Primer contacto. Tristan Rosenbauer y Stephan Keehl

Stephan aquella mañana se había levantado más cansado de la cuenta. No era de extrañar teniendo el mal vicio de trasnochar cuando a la mañana siguiente se madrugaba y mucho. Su compañero también se estaba levantando, con el porte adormilado de siempre que parecía estar constantemente en un estado de sueño.

Stephan se lavó las manos y la cara en el lavabo tradicional con tinaja de agua incluída que había en las habitaciones. Se vistió en silencio lanzando mil maldiciones contra la maldita luz de las lámparas y contra el día que se le presentaba delante. Su ritual diario continuó, como era costumbre, peinándose su cabello rubio con aspecto de peluca. Una vez el pelo perfecto le lanzó un hechizo y este adquirió una tonalidad rosa pastel y la seguridad de no estropearse, salvo que las condiciones fueran muy extremas.

Lo siquiente era un examen concienzudo de su rostro con el fin de localizar granitos y demás imperfecciones de la piel propias de la adolescencia. Con una mezcla de maquillaje muggle y asentamiento del mismo mediante una técnica que robó de un centro de belleza mágica, Stephan se dio por satisfecho. Concluyó añadiéndose unos sonrojos rosados en ojos y mejillas, redibujando la línea de sus ojos con pincel de maquillaje muggle, cubriéndose sus claras pestañas de una gruesa capa negra que las elevó notablemente, y un hechizo más que impermeabilizó la pintura y definió sus rasgos.

Se sentó en la cama y se dirigió a su compañero, por primera vez desde que llegó. Su compañero era un chico que daba sensación de ser un poco difícil por encontrarse constantemente en su propia burbuja. Una burbuja bastante densa, por la impresión que le dio al pelirrosa. Sin embargo no podía quedarse siempre haciendo como que no había nadie en su habitación, por lo que al fin decidió romper el muro entre ambos.

-Esto... Rosenbauer. -Stephan terminó de cambiar el pendiente de su labio por un arito plateado. Al recibir la mirada de su compañero se sintió ligeramente intimidado. "Pokerface. Saca Pokerface." Al fin situó su rostro con una mezcla perfecta entre la sonrisa y la timidez para no "perder el norte". -Hasta ahora no hemos hablado mucho. Somos compañeros de habitación, y como sabes soy nuevo. ¿Podrías asesorarme aquí...?

Tristan se sobresaltó cuando su compañero le dirigió la palabra. Apenas habían hablado desde que habían comenzado las clases y los habían asignado a la misma habitación, pero ya había notado algunas "peculiaridades" en él, como ese mismo ritual de preparación que realizaba todas las mañanas o la extraña sonrisa con la que se le estaba dirigiendo en aquel momento. Había algo que no cuadraba.

- R-Realmente no hay mucho que decir... - respondió el pelirrojo, poniendo especial atención en un hilo suelto de su camisa. - Hay un pasillo que se desvanece y te hace aparecer en otro sitio, d-deberías tener cuidado...

Dicho aquello, se hizo un largo e incómodo silencio. A pesar de las apariencias, Stephan le transmitía cierto nerviosismo al holandés, que no supo cómo interpretarlo, teniendo en cuenta que, viéndolo, habría sido difícil afirmar tal cosa. Tristan, al fin, se decidió para preguntarle algo que había oído por los pasillos desde hacia algunos días:

- ¿E-Es cierto que has puesto una queja al p-profesor de Transformaciones?

A Stephan se le escapó una risilla nerviosa, cosa que estuvo lamentando para sus adentros los segundos siguientes ante la perspectiva de quedar en evidencia delante de alguien.

-Sí, lo hice.. -Sentenció el pelirrosa con un ligero matiz de orgullo en la voz. -Yo puedo aguantar cosas sin venir a cuento hasta un punto determinado, y él los sobrepasó todos de un golpe.

Tristan hizo un ruidito de circunstancia mientras le prestaba atención. Stephan lo tomó como una invitación para que siguiera relatándole.

-Yo sé de sobra que tengo un aspecto llamativo... Pero en estos tiempos que corren, a quien no le guste lo que ve, aire.. -Con la palabra "aire" Stephan hizo un gracioso aleteo despectivo con la mano. -Además que hay una línea entre lo que se debe y lo que no se debe decir, y cuando a uno se le falta al respeto sin haber atentado contra nadie no se debe consentir, ¿no crees?.


