preocuparse.

Sin embargo, aun siendo consciente de ello, se le ponía el vello de punta al pensar en las mazmorras. Frías, oscuras y sucias mazmorras.

-Pero bueno, ¿sabes? -"Mejor olvidar el tema"- A mí me gusta -dijo señalando el cabello de Stephan mientras lo miraba de soslayo, con curiosidad-. Además, que yo sepa no hay ninguna norma respecto a la estética personal aparte de los uni-...-se calló sin más, a media frase-. Oye, ¿sabes algo de mi uniforme?

"A mí me gusta."

Ese "a mí me gusta" dejó felizmente anonadado al pelirrosa durante escasos segundos, hasta que su atención volvió a ser reclamada por otro tema de interés para el rubio.

-Ah, sí, el uniforme. Lo tiene que tener el jefe de la sección. El führer reaccionario. A mí me lo dieron los prefectos, pero en tu caso lo tendrá ese. Te aconsejo que le llames Von Gottlieb si no quieres un bonito fustazo en la jeta como mínimo.

-¿Y cuándo podré ir a recogerlo?

Stephan se dio golpecitos en la mejilla con el índice mirando despreocupadamente hacia el techo sin ver nada.

-Pues supongo que dentro de una hora más o menos estará en el despacho de la sala común. Si quieres te llevo o algo. El uniforme es este, espera que te lo enseño.

Sacó de su baúl el uniforme, y de debajo de la cama el calzado. Colocó las prendas brandas sobre la colcha, estirándolas para que el rubio pudiese apreciarlas bien.

-Es cómodo y elegante, aunque para mí demasiado tieso. Pero no tengo quejas. En Durmstrang eran más feúchos, así que estos son un lujo. También tienen túnicas para el invierno. -Stephan lo guardó todo mientras hablaba. -¿Alguna dudilla más... eeehhhh... ¿Cómo quieres que te llame? ¿Kreiss o Heller?

"Ya con confianza, ¿hm?"

-Heller si quieres, como te sea más cómodo -le dedicó a Stephan una sonrisa amistosa, aunque un poco distraída.- Y, ummm... si me acompañaras, me harías un gran favor -apartó la mirada un momento mientras sus mejillas se teñían de un leve rosado. Le resultaba un poco vergonzoso tener que depender de guía, pero su intención no era perderse en la inmensidad del castillo buscando un despacho que podría estar en la puerta de al lado. Además, así se sentiría más seguro.

Tanta charla sobre el jefe de sección lo había intimidado bastante. Quizás el alemán estuviera gastándole una broma pesada, pero sus gestos y el tono con el que hablaba de aquel profesor le indicaban a Heller la veracidad de las palabras de su compañero. Y a su pesar, en una hora escasa descubriría por él mismo si la realidad era tan grave como se la pintaban o simplemente se trataba de una mera exageración.

Fuera lo que fuese, Heller sólo iba a recoger su uniforme. No tendría que pasar nada.

"Pero qué tonto eres, acojonándote por un tío que ni conoces..."

Darle más vuelta no servía de nada.

-Y, bueno, aparte de horario y demás, no se me ocurre nada... ¿Alguna cosa que deba saber?

-En realidad no. Ya irás aprendiendo con la convivencia y la costumbre. Siempre que tengas dudas estás los prefectos y nosotros, que somos tus compañeros de cuarto. También tienes a tu hermano aquí, así que no vas a estar con los pantalones bajados, en serio.

El pelirrosa sonrió y se alejó unos pasos en dirección al tocador.

-Mira, cuando me haga un apaño vamos a ver al führer... estoooooo... al profesor Von Gottlieb. -Dijo Stephan dándose un poco de máscara de ojos negra en las pestañas y un toque de colorete, pasarse el cepillo y echarse un hechizo fijador para estar impecable. Tuvo el detalle de cambiar la bolita del piercing del labio por un aro con dos bolitas. A última hora decidió cambiar su color de cabello, que pasó de ser rosa pastel a un azul violáceo bastante frío, como siempre con el tono apagado y poco saturado. Cuando se sintió satisfecho se aproximó a su compañero que estaba apañando sus cosas en el baúl.

-Venga, vamos. No estés nervioso, estás muy bien. Sígueme.

Dicho esto, ambos chicos salieron de la habitación y se dirigieron a la sala común. Stephan, como era habitual, no se callaba.