30 Minutes

El pelirrojo tocó a la puerta del despacho del profesor de Pociones, del que salió un seco "Adelante". Ya había estado allí con anterioridad, la mayor parte de las veces por accidentes como el de esa mañana, pero nunca lo había visto tan repleto de libros. Las paredes estaban cubiertas de volúmenes de todos los tipos y tamaño, algunos tan antiguos que ni siquiera se podía distinguir el título.
En una esquina, un caldero vacío, y al fondo de la habitación, el profesor Durkheim, sentado frente a su mesa. Detrás de él, la única estantería que no contenía libro alguno, sino frascos con líquidos de diferentes colores.
Tristan dio unos pasos hacia delante, cerrando la puerta detrás de sí, cabizbajo. Tan sólo esperaba que el castigo no fuera muy severo, aunque al ser un nuevo profesor, no tenía ni idea de cómo actuaría.

- Al menos eres puntual, Rosenbauer. - dijo Damien, levantándose. Lo último que le apetecía esa tarde era perder el tiempo castigando a un alumno, pero casi se había llevado por delante la clase entera y era lo mínimo que podía hacer si quería demostrar su autoridad. - Por ahora tu castigo será separar los cerebros de rana que se pueden utilizar de los que estén podridos sin hacer uso de la magia, ¿entendido?

- S-Sí, señor... - respondió Tristan en un susurro.

Sin añadir nada más, el inglés pasó al lado de su alumno sin mirarle y salió del despacho, dirigiéndose a la despensa de los alumnos, que se encontraba en la planta inferior de la torre. El holandés le siguió manteniéndose a cierta distancia de él mientras retorcía un extremo de la camisa. Se le revolvía el estómago sólo de pensar en lo que tenía que hacer...
Entraron en un cuarto bastante amplio, pero abarrotado de armarios, tarros y cubos que contenían los ingredientes para las clases de Pociones. La mezcla de olores le provocó nauseas al pelirrojo.

- En ese cubo están los cerebros y esos otros dos son para separarlos. - dijo el profesor Durkheim señalando los objetos. - Si intentas usar la magia, lo sabré, Rosenbauer. Puedes empezar.

Stephan se encontraba entre estanterías, mirando etiquetas y apuntando en lo que parecía una agenda de anillas adornada con arañas de brillantina que se agitaban cuando les daba la luz. Anotaba cada dato con una pluma verde manzana con tinta aromatizada a la vainilla. Un cascabelito con forma de manzanita verde colgaba de la agenda haciendo un agradable y tenue sonido cada vez que se movía.

Se encontraba de lo más interesado en su tarea cuando, para su desgracia, la falta de luz le impidió poder anotar algunas etiquetas superiores. Se encaramó en la escalerilla que tenía como función ofrecer la posibilidad de llegar a las zonas más altas cuando un traspiés lo hizo resbalar y caer sonoramente.

Aunque el chico de cabello rosa pudo reaccionar a tiempo para no abrirse la cabeza, el topetazo fue de alivio y el escándalo más que evidente, aunque se hubiera contenido de emitir grito alguno. Con la caída se le esparcieron las cosas por el suelo, y el cierre de uno de los ligueros que le sujetaban las medias se abrió de mala manera propinándole un elasticazo. Pero aun no había terminado. Un tarro con una sustancia viscosa y semitransparente se rompió a sus pies, salpicándolo casi por completo.

-Me voy a cagar en la puta mierda de suerte que tengo, coño. -Maldijo Stephan dolorido y pringoso. -Esto no puede ser peor.

No se había recolocado aun cuando se oyeron pasos diligentes que se dirigían a él.

"O quizás sí."

Nada más terminar de darle las instrucciones al pelirrojo, se oyó un gran estruendo que hizo que profesor y alumno se giraran hacia el origen del ruido. ¿Quién podía estar en la despensa a esas horas?

- He dicho que empieces, no lo repetiré más veces. - dijo Damien, mirando a su alumno por encima del hombro.

