Dominación coaccionaria

El despacho de transformaciones. Kyo se encontraba de pie delante de la puerta cavilando las opciones que tenía.

Hoy era ya viernes el mejor día para aplazar un castigo. Kyo se había incorporado a las clases ese mismo día por la mañana, por lo que inmediatamente había recibido la citación en aquel despacho.

Llamó, y esperó unos minutos. Volvió a repetir la acción, pero esta vez una voz seca le invitó a que entrase.
Entró firme y decidido. No era su costumbre ponerse nervioso y menos asustarse. Pero aun así, aunque nunca había cedido ante la coacción física del profesor, miraba hacia abajo, con pudor por encontrarse en aquel despacho en aquella situación.

Se sentó en la simple silla. Aquella habitación le recordaba a la sala de juicios mágicos. Sin nada, sin adornos… tenebrosa y oscura. Y lo único en lo que podía mirar era en aquella varita mágica dominadora.

-Señor profesor…

-Me alegra comprobar de que la puntualidad es algo que aún conservas, Kyo Saionji.- Dijo con sequedad el profesor de transformaciones sin apartar la vista de su pupilo. Había entrado con la cabeza baja y parecía evitar entablar un contacto visual con él. La culpabilidad parecía corroerle por dentro. Le gustaba.- Saionji, estás aquí para cumplir un castigo así que afróntalo como un hombre con la cabeza bien alta.

Mientras hablaba, caminaba con lentitud alrededor del alumno, captando cada tic nervioso, analizando cada gesto, memorizando cada reacción. Todo ello mientras giraba la fusta entre sus dedos, más como un gesto amenazador que por el propio deseo de usar su preciada posesión sobre el japonés. Era uno de sus alumnos estrella así que no debía excederse. Sin embargo, precisamente por ser alguien destacable en su asignatura, y además prefecto, no podía consentir que aquel niño perdiera de vista el norte, y menos por los muslos de una chica descocada.

El profesor de transformaciones lo rondaba y lo acechaba con su mirada, mientras su fusta rompía el silencio de la sala. Era una prueba para ponerlo nervioso. Lo conocía. Sabía perfectamente la forma coaccionaria con la que operaba, la forma coaccionaria que le gustaba ejercer sobre sus alumnos.

No movió ni un ápice de su cuerpo, pero estaba tranquilo. No le importaba ya las veces que lo habían castigado, las veces que no se comportaba de acuerdo con su posición. Había desarrollado una intransigencia acérrima hacia esas posturas, ya que era la única vía de escape de todo. Su forma de huir y de evadirse le hacía sentir que era real.

-¿Y qué es afrontar la situación como un hombre, profesor? ¿Y para qué hay que llevar la cabeza bien alta? ¿En que se beneficia uno? Simplemente sé que he violado dos normas del colegio, y que estoy aquí para ser castigado. Me castigará y después seré consecuente con lo que haga partir de este castigo. Pero eso no me hará comprender el hecho de afrontar las cosas como un hombre, como usted dice.

Kyo miró a la cara a su profesor. Su vara dejó de agitarse y se paró delante de él. Empezó a mirarlo detenidamente sosteniéndole esa mirada. Intentando desmoronar, e imponerse. El miedo era su mejor arma para atacar.

-Soy uno de sus mejores alumnos, pero sabe perfectamente que ningún otro profesor ha podido controlar mi “comportamiento rebelde”. Así que no soy ningún modelo a seguir. No soy perfecto y estoy entre los mejores.-Apartó la mirada y volvió a mirar hacia abajo- Mi problema no es que sepa afrontar el castigo. Mi problema es que no sé enfrentarme a usted, porfesor.

