El idilio espinoso en el mirador

Se acercaban las últimas horas de sol, y el ambiente que rodeaba la escuela era tranquilo y apaciguador, perfecto para tener un idilio amoroso en los sitios más insopeschados. Pero para Kyo Saionji hoy no era su día de suerte; Montar guardia en el mirador durante unas dos horas era insufrible, y más teniendo a la chica más excelente de su promoción: Eveline Evans.

Se podía palpar la tensión y la aversión que se tenían mutuamente mientras se dirigían al mirador de los exteriores. Kyo de vez en cuando miraba hacia cielo, repitiéndose una y otra vez que solo eran unas horas.

Ya a unos metros de su destino, Kyo se dispuso a desempeñar su papel de prefecto: miró por los alrededores en busca de algún indicio de alguna “travesura”. Por lo que se veía, hoy el día iba a estar mucha más aburrido de lo que esperaba. De mientras observaba el terreno se le deslizó de entres las manos el libro de transformaciones de nivel 6, que acabó dando un golpe seco en el suelo.

Eveline miró por encima del hombro el libro de transformaciones. A pesar de que era el libro correspondiente al año que cursaban, parecía estar muy usado. No se molestó en recogerlo y pasó de largo, dejando a Kyo atrás. Sin duda mirándola con desprecio y puede que haciendo algún que otro gesto soez hacia ella, pero poco le importó. Se plantó en el mirador mientras Kyo recogía su desvencijado libro, y se aseguró de mirar toda la orilla del río desde allí. Ni rastro de nadie. Ojalá las cosas fuesen tan fáciles como para mirar y volverse a su cuarto, pero por desgracia tendría que rondar por allí un par de horas más. Ya estaba anocheciendo, a pesar de que era todavía temprano, pero ya se había acostumbrado a los días cortos.
Se sentó en un banco, mirando el paisaje. Aquello parecía la calma que precede a la tormenta, aunque preferiría que la calma perdurase un poco más.

Con el libro en la mano se sentó en el banco más alejado que podía de ella. Echó otra ojeada, pero no había indicios de actividad por la zona. Desplegó su libro por la mitad, revisando los términos importantes de cada párrafo. Simplemente demasiada parafernalia expresiva.

Tras unos minutos repasando mentalmente, alzó la vista y le pareció que Eveline dirigía su mirada por dónde el estaba, aunque era difícil determinar su trayectoria debido a que el flequillo le ocultaba prácticamente la cara.

-¿Algo por lo que deba levantarme o simplemente te diviertes?

-Si quieres puedes levantarte e irte, no me importaría, entonces sí que podría tener algo de diversión -contestó monótonamente, mirándolo de reojo. En realidad se preguntaba cómo podía tener un libro tan viejo si se suponía que acababa de estrenarlo. No podía heredarlo de un hermano mayor, porque no tenía ninguno, y de todos modos, una familia tan selecta como la de Saionji debía de tener siempre sus pertenencias nuevas e impolutas. Conclusión: Kyo era un descerebrado torpe y descuidado. -Deberías cuidar mejor tus cosas. Aunque por supuesto es solo una mera opinión, no es que espere gran cosa de ti.

-Pues entonces deberías de cerrar esa boca o simplemente podrías dejar de ocultar la cara y aparentar ser alguien de tu nivel, pero vamos es una mera opinión, no es que espere grandes resultados de ti.

Cerró el libro de golpe y le aguantó la mirada, intentando ser lo más frío que podía. Cogió su varita, caviló por unos segundos en la composición de las palabras, y apuntó hacia el libro para transformarlo.

- ¡Tempus Reparo!

Colocó el libro en el banco y guardó la varita a regañadientes: “Podría transformarte ese cinturón tan bonito en una preciosa serpiente de dos cabezas... por lo menos uno de los dos se reiría un rato”.

Nadie. Absolutamente nadie podía decirle lo que debía hacer o no. Era Eveline Evans. Le sostuvo la mirada, con gesto de altanería, alzando la barbilla.
-Siento que no te guste mi peinado, pero si mi propia madre no puede opinar sobre él, menos todavía puedes hacerlo tú. No estoy dispuesta a permitir que me digas lo que está a mi nivel y lo que no, porque entonces podríamos empezar la lista de cosas poco convenientes para mí con tu nombre.
Tenía que reconocer que el hechizo había resultado perfecto. Al menos no se casaría con un mago completamente inútil después de todo.