Tristan asintió con la cabeza, no se sabía bien si porque estaba de acuerdo con su compañero o por seguir la corriente. Stephan siguió hablando con indignación elevando el tono, como si el poder despotricar contra el profesor von Gottlieb le diese cuerda.

-No debería permitir ni eso, pero si se mete con mi pelo, con mis piercings, con mi forma de caminar... ¡con lo que quiera! ... Pero de ahí a decirme lo que me dice el muy imbécil....

Como intuyendo que se estaba descontrolando, Stephan paró y tomó aire, acercándose un poco más a su compañero.

-¿Y por qué esa cara? ¿Hay algún problema con que haya puesto una queja?

Tristan se alejó instintivamente cuando su compañero se inclinó hacia él. Aquel chico le abrumaba, aunque no habría sabido decir el porqué. No es que le disgustara su compañía, pero, de alguna forma, no se encontraba tranquilo a su lado.

- N-No, no hay problema, pero... - el pelirrojo se detuvo a mitad frase, sin saber muy bien si avisar a Stephan de la fama que tenía Von Gottlieb y lo que ocurría si alguien se ponía en su contra.

No creía que asustar al recién llegado fuera la mejor idea, pero dejar que se enfrentara al profesor de Transformaciones sin tener la mínima idea, no le parecía correcto. De modo que, tras tragar saliva, continuó hablando, o eso intentó.

- El profesor Von Gottlieb... n-no sé si sabes, p-pero... l-la fusta...

-¿La fusta? -Stephan dejó escapar una risotada de incredulidad. Se aventuró a acercarse a su compañero y a ponerse en pie delante de él, arqueando ligeramente la cabeza para mirarlo con más atención. Tristan vio la inmensa claridad gélida de aquellos ojos maquillados y cómo el regular cabello rosado le caía de forma estética. -¿Me estás diciendo que aquí se imponen castigos físicos como si estuviéramos en la Segunda Guerra Mundial o qué?

-...

-¿En serio?

Tristan iba a decir algo cuando de pronto un montón de gritos femeninos emocionados comenzaron a escucharse por la ventana. Debía ser la hora en la que algunas ventanas de la sección masculina se abrían, en especial la de aquella habitación de sexto curso únicamente habitada por guaperas que derretían a las chicas más ligeras de cascos. Stephan volvió la cabeza con irritación.

"Ya están otra vez ese montón de guarras en celo gritando como cerdas. Qué asco. Deberían estrangularlas para que se callaran de una puta vez."

Algunas voces de chicos respondían las provocaciones femeninas. El pelirrosa sintió casi naúseas.

"Y ahora ese puñado de chulos de mierda echándole carbón al fuego. ¿Por qué no se matarán a pajas donde nadie les oiga, joder?"

Cuando el chico volvió a dirigirse a su compañero se percató de que este lo miraba de una manera muy extraña. Stephan le lanzó una mirada interrogante.

-Perdón, me distraje con el ruido...

- N-No pasa nada, está bien... - contestó el pelirrojo, mirando al suelo. A él tampoco le agradaba el espectáculo que se montaba todos los días, pero parecía ser que a su compañero le molestaba especialmente.

¿Qué debía hacer? ¿Confirmarle a Stephan lo que ya había empezado a suponer? Porque, sin duda, Von Gottlieb, conociendo su fama, no se quedaría de brazos cruzados ante una queja, la primera de la que había oído en los cinco años de su estancia en la escuela.
Además, su compañero parecía acostumbrado a un ambiente completamente distinto al de Kurowski y eso podría traerle problemas más adelante y no sólo con el profesor de Transformaciones.

- Ehm... S-Sobre lo que preguntabas antes...

- ¿...?

- ... l-los profesores son libres de establecer el c-castigo que quieran... - continuó Tristan en un susurro.

-Castigos físicos y todo... Madre mía. ¿Delante de todos?

-A-a veces... Bueno... No es lo ha-habitual, no...

-¿En privado?

-Mazmorras... H-hay mazmorras para eso...

-¿¡MAZMORRAS?! -Stephan no pudo reprimir una pequeña sonrisita. ¿Era cierto aquello? ¿Castigos físicos y mazmorras? No supo por qué pero un pellizco de lo más agradable le retorció el estómago. Se sintió sucio y  enfermo al estar dividido entre la indignación y el morbo.