-Tu problema reside en que tu visión del mundo está más desestructurada que tu salud, Saionji.- Espetó con frialdad el profesor. Sabía que aquel muchacho no parecía reaccionar de la misma forma que el resto de los estudiantes de aquella escuela. En una situación similar, cualquier otro ya estaría pidiéndole perdón o buscando alguna excusa para que todo pasara lo más rápido posible y no sufrir la ira del profesor de transformaciones.- Tienes razón en algunas cosas que has comentado: eres uno de los mejores de tu promoción en mi asignatura, y aún no ha habido profesor capaz de calmar esa forma de ser descarriada con la que desgraciadamente has venido a este mundo.- Friedrich se alejó un poco de su acompañante y se apoyó al borde de la mesa frente al joven.- En esta escuela no solo se enseña a usar la magia, también "reformamos" los carácteres faltos de disciplina o autocrontol...

Silencio.

-Ahora, cuéntame tu versión de lo ocurrido.

Silencio y más silencio. No sabía afrontar aquella mirada, pero un hormigueo le recorría el estomago. Aquella situación estaba mal y lo sabía. Pero aún así le hacía cosquillas en el estómago. “Rui. Rui Saionji…”.

Lo que en verdad quería ser, lo que en verdad es.

Friedrich se impacientaba. Empezó a retorcer su varita entre sus manos. Intentaba poner nervioso al mucho. Pero esa situación alimentaba al muchacho. Lo alimentaba y aún así no podía mirarlo a la cara. Tomo su mejor estrategia, evadirse y esconderse para parecer un chico duro. Solo era fachada.

-¿Mi versión de lo ocurrido? Quiere que le cuente cómo me encontré en aquella situación, cómo la pille en mi ronda de perfecto en la sala común habiendo terminado con otro chico, cómo empecé a mirarle los pechos porque se estaba abrochando la camisa…. o prefiere escuchar cómo no pude refrenar ese instinto que me llama… ese mismo instinto que me hace odiar, me quema la sangre y no puedo controlar… ¿Cómo dominar la falta de autocontrol, que te domina y es superior a ti? ¿Afrontando la situación cómo usted dice señor profesor?

Con su mano apretó su muslo, haciéndose seguramente daño. Y el silencio empezaba a hacerse incómodo porque lo miraba… lo observaba. Lo miraba con esos ojos, y lo juzgaba. Odiaba esa mirada porque seguramente veía lo que escondía por dentro… lo que en verdad era por dentro.

-Eso no viene al caso, Kyo Saionji.- El nombre completo, una mala señal. El profesor de transformaciones únicamente hacía eso cuando alguien lo irritaba de sobremanera, y aquel alumno le estaba sacando de sus casillas con aquellas formas de marear la perdiz y su constante carácter descarriado.- Los instintos siguen siendo eso, instintos. El ser humano ha evolucionado a lo largo de la historia, ha creado una sociedad y ha creado unas leyes. Bien, pues esta institución es igual.

El alemán no se movió de su sitio, pero comenzó a dar leves golpecitos en la palma con la fusta. El sonido seco que hacía al chocar contra su mano enguantada le relajaba y sabía que, normalmente, servía para imponer su persona sobre otros.

-Así que este es el argumento que me presentas para defenderte: "que no sabes controlar tus instintos". Pues me trae sin cuidado.- Añadió dando un golpe más fuerte, pero sin excederse, con su fusta. Se hizo otro silencio tenso.- ¿Acaso insinúas que tus instintos primarios, dignos de un gnomo de jardín en celo, son más valiosos dentro de tu pequeña cabeza que todas las enseñanzas que lleva impartiendo esta escuela durante años? Porque si tu respuesta es afirmativa, me temo que tendré que acabar consultando tu caso con Turull para ver si podemos hacer algo con ese "instinto" que, según tú con tu patética prepotencia, nadie puede controlar... ni si quiera cuando se está en el lugar menos apropiado.

Pensamiento, caos y silencio. En su mente retumbaron las palabras de Turull: “Ser no lo habitual”.

Golpe, golpe, golpe, golpe. La varita de von Gottlieb sonaba con cada golpe, y resonaba en el silencio de la estancia haciendo eco,  metiéndose en la cabeza de Kyo, entrelazándose con sus pensamientos...

Un dolor agudo recorrió su cuerpo. No sentía su pierna ya que la presión de sus manos no cesaba y su mirada seguía fija hacia abajo. Dominado y sumiso. Se sentía un arrastrado porque en el fondo…

Huir. Sabía huir y esconderse. Era un cobarde y huía de su realidad.