La miró con desdén mientras negaba con la cabeza. “Adelante, adelante… yo también tengo unas cuantas en mí lista, como repelente, insulsa, inaguantable…”. Durante unos minutos Kyo aumentó la lista con todas las aversiones que le producía.

Poco a poco el sol iba desapareciendo y dejando tras de sí un manto de estrellas. El ruido del bosque iba en descenso, como si este estuviese a punto de irse a dormir al llegar la noche. Del castillo ya se podían apreciar algunas luces encendidas por los ventanales.

-Por lo menos estamos de acuerdo en que hay cosas que no tienen reparo ni solución alguna.

Volvió a coger su libro y empezó a pasar las páginas con el dedo. Oyó dos comentarios más de ella replicándole, pero no le prestó ni la más pizca de su valiosa atención.

-Vaya, debe de ser la segunda vez que estamos de acuerdo en algo -dijo mientras sacaba un libro de su mochila y lo abría por la página debidamente marcada. Desde luego, la primera vez que habían estado de acuerdo había sido en la reunión de prefectos del otro día. Lo cual le recordaba algo.

-Espero que estés haciendo tus tareas con respecto a la fiesta de Halloween. No pienso encargarme de los chicos de sexto curso por tí, así que si no haces tus deberes se quedarán sin ir. Tanto me da.

-Estupendo “cariñito mío”, gracias por recordarme lo pedante que puedes llegar a ser.- Siguió ojeando la página hasta terminarla. Después pasó a la siguiente paginación- No te preocupes, me convienen que algunas personas asistan a la fiesta, después de todo es mi deber como prefecto.

Intentó calcular la hora mentalmente, suponía por el rato que habían estado solo había pasado veinte minutos. Antes de que ella le diese tiempo para contestar intervino rápidamente:

-¿Podrías encantar luces? Si no es molestia claro…

-Dadas tus notas mediocres en Encantamientos, supongo que no me queda más remedio si no quiero perder la vista.

Dicho esto, hizo un movimiento de varita, y las lámparas del lugar se encendiendieron con llamas de color azul. No se había dado cuenta de que ya estaban a oscuras. Se frotó un poco los ojos, se acomodó el flequillo para no dejar nada demasiado interesante a la vista, y siguió con su lectura. O bueno, hizo como que seguía, ya que la presencia de Kyo en el mismo espacio que ella la ponía tan tensa que no podía concentrarse en nada.

-Tu deber como prefecto... -murmuró después de haberle dado unas cuantas vueltas-. Como si eso te hubiese importado alguna vez. Si lo que te interesa es que vayan las chicas de nuestro curso, ya me he encargado de ello.

-Aham… -su respuesta monocorde y automática resonó por la sala. Hizo oidos sordos al segundo comentario.- Puede que en encantamientos no tenga notas tan extraordinarias, pero superan las expectativas para ser perfecto. No puedes replicar mi rendimiento escolar.

Se recogió un poco el pelo, y después estiró las piernas. Tomó de su bolsillo izquierdo una botellita con un líquido nacarado, que resplandecía a la tenue luz de las lámparas. Ese efecto daba la sensación de que la propia botella emitía luz propia.

Se tomó su contenido, y guardó la botella de nuevo. Se fijó en que Eveline le miraba con curiosidad. Y la verdad no recordaba haber estado ni cinco minutos solos en la misma habitación. Como de costumbre pasó de ella.

-Debe de ser que las expectativas para ser prefecto disminuyen a cada año que pasa.

Su curiosidad nata hacía que quisiera preguntar sobre el contenido de aquella botella. Era una poción, sin duda, pero nunca había visto aquella en particular. Sin embargo no quiso preguntar por ella, sabía que Kyo lo estaba esperando, y no iba a darle ese gusto. Simplemente se quedó mirándolo. Sabía que con eso era suficiente, nadie podía aguantar sus miradas por mucho tiempo, aunque llevar el ojo azul oculto le restaba efectividad.