Mazmorras. Castigos físicos. Educación autoritaria e inquisidora. Herramientas de dolor. Torturas con limitaciones. El chico de cabello rosa no hacía más que sentir punzadas de culpabilidad al sentirse a medio camino entre el regocijo y la repulsa. Tragó saliva deseando apartar todos aquellos pensamientos sucios de su cabeza.

"Al final sí que va a resultar que soy un S&M..."

-¿Y a ti te han castigado alguna vez...? -Tal cual pronunció la pregunta Stephan se sintió absurdo. El pensar en alguien como su compañero de cuarto haciendo algo como para ser castigado severamente le resultaba tan inverosímil como imaginarse a la prefecta de su curso transformando su varita en un dildo y persiguendo a las chicas con él...

- N-Nunca como para tener que ir a las mazmorras, pero... - Tristan bajó la mirada de nuevo, poniéndose tan rojo como su pelo y continuó susurrando: - ... s-soy un poco torpe...

Ocultó las manos entre las piernas, encogiéndose de hombros. Ya en un par de asignaturas había sido castigado por dejar caer al suelo esto o aquello y todavía le dolían las manos si se ponía a pensar en ello. Aún así, jamás habían sido más que unos golpes y si le hubiesen preguntado, ni siquiera habría sabido decir dónde se encontraban exactamente las mazmorras donde se impartían los castigos más severos.

En ese momento, la lengua alargada de su Puffskein apareció de debajo de la cama, haciéndole cosquillas en los tobillos. El pelirrojo se apresuró a recogerlo del suelo, acariciándolo con suavidad.

- Ehm... É-Ésta es Chloris...

Stephan se paró a mirar a la criaturita con los ojos brillantes de la emoción. Su reacción exagerada no se hizo de esperar.

-¡Qué cosa más bonita! -Stephan literalmente saltó al lado de Tristan y puso un dedo sobre Chloris con suma suavidad. -Es demasiado adorable, es un pastelito. -El pelirrosa se encontraba entusiasmado con el animalito.

Stephan miró de reojo a Tristan cruzándose con sus ojos. La inquieta e insegura mirada del pelirrojo le provocó una extraña sensación de calma. Elevó el rostro rozando durante un instante la barbilla del tembloroso joven con su nariz. Se alejó un poco y alargó la mano para seguir toqueteando a Chloris.

-Oye... ¿Quieres que nos sentemos juntos en las clases y demás...? Pe-pero solo si no tienes otro compañero y si te apetece, claro... -Stephan se sonrojó notablemente. No todos los días se movía por el impulso de querer hacer un amigo como en aquel momento, ya que nunca había conocido a nadie "honesto". Centró su atención en Chloris mientras esperaba respuesta con la esperanza de que su compañero no se fijara en el tono tan rosado de sus mejillas.

La pregunta de su compañero le chocó de tal manera que ni se dio cuenta del sonrojo de éste. Jamás le habían pedido algo parecido antes, pues su actitud y sus pequeños "accidentes" le habían hecho objeto de burlas, lo cual no le había ayudado precisamente a "hacer amigos". Por no mencionar sus orígenes...
Pero además de eso, Stephan parecía haber dicho aquello sinceramente y de forma completamente distinta, a su ver, a cómo había estado actuando hasta ese momento.

- ¿D-De veras querrías...? - murmuró, mirando fijamente a Chloris, al igual que su compañero, mientras enrojecía una vez más. - Si n-no quieres que t-te vean conmigo...

¿Un chico tan extrovertido y llamativo como Stephan sentándose con él? Ni en sus sueños más remotos habría podido plantearse la idea. Aún así...

- Y si de verdad n-no te importa...

Los latidos le retumbaban en los oídos. Sabía que podía ser una broma más, después de todo, no sería la primera vez...

"Si no quieres que te vean conmigo..."

-Qué tontería. -Dijo Stephan mirando a los ojos de su compañero sin el más mínimo atisbo de duda. Tanta sinceridad abrumaba al alemán, pero aquello que su compañero había dicho le llegó hasta el fondo. Unas palabras que solo podían ser dichas por alguien que conocía el rechazo y la soledad constante. -¿Cómo podría avergonzarme? No seas tonto.

Tristan sencillamente se encontraba como noqueado por un golpe, pero no había dolor, sencillamente sorpresa y mil cosas más que en el momento le resultaban imposibles de descifrar. El pelirrosa le sonrió, pero no con aquella habitual sonrisa suya, sino con una menos amplia, menos tensa y más natural.