Tristan, con las manos temblorosas, se puso los guantes y se acercó a los cubos. Una sola ojeada al contenido de estos y se le revolvió el estómago de tal manera que tuvo que contener las ganas de vomitar. Iba a quedarse allí una eternidad, aquello era demasiado asqueroso.

Mientras tanto, el profesor Durkheim había ido en busca de quien había provocado el ruido de antes, encontrándose con uno de sus alumnos de quinto tirado en el suelo, recubierto casi por entero por una sustancia semitransparente. A sus pies estaba una agenda abierta de par en par, por lo que acertó a leer algunas de las anotaciones.

- ¿Se puede saber qué haces aquí a estas horas, Keehl? - espetó el inglés, mirándolo de arriba a abajo. Si no se equivocaba, ése era el alumno que había tenido problemas con el profesor de Transformaciones. Se agachó para recoger la libreta. - Estos no son apuntes de quinto, ni de ninguno de los cursos superiores.

Como una exhalación, Stephan se abalanzó sobre la libreta antes de que el profesor llegase a cogerla. El propio pelirrosa se sorprendió de la velocidad que podía adquirir en situaciones desesperadas.

-Perdone, profesor... -Se apresuró a disculparse. Recogió las cosas a toda prisa y se puso en pie, sin embargo el aspecto que presentaba no hizo más que arquear la ceja del inglés.

-Creo haberte hecho una pregunta, Keehl. -El hombre de ojos amarillos parecía impacientarse mientras arqueaba una ceja por la actitud sospechosa del chico de cabello rosado.

-Perdone, un momento, por favor. -Stephan apoyó sus cosas en un pilar de piedra bajo y puso un pie encima para subirse la media que se había desprendido del liguero. Aquella sustancia pringosa le había llegado hasta los muslos, impidiendo que pudiese colocarse bien la ropa. -Es que estoy... estoy...

Y encima el nerviosismo. El liguero se le escapó unas cuantas veces dándole elasticazos. Optó por escurrir la media. Aquel fluido viscoso goteaba por su blancuzca piel, enrojecida en las zonas donde el liguero le había hecho daño.

-Ay... madre mía, qué torpe... -Risotada nerviosa. -Bueno, que eso... que yo me iba, solo estaba apuntando... -Al fin se puso el liguero. - ... unas cosas que me interesaban, y entonces...

... Y entonces gracias al haber tenido la cabeza inclinada, desde la parte más alta de la misma, chorreó hasta el flequillo y posteriormente la cara de la pringue semitransparente. Stephan dejó escapar un quejido lleno de asco al sentir aquello deslizándose sobre su naricita y boca. Se pasó la mano por la mejilla y se miró el fluido con cara de repugnancia.

-Qué... qué asco... Pero qué asco...

- Eso que le da tanto asco, Keehl, iba a ser empleado en las clases de Pociones, pero veo que ha querido adelantarse. - dijo el inglés, observándolo mientras intentaba limpiarse la cara.

Las frases entrecortadas, la velocidad con la que había recogido su libreta, los varios intentos de recolocarse el liguero y, en general, la actitud del alemán incitaba a sospechar que había algo más a parte de "unas cosas que le interesaban" en la despensa.

- Perdone, profesor... Tropecé en la escalera y... - intentó disculparse, esperando que no le castigara por lo ocurrido.
-Ya. - le cortó Damien clavando sus ojos amarillos en los azules de su alumno. - Ahora entrégueme su agenda.

Estaba escondiendo algo, eso estaba más que claro. Y por lo que había podido leer antes, no era nada referido a las clases, de manera que aunque finalmente resultara que era una inocente investigación, primero habría que comprobar qué era lo que realmente estaba apuntando antes de que él llegara.

"Los cojones te voy a entregar yo a ti." Dijo el alemán para sus adentros. Sin embargo se tragó sus ganas de contestar.

-Perdone pero, ¿para qué? Es algo...