Noto la mirada clavada en él. Sabía perfectamente que le estaba reprochando o requiriendo o simplemente regañando por algo. El curso pasado había aprendido a notar esa presencia y sabía que ignorarla la exasperaba más. Por lo que siguió leyendo unas cuantas hojas más de su volumen.

Escuchó un resoplido de indignación por lo que kyo levantó la cara con vehemencia. Le sonrió lo mejor que pudo y contentó a lo que le dio la gana:

-Resultaría muy gracioso que le dijeses al mismísimo Von Gottlieb que las expectativas para ser prefecto disminuyen cada año. Es más, yo no me replantearía que Von Gottlieb bajara el listón de sus expectativas. Podrías sugerirle que ha cometido un fallo en sus expectativas al elegirme perfecto.

Soltó una pequeña risa despectiva. Desde luego, Saionji no la conocía tan bien como pensaba. Ella era capaz de usar el poder de la lógica y la labia mucho mejor que él. De eso no cabía duda.

-En todo caso, el fallo no sería de Von Gottlieb, sino del propio Director, de Jaruzelski, o puede que incluso de Brom, por escogerte a tí entre todos los candidatos. Estoy segura de que Szymanski estaba en la lista, y hubiese sido una mejor elección, sin duda... Sin embargo te escogieron a tí. Quizás los otros candidatos se rehusaron hasta que sólo quedaste tú. Tampoco es que haya tantos chicos en nuestra promoción.

-Hablas en la suposición y en la ignorancia. – Soltó otra risa despectiva en contestación.-Creo que unos de los alumnos preferíos de la profesora Jaruzelski es Szymanski. Además sé de primera mano que Szymanski no rehusaría el puesto de prefecto. Me lo hace notar siempre que puede reprochándome mi comportamiento diciéndome que no doy la talla y que él sin duda desempeñaría el puesto con honores. Lástima. Yo tuve más suerte.

Exageró como pudo la palabra lástima. Y la verdad es que gozaba qué incluso él tuviese un poco más de poder que el samaritano de Szymanski. Y sabía perfectamente que la situación sería peor se girasen las tornas. Ya era cansino aguantar las apariencias delante de él.

-¿Algo más que no estés de acuerdo y todavía no me lo has expresado?

Como si ella tuviese que contarle todo lo que le gusta y lo que no del maldito mundo en el que vivían. Ni siquiera le importaba, ¿qué se creía ese maldito engreído? ¿Qué era eso de que él había tenido más suerte? Ni siquiera apreciaba el puesto de prefecto. A cada día que pasaba, más segura estaba Eveline de que sólo lo había aceptado para hacerle la vida más ingrata. De hecho en ese mismo momento, se le ocurrió la frase perfecta para resumir todas sus frustraciones en una sola.

-Oh, estoy en desacuerdo con el mero hecho de que existas, cariñito mío.

No podía creer en las palabras que habían resonado desde la parte opuesta. Pero en vez de sorprenderse, sus nervios se crisparon. Notó como su sangre se le helaba por momentos por lo que su piel se volvía más blanca y enfermiza. Sus ojos se tornaron en negro puro por lo que no se podía distinguir cual era el iris.

Se levantó y notó como sus músculos estaban en tensión. En su aura se notaba la ira que irradiaba. Eveline se asustó al brusco cambió que experimentó Kyo. Su voz sonó bastante potente.

-Pero quién te crees maldita estirada…- sacó su varita y apuntó directamente a su pecho-, quién te ha dado derecho a decir que no debería de existir. Tu sola presencia si que me da asco.

Eveline siempre se asustaba con el cambio en los ojos de Kyo, y esta vez estaba segura de que no había sido su imaginación. Sin embargo, trató de mantener la calma. No se levantó, ni sacó su varita. Permaneció tal cual estaba, sentada en el banco, mirándolo fijamente.

-Siento mucho provocarte tal aversión. Pero el hecho de que no me agradas en absoluto no era ningún secreto. Tal y como están las cosas no puedes hacer nada sino resignarte. Te guste o no, estaremos juntos para siempre, Saionji.