-Lo siento, no se me dan bien estas cosas. Yo tampoco he tenido demasiada suerte con mis "amistades", la verdad... Pero bueno... -Stephan juntó las manos y comenzó a toquetearse los anillos. -... tú pareces ser diferente.

Tristan captó el nerviosismo de su compañero y sus vagos intentos por ocultarlos tras su sonrisa. Stephan por su parte sentía como el aire no le llegaba a los pulmones y el pellizco del estómago le provocaba una sensación de lo más desagradable. No se podía creer lo que le estaba costando decirle aquellas palabras a ese chico de cabello rojo. Ese chico tan distinto a lo que había conocido. Ese chico que seguro que podría comprenderlo. Ese chico que le había despertado su confianza por primera vez...

- ... Muy diferente.

Alterado. Irritado. Inestable.

Muchas palabras podían usarse para intentar describir cómo se sentía en aquellos momentos, pero ninguna lograría resumir la cantidad de emociones que bullían en su interior bajo aquel rostro frío, distante y levemente ceñudo. Todavía sentía la impotencia de su conversación con el profesor de Historia de la Magia. La infructuosa charla con los prefectos de séptimo año solo le hizo percatarse de la ineptitud de los estudiantes que le rodeaban y el encontronazo con los otros dos estudiantes haciendo cosas indecorosas en un lugar tan accesible como la Sala Común le había terminado de crispar los nervios.

Pero debía contenerse. Debía arreglar aquel asunto antes de que fueran a mayores. Su historial debía permanecer limpio. Impecable. Inmaculado. Inigualable.

Más por mantener una imagen que por educación, von Gottlieb llamó a la puerta pero ni si quiera se detuvo a esperar la respuesta del interior. Cruzó el marco y penetró en la estancia con el semblante serio y firme, imponiendo con su mera presencia. Algo rosado rodó hasta dar con su pie y no pudo contener una expresión de incredulidad al ver a un puffskein rosa temblando junto a su bota. Elevó la vista y vio como Rosenbauer, un chico pelirrojo y tímido, temblaba de pies a cabeza mientras miraba con auténtico pánico al animal que yacía cerca suya, seguramente temeroso de que el profesor de transformaciones la pisara o le propinara un puntapie.

Y al lado del chico pelirrojo se encontraba él. El chico al que buscaba. El problema. El indecente. La mancha. Aquellos ojos azules ocultos tras una masa de gruesas pestañas oscuras, una boca conejil provocadora, un cabello rosado de peinado femenino que lograba enfermarlo con solo verlo...

Un destello rojo cruzó sus pupilas durante unas milésimas de segundo, pero supo contenerse para no delatarse, y aún menos delante de terceros. Friedrich se agachó y recogió al animal rosado quien, contra todo pronóstico, comenzó a ronronear sobre la mano enguantada del profesor.

-Keehl, ven conmigo. Tenemos que hablar. Tú.- El alemán clavó sus pupilas en el tembloroso pelirrojo mientras le tendía a este su respectiva mascota.- Si esto es tuyo, cógelo.- Chloris, al contrario que su dueño, parecía más que encantada de estar con el profesor de transformaciones a pesar de que este solo dedicaba miradas desdeñosas a su alrededor.

Tristan cogió a Chloris con las manos temblorosas, casi soltando un suspiro de alivio por haberla recuperado sana y salva del profesor de Transformaciones. Pero ese "Tenemos que hablar", dirigido a su compañero de habitación, no parecía indicar en absoluto que hubiese una simple conversación.
Se atrevió a lanzarle una mirada llena de preocupación a Stephan. ¿Qué había podido hacer más que avisarle de la fama del profesor Von Gottlieb?
Ese chico al que no le molestaría estar con él, para el que no sería un estorbo...

- N-Nosotros te esperamos, ¿vale? - murmuró el pelirrojo, apretando su puffskein contra el pecho.

Stephan le echó una mirada cargada de preocupación a Tristan empañada con su habitual sonrisa. Aquellos ojos en tensión buscaban algo de alivio en los del pelirrojo. Pero la última frase que le dedicó el chico con aspecto de comadreja (como al alemán se le antojaba verle), sin duda logró calmarle un poco.

-Ahora vuelvo, Tristan.

"Tristan". Nombre de pila y no apellido. Había salido de forma tan natural de sus labios que parecía que lo hubiese tratado toda la vida. Qué extraño...

Stephan salió siguiendo al profesor, que cerró la puerta tras ellos dejando solo y abrazando a su criaturita al cohibido pelirrojo.