-No me discutas más y entrégamela, Keehl.

-...

-¿No me has oído?

-Sí, le he oído...

La opción de salir corriendo estaba descartada, ya que un locomotor mortis acabaría truncando su huida, y de no ser así, el contar con que no levantara sospechas o que su profesor no fuera a tomar represalias estaban descartadas. Solo tenía una opción. Con la varita apuntó discretamente la agenda en un intento de que se emborronase la tinta, impidiendo su lectura.

-Aquí tiene.

Acto seguido se arrepintió de lo hecho. ¿Cómo podía creer siquiera que un profesor no sabría arreglárselas con eso?

"Stephan inútil. Stephan gilipollas. Stephan subnormal."

El profesor agarró la agenda y solo pudo ver un cúmulo de borrones en el papel. Arqueó una ceja por la sospechosa actitud de su alumno, pero a su vez divertido por los métodos empleados por el pelirrosa para ocultar algo.

"¿De qué va este niño? Si se piensa que esas artimañas son efectivas conmigo, va listo."

Sin quitarle los ojos de encima a su alumno, extrajo la varita y con ella golpeó levemente la agenda. Los borrones se convirtieron poco a poco en letras claras, mostrando listas de ingredientes, anotaciones de pociones y algunos garabatos en los márgenes.

- Sólo por esto te merecerías un castigo, Keehl. - dijo el inglés antes de empezar a examinar minuciosamente la libreta que acababa de confiscar.

En las primeras páginas, encontró apuntes que calificó de "inocentes", ya que tan sólo eran instrucciones modificadas, trucos que cualquiera con buenas capacidades en las pociones acababa utilizando para sus propias mezclas, y desde las primeras clases, Damien se había dado cuenta de las aptitudes del alemán para su asignatura.
Sin embargo, más adelante dio con listas que no le parecieron igual de inocuas. Algunas eran de ingredientes que, aunque se encontraban en esa misma despensa, estaban fuera del alcance de los alumnos si no se empleaban en las clases. Pero lo que más le sorpendió fue el largo listado de venenos, algunos de ellos con anotaciones que dejaban claro que se habían preparado con éxito.

- ¿Qué es esto? - exclamó el profesor de Pociones, señalando una de las páginas donde se encontraba apuntado con todo detalle el proceso de una poción bastante peligrosa y cuyos ingredientes no eran fáciles de conseguir. -Exijo una explicación ahora mismo.

-Bueno... simple interés.

-Yo a esto no lo llamaría "simple interés". No creo que haga falta que explique por qué...

Stephan se mordió el labio inferior. ¿Tenía otra salida? No. Ni de coña. Lo mejor era intentar ganarse la confianza del profesor para no acabar dándole explicaciones a un juzgado de magia .

-He preparado muchas de las fórmulas que aparecen en los libros. Las que me he saltado, créame que es porque no me han supuesto ningún reto personal. Entonces busqué algo más difícil.

Damien clavó a fondo sus ojos amarillos en los de su pelirrosa alumno. Su mirada de sospecha se acentuaba cada vez más.

-¿Me insinúas que todo esto es para hinchar tu ego? A mi me parece que hay además un profundo interés por las Artes Oscuras.

Evidentemente.

-Bueno... -Risotada nerviosa. ... Bueno, sí. Lo hay. Pero no estoy haciendo nada malo. Solo es una investigación personal, y le puedo asegurar que jamás he usado ni a una mosca para probar los efectos de lo realizado. ¿Qué tiene eso de malo? Creo que precisamente son mis "habilidades"... -Puso las palmas de las manos a la altura del pecho frente al profesor y movió los dedos para que la atención recayera sobre ellas. -... e interés por su asignatura las que hacen que todo me esté saliendo perfectamente. Son retos personales para aplicarme más aun con algo que es de su competencia, porque es un tema que realmente me encanta. ¿De verdad está tan mal con todo lo que le he explicado lo que estoy haciendo?