Bajó la varita lentamente y apartó la mirada de ella. Se retiró unos pasó mientras hacía unas cuantas muecas de desprecio. Intentó respirar más suavemente, para calmar su temperamento, pero vagamente lo consiguió. Su cabeza era un recipiente negro. Ideas. Rabia. Odio.

-Yo en cambio prefiero que existas, ya que si vamos a estar juntos para siempre seremos infelices para siempre. Mira, aquí tienes mi regalo de compromiso: Hacer que me odies toda la vida.

Una media sonrisa se dibujó en su rostro. Satisfacción. Hasta Saionji sabía que no podía hacer nada contra ella, eso sólo le causaría más problemas de los que tenía ahora.

-Qué generoso por tu parte... No esperaba menos de ti, y por supuesto yo no aportaré menos que tú a nuestro infeliz matrimonio. Aunque, sinceramente, hubiese preferido un anillo de diamantes... Y podrías haber esperado a Navidad para darme tan maravilloso presente.

Siguió atendiendo a su novela. Por el momento no esperaba que Saionji añadiese nada más. Sólo quería que lo que quedaba de guardia fuese tranquila, o al menos, silenciosa.

No respondió a su comentario. La verdad es que quería que pasase la guardia lo más rápido que fuese. Si seguía allí… era posible que uno de los dos acabase en la enfermería.

Sintió algo deslizarse por su oreja. Pasó lo los dedos por el lado de su cara y tocó algo caliente. Al mirarse la mano se dio cuenta que era sangre. Notó como ésta se deslizaba ya por su cuello.

Guardó la varita y rebuscó en sus bolsillos traseros buscando una solución. Halló una pequeña servilleta de papel que había guardado desde el almuerzo. Como pudo empezó a limpiarse, y a taponar el oído. Notó como el papel se empapaba lentamente. Contó mentalmente y empezó a vaciar su mente auque le resultaba difícil. Su temperamento era volátil, pero persisntente.

-Podrías no mirarme con esos ojos... en serio, me repugnan.

Apretó los dientes. Sus cuidadas uñas se clavaron en la cubierta de piel de la novela que sujetaba. Lo que le faltaba, un futuro marido que también odiase sus ojos. Aunque bien pensado, aquel desgraciado no la había visto nunca de verdad. Esta idea le hizo reír. Si odiaba como lo miraba ahora, sería divertido ver cómo se pasaría los próximos setenta años, cuando no lo ocultase más. Además, si hablaban de ojos raros, los suyos se llevaban la palma. ¿Cuándo se ha visto a alguien cuyos ojos cambiasen de color de ese modo? Hasta donde ella sabía, Saionji no era ningún metamorfomago.

-Pues lo siento mucho, pero he nacido con estos ojos y no los cambiaría por nada del mundo. Vete acostumbrándote. Tampoco es tan raro quedarse mirando cuando alguien sangra por un oído. Coincidirás conmigo en que es poco habitual -pasó la página del libro, y continuó leyendo.

-Y tú que sabrás si es o no habitual. ¿Te importa algo? - Empezó a morderse la lengua. En unos minutos su hemorragia tendría que pararse, aunque pudiese ser que la poción retardara el proceso.- Y, ¿acostumbrarme a qué? ¿A qué estés siempre intentando darme lecciones de moralidad? Lo que haga o deje de hacer hasta la fecha de hoy no es competencia tuya. Pero claro, no me he acordado que tu vida simplemente es aburrida.

Soltó una ligera carcajada. En las pocas discusiones que había tenido con Kyo, tarde o temprano siempre llegaban a este punto: cuando él se cabreaba... y ella se sentía poderosa.

-He cejado en el empeño de darte lecciones de moralidad... No las entenderías, o como poco no me escucharías. Pero te equivocas. Ya estás tú en mi vida para hacerla de todo menos aburrida. Bien pensado, no es tan raro que te equivoques...

-La única equivocación que he cometido es vivir esta vida en la que me tengo que casar contigo. La verdad hubiese preferido que me hubieran prometido con Anya, ella es a diferencia mucho más perfecta tú, Evans.

Su repentina hemorragia dejó de perder intensidad aunque su temperamento era como una balanza inestable. Prácticamente había oscurecido, y se notaba un poco el frío del norte. Se podía escuchar el sonido de algunas aves que rondaban por lo alrededores.