"No estoy haciendo nada malo."
"Solo es una investigación personal."
"Son retos personales..."

Se tensó durante un instante al escuchar esas palabras. Unas palabras demasiado parecidas a las que él había usado hacia por lo menos diez años en una situación prácticamente igual. En otra escuela y siendo él el alumno, aún así, las cosas no habían cambiado demasiado.

"Pero él se ha pasado de la raya, una cosa son las Pociones y otra las Artes Oscuras..." se dijo, todavía mirando fijamente al alemán. Tenía que pararle los pies a ese niño antes de que las cosas fueran "a peor".

- Curiosidad o no, has ido en contra de varias normas de la escuela y se podría decir que también en contra de algunas leyes mágicas. Espero seas consciente de lo que puede conllevar eso, Keehl.

"Él es el profesor. Él tiene razón. Aunque me fastidie, tiene razón."

-Bueno, yo... -El pelirrosa bajó la vista azorado. -... Sí. Tiene razón, lo siento. Creo que me he pasado de la raya...

Dejó escapar un suspirito arrepentido de manera estudiada. Apretó los labios de manera estudiada. Movió los ojos de un lado a otro de manera estudiada. Incluso se retorció los dedos de manera estudiada.

-Nunca pretendí causar mal a nadie...

"... aunque los demás se crean con la licencia de causarme mal a mí."

-Creo que no he comprendido la magnitud de lo que he estado investigando.

"Claro que no, porque no he tenido la puta oportunidad de probar nada aún."

-No pensé que fuera tan malo querer saber de todo, aún con precaución.

"Dicen que las ideas son algo muy peligroso..."

-Así que lo siento mucho. Pero por favor, no le diga nada a nadie. No quiero causar más problemas ni dar quebraderos de cabeza a mi familia.

"Es que como mi familia tenga que dar la cara y la gente se entere que soy un puto hijo de squibs, adiós a mi vida."

-Por favor. -Lo miró a los ojos. -Le prometo... -Aquella última palabra tuvo un rintintín que Stephan hubiese deseado omitir. Al igual que la discreta sonrisilla mientras miraba los fascinantes ojos de su profesor. - ... que dejaré de hacer esas cosas temerarias.

Al inglés no se le pasaron por alto esos pequeños detalles en el comportamiento de su alumno. Por experiencia propia, sospechaba que Keehl no mantendría su palabra.

- En tal caso, para asegurarme de que no vuelvas a "caer en la tentación" de seguir investigando, me quedaré con esto. - dijo Damien, haciendo tintinear el cascabel de la agenda de Stephan. - Y si te descubro de nuevo con este tipo de cosas, no dudaré en informar a la subdirectora y a tu familia, Keehl.

Su mirada cayó sobre el suelo todavía cubierto de aquella sustancia semitransparente y trozos de cristal del tarro que la había contenido y que el alemán había volcado.

- Por ahora limpia ese desastre, encontrarás lo necesario en ese armario. - señaló un pequeño mueble en una esquina. - Supongo que no hará falta decir que recibirás un castigo adecuado a lo que has hecho...

"Por mí como si te vas a la mierda un rato, cara-cuervo."

-Sí, señor Durkheim. -Suspiró Stephan con una vocecita falsamente afligida.

Abrió el armarito y allí encontró una pila de trapos, un cubo de madera y algunos frascos con lo necesario para limpiar cualquier mancha. Agarró el cubo y buscó con los ojos donde poder llenarlo, pero no supo dónde encontrar lo que buscaba. Se aproximó a su profesor con el cubo en mano.

-¿Dónde lo lleno? No he visto grifos.

-Aguamenti. -Dijo Damien con solemnidad llenando el cubo en un abrir y cerrar de ojos.

-Gracias. ¿Cuál es el desengrasante?

-¿Qué?

-Que cuál es el mejor para limpiar esto.

-El amarillo.

-Vale.

Apartó los trozos de vidrio de la mancha del suelo, mojó el trapo y frotó hasta que todo estuvo reluciente. Lo dejó todo en orden y se apresuró a coger los trozos del tarro roto para que el profesor lo arreglase.

"Míralo. Lleva todo el puto rato sin quitarme el ojo de encima. Ya que estaba podía haberme dado algo para que me limpiase al menos, el muy canalla. Cualquiera diría que el cara-cuervo este me está vacilando. Dios mío, me da una rabia... Y yo que pensaba que después del fürher reaccionario no iba a encontrar a nadie que igualase su gilipollez, y entonces me topo con este. Stephy, tienes la suerte en el culo, definitivamente."

-Aquí tiene, profesor. ¿Puedo irme...? -Stephan ahogó un gemido y un reguero de sangre manchó el cristal y goteó por la muñeca.

"Tu puta torpeza de siempre. Si es que no falla, cuando hay un maldito cristal es de norma clavárselo, mierda."

"Parece que he dado con los dos alumnos más torpes de toda la escuela..." se dijo Damien con un suspiro de resignación.

- Déjame ver eso.

Antes de examinar la mano del alemán, cogió con cuidado los trozos de cristal y los dejó en un estante para arreglar el tarro más tarde. La herida no era excesivamente profunda, aunque la cantidad de sangre que brotaba de ella podría haber hecho pensar lo contrario.

- Presiona la herida con esto... - dijo sacando un pañuelo del bolsillo de su chaqueta. - Yo iré a buscar algo para curar eso, mientras tanto, espera con el otro chico y ni se os ocurra moveros de aquí.

Dicho aquello y tras asegurarse de que Rosenbauer seguía con su castigo, salió de la despensa en dirección a su despacho. Podría haber mandado al chico a la enfermería y ahorrarse esa pérdida de tiempo, pero ya que había modificado recientemente la receta de esa poción, al menos aprovecharía para probarla...

"Lo que usted mande, señooooooor profesor." Dijo para sus adentros con sorna dirigiéndose hacia donde estaba el otro alumno. Antes de llegar hacia él echó un vistazo al resto de la despensa intentando memorizar algunas cosas de interés para poder apuntarlas más tarde en la libreta original.

"Tsk... que se la quede y la disfrute. Total, nunca saco de paseo la original."

Stephan nunca sacaba su libreta de apuntes original con él por precaución, así que lo que solía hacer en esos casos era una réplica de la original para llevársela. Copiaba los datos de interés en la original y destruía la réplica, y así cada vez. Era engorroso, pero prefería tener cautela con respecto a sus investigaciones.

"En fin, a ver quién es el otro pobre desgraciado que está castigado."

El "otro" no era otro que Tristan. Stephan se acercó rápidamente hacia él, que tenía la carita blanca del asco.

-¡Tristan! No me digas que tú... -El pelirrosa miró con asco lo que hacía su compañero, que parecía a punto de echarse a llorar. - ... No sé para qué pregunto. Pobrecito.

El pelirrojo había tenido que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no devolver lo que tenía en el estómago sobre los cerebros de rana que tenía que separar. Su tacto era desagradable, su olor era desagradable, su aspecto era desagradable... En ese momento, no concebía nada más asqueroso.

"Si no fuera tan torpe, no estaría aquí..." se dijo, apartando la mirada mientras dejaba caer un puñado de cerebros podridos en el otro cubo. "Ya me lo decía mamá, que me iba a meter en problemas igual que en casa..."

Dio un respingo cuando Stephan le dirigió la palabra. No se había dado cuenta de que había aparecido, ni tampoco de que el profesor se había marchado hacia unos segundos. Instintivamente, Chloris, el Puffskein de Tristan, asomó de uno de sus bolsillos, alargando cariñosamente su lengua en dirección al alemán.

- ¿S-Stephan? ¿Q-qué haces aquí? - preguntó el pelirrojo, quitándose rápidamente los guantes para coger a su mascota, que parecía dispuesta a lanzarse a los brazos de su compañero de habitación. - ¿Tú t-también estás castigado?

- Por lo visto, ahora sí...

- ¿Eh? ¿Qué ha pasado?

Stephan cogió a Tristan de la mano y lo apartó un poco de tan nauseabunda visión del castigo impuesto por el profesor de pociones.

-He estado cotilleando más de la cuenta y he tenido un accidente ahí detrás. El cara-cuervo me ha oído y me ha liado una gorda.

Tristan relacionó pues el estruendo anterior con el "accidente" de Stephan. No puedo evitar sonreír con el nuevo mote impuesto por su amigo pelirrosa al profesor de pociones.

-He tenido que recogerlo todo en plan chacha, y voy y me rajo la mano con un cristal quedando como un gilipollas delante suya. Me ha dicho que solo tengo que apretar esto y supongo que ahora vendrá a bronquearme de nuevo y toda esa mierda.

Stephan sonrió y le pasó el brazo por el hombro al pelirrojo cariñosamente.

-¿Y tú qué? Es por lo que te pasó en clase, ¿no? ¿Y ahora qué?

- B-Bueno... debería s-seguir con "eso" antes de que vuelva... - respondió Tristan, incapaz de enrojecer como solía hacer, pues el asco hacia el contenido de los cubos era superior a su propia vergüenza. - N-No quiero o-otro castigo...

- Ya... Pero si quieres que te ayude... - propuso el alemán, pero su compañero en seguida rechazó la oferta.

- No, no, no... Podría meterte en otro lío...

El pelirrojo volvió a guardar su mascota en el bolsillo, a pesar de las quejas de ésta. Lo último que quería era que le ocurriera algo a Chloris por haberla dejado suelta durante un castigo.

- En ningún momento dije que tu tarea había terminado, Rosenbauer.

La voz del profesor de Pociones los sorprendió a ambos, pues ninguno se había percatado de su regreso tan repentino. Tristan bajó la mirada, separándose de Stephan, y volvió a inclinarse sobre los cubos tras ponerse los guantes.

- Esto es para tu herida, Keehl. - continuó Damien, entregándole una diminuta botella de cristal a su alumno. - Y rápido, no tengo todo el día.

-Gracias. -Fue la seca respuesta de Stephan tras levantarse y acercarse a su profesor.

El pelirrosa vertió parte del contenido del elegante tarrito de cristal sobre el pañuelo que le había dado Damien y se lo aplicó en la herida. Enseguida comenzó a notar un cosquilleo de lo más agradable en la zona, señal de estar curándose.

-Bueno, pues entonces yo... -Stephan intentó escurrir el bulto con la excusa de la herida, aunque no le hiciera nada de gracia dejar al pobre Tristan solo con aquel pajarraco inglés.

-Un momento. -Lo retuvo el hombre de ojos amarillos. -¿Acaso he dicho que puedas marcharte? Siéntate y espérate a...

"¿A qué?" Pensó el adolescente alemán. Miró a su profesor y durante un momento aquellos ojos amarillos se clavaron amenazantes dentro de él. Como si pudiese verlo por dentro. Se asustó. "No... No será capaz de hacerme nada, ¿no? No... Tristan está aquí, podría confesar si me pasa... ¡Pero ese tío podría joderle la memoria a Tristan! ¿De qué hablo? Estoy súper mal de la cabeza. Peor, ¿y si...? Eso está entrando dentro de mí... Ay Dios. No puedo respirar... ¡no puedo respirar!

Hiperventilaba.

"Me va a matar, fijo. Eso ha sido por las notas. Ha leído lo de los Horrorcruxes y... y..."

La neurosis de Stephan fue interrumpida de golpe con la tosecilla de Tristan que lo devolvió a la realidad. Se apartó el pañuelo de la mano maldiciéndose por ser un "puto hipocondríaco de mierda que ha alcanzado unos niveles de gilipollez de premio" y se miró la herida. Sin embargo, al ver el aspecto de la misma dejó escapar un gemido asustado que llamó la atención tanto de su profesor como de Tristan.

-¿Qué sucede, Keehl?

"¿¡Lo ves?! ¡¡Veneno o peor!! ¡¡Y encima actúa como si no supiese nada!!" Lloriqueó para sus adentros palideciendo por momentos.

-La sangre de las heridas... es blanca.

"¡¿Blanca?!"

Estuvo a punto de decir aquello en alto, pero logró detenerse a tiempo. No podía dar a entender que no estaba al tanto de todos los efectos de una poción que acababa de administrarle a un alumno, eso sería sin duda un motivo para echarlo al instante de la escuela.
Agarró la muñeca del pelirrosa, obligándole a extender la mano para observar mejor la herida. Efectivamente, la sangre había perdido su coloración roja, sin embargo, el corte parecía estar sanando con normalidad.

"No es posible que me haya equivocado con algún ingrediente... Esto no debería haber pasado. Es imposible que me haya salido mal."

- Debe de ser alguna reacción de tu cuerpo a un ingrediente de la poción, pero no es nada de qué preocuparse. - dijo Damien, tratando de mostrarse tranquilo, como si aquello fuese de lo más normal. - Este tipo de "alergías" a veces ocurren.

"Tendría que haber funcionando sin problemas. Sin ningún problema."

El alemán lo miró con desconfianza. Si tantos eran sus conocimientos de Pociones, seguramente se había planteado la opción del envenenamiento, él mismo lo habría hecho.
Sin añadir una palabra más, se dirigió a uno de los estantes y tras una breve inspección, cogió un frasquito y se acercó de nuevo a Stephan, seguido por los ojos abiertos como platos del joven pelirrojo.

- Esto devolverá tu sangre a su color natural. - explicó el profesor, dejando caer una sola gota de la sustancia sobre la herida.

Stephan echó un fugaz vistazo al tarro que llevaba Damien en la mano, pero solo pudo intuir vagamente lo que podría ser. Sin pensárselo dos veces se metió en la boca un trocito re bezoar como si de un caramelito se tratase y la chupeteó fon fingida inocencia.

Stephan solía llevar siempre encima varias piedras bezoar "por si acaso" desde hacía cerca de tres años. De hecho siempre que notaba algún tipo de malestar ansioso acababa metiéndosela en la boca un rato.
Siempre en guardia. Siempre alerta.

"Cualquiera puede atacarte."

Miró con curiosidad cómo la sangre se iba tornando roja muy lentamente. En ese momento adquirió un tono rosa claro con aspecto dulce.

-Anda, si parece batido. -Dijo Stephan en voz baja y entusiasmada. El alemán ni se percató de haberlo dicho en voz alta, ya que se encontraba demasiado entretenido con todo aquello y casi olvidándose de su miedo inicial. Acto seguido dejó escapar una risotada divertida mientras apuntaba de mala manera en un papelito que se sacó del bolsillo.

-Tristan, pásame eso que tienes al lado.

-¿El trapo?

-No. El... -Esperó a que el profesor se diese la vuelta. - ... cuentagotas. ¡Deprisa!

El pelirrojo dudó un momento. ¿No se meterían en un lío si cogían cosas de la despensa sin permiso? No quería pasar otra noche haciendo tareas desagradables...

"¿Pero qué es lo que acaba de pasar? No es muy normal lo de la sangre blanca... ¿o no?" se dijo Tristan, mirando de forma alternada el cuentagotas, Stephan y el profesor. "¿Y si se gira y me ve? Me va a echar la culpa..."

Echó un último vistazo a la espalda del inglés y le pasó rápidamente el cuentagotas a Stephan, que tomó una pequeña muestra de su sangre "rosa", guardándola luego en el bolsillo como si nada.

- Todavía no has terminado, Rosenbauer. - espetó Damien. - ¿Quieres que el castigo dure una semana?

Stephan comenzó a sentir impaciencia estando allí, ya que tenía algo por analizar que no quería dejarlo pasar por nada del mundo. Además, estar tan cerca de gran cantidad de material completamente inaccesible para él lo irritaba a más no poder. Su profesor tampoco lo ponía de mejor humor, ya que el verse impotente mientras trataba con tan poco tacto a Tristan le despertaba los deseos que coger la cabellera azabache del más mayor y arrojarlo contra uno de los calderos. Aquella visión le hizo reír con discreción.

El chico de cabello antinatural se quedó observando a su profesor durante unos breves minutos. Las sensaciones que le provocaba desde la primera vez, lejos de desvanecerse según se fuera acostumbrando a su presencia, se fueron acentuando cada vez más. Sensaciones contradictorias enfrentándose cada vez que cruzaba sus ojos con él. Sus ojos.

Sus ojos eran lo que más le fascinaba a Stephan. Ojos amarillos. Ojos de ave. Ojos de felino. Ojos de araña. Ojos de demonio. Pero nunca ojos de persona. ¿Por qué amarillos?

"Los que yo busco no son amarillos, pero se le parecen." Se dijo para sus adentros, lamentándose de ello poco después. Cortó esa línea de pensamiento. Aquella situación le estaba provocando ansiedad.

-Profesor. Si no me necesita para nada, ¿podría irme ya?

- Sí, puedes marcharte. - contestó secamente el profesor de Pociones. - Recibirás un aviso sobre tu castigo a lo largo de la semana.

En ese momento no era capaz de concentrarse en otra cosa que no fuera la reacción del alemán con la poción. Necesitaba comprobar que, efectivamente, no había cometido ningún error, que aquello era un caso aislado, provocado bien por el contacto con los restos de la sustancia que había volcado Keehl o por una alergia del mismo.
Sin embargo, su alumno pelirrojo estaba lejos de acabar su tarea, blanco como la cera y reprimiendo las arcadas. A ese ritmo, no acabaría en toda la noche.

- Rosenbauer, por hoy hemos terminado. Mañana te espero en mi despacho a la misma hora. - continuó Damien. - Y ahora, fuera de aquí.

Tristan no se hizo esperar. Se deshizo a tirones de los guantes y salió casi corriendo detrás de Stephan, que ya se había marchado de la despensa, deseando llegar cuanto antes a su habitación.
El inglés, tras haber comprobado que no faltara nada de los estantes, cerró la puerta con llave y con un hechizo para luego dirigirse rápidamente a su despacho. Además de comprobar la poción, quería leer con mayor detenimiento la agenda del pelirrosa.

"No me gusta nada..." se dijo. "Nada en absoluto."

Stephan se detuvo un momento para esperar a que Tristan se pusiera a su altura y así caminar juntos hacia su habitación compartida. La cabeza del alemán bullía completamente cargada por lo acontecido.

-¿Estás bien, Tristan?

-E-eso creo. Aunque con ganas de vomitar.

-Yo también, y no me ha hecho falta coger vísceras de rana para ello. Cuando me toque el castigo, preveo lo peor. -Dijo Stephan con rabia. Su perenne sonrisa estaba del todo borrada, detalle que no pasó por alto su compañero. Completamente borrada. -Ya ves, Tristan, solo me han hecho falta treinta minutos cerca de ese cara de cuervo para acabar de los nervios.

"Y encima tiene los ojos amarillos. Muy amarillos. Son esos ojos, sus ojos..."

El miedo acumulado por saber lo que iba a leerse aquella noche el profesor de pociones casi lo hace llorar. La impotencia de la situación una vez más (sin poder evitar el recuerdo del führer reaccionario). Aquellos ojos que lo tenían hipnotizado.

"Mejor pensar en otra cosa, joder."

-¿Cuánto duran los castigos con el caracuervo?

-Toda la tarde.

-¿Cuantos "treinta minutos" puede haber en toda la tarde...?