Sus pensamientos se volvían cada vez más agitados, violentos… contrariados. Su pequeño teatro ambulante de cómo ser Kyo Saionji. Pudor por encontrarse en aquella habitación y a la vez complacencia porque lo humillaba. Porque humillaba ese nombre. Humillaba a Kyo Saionji.

-Turull ya me ha citado para nuevas sesiones de reconocimiento junto con el profesor Durkheim. Según Turull tengo que encontrar el equilibrio en lo “no habitual”… señor profesor…

-Bien, una buena noticia siempre es bien recibida.- Espetó el profesor de transformaciones a la par que fruncía el ceño más de lo habitual. El nuevo alumno, la mancha de su expediente, y ahora tenía que castigar a uno de los mejores alumnos dentro de su asignatura... Aquel curso había empezado con mal pie, de eso no cabía duda.

Friedrich, en silencio, se acercó de nuevo a su alumno hasta que la punta de sus botas rozaron los zapatos del muchacho. Sabía que los golpes no funcionaban con aquel chico ya que había sido duramente reprendido con anterioridad y no parecía haber surtido ningún efecto en su carácter, así que su única arma contra él eran las palabras y su expresión llena de desprecio y decepción. Que se sintiera humillado, que se sintiera culpable por atentar contra las normas de la escuela era su principal objetivo. El alemán dejó la fusta sobre la mesa y miró a los ojos al muchacho.

-Quítese la parte superior de su uniforme, incluyendo la camisa, y enséñeme las manos, Saionji.

-¡Qué coñ..

Miró como había dejado la fusta en la mesa, y como lo miraba. Decididamente no podía quitarse el uniforme delante de él… Nadie podía mirarlo, nadie podía ver lo que escondía…

-¡Cuide su lenguaje y quítese el uniforme Kyo Saionji!

Su cara seguía quieta en el pánico, por mostrarse ante él. Por quitarse la camisa… Pero no tenía muchas posibilidades. Claramente había encontrado una forma de humillarlo.

“Pero qué coño pretende hacer…  No puedo mostrarle la cicatriz… como se entere tendré que dar parte de todo… en que mierda de lio me he metido… No, no, no… LO ODIO… lo odio todo…”

-No puede pretender que me quite la camisa profesor… esto es…- Se levantó de la silla y se puso a la misma altura que su profesor. Los dos estaban a un palmo de distancia. Podía ver con claridad esos ojos claros e intensos que parecían ver la verdad.- …no… no… ¿No puede hacer eso verdad? Me niego a quitarme la puta camisa.

Von Gottlieb elevó la cabeza, mirándolo con una altivez superior si cabía. Sus orificios nasales parecieron dilatarse en muestra de su enfado, pero nada más delató que aquel brusco cambio de carácter de su pupilo le había molestado tanto como sorprendido y, paradojicamente, lo había puesto en buen camino.

Kyo Saionji. Aquel niño incorregible. Aquel alumno descarriado. Aquel que no aprendía castigaran cuanto lo castigaran... acababa de mostrar su debilidad ante él.

-Quítese la camisa, Saionji...- Espetó en un susurro que resultó más amenazador que el hecho de que se hubiera puesto a gritarle o amenazarle con la fusta.- No querrá obligarme a ser duro con usted, ¿verdad?

Más silencio.

El profesor miraba al alumno.

El alumno miraba al profesor.

-"Así que esas tenemos..."- Pensó mientras volvía a agarrar su fusta. Su alumno pareció encogerse levemente en el sitio, quizás por el temor de ser golpeado hasta que cediera a su mandato. Sin embargo, von Gottlieb no se manchaba las manos.- Que conste que tú me has obligado, Kyo Saionji.

Agitó su varita y, sin pronunciar el conjuro en voz alta, el profesor apuntó a la camisa del muchacho la cual pareció cobrar vida propia. Se agitaba como una serpiente amenazada en torno al cuerpo del joven que intentaba mantener aquella prenda pegada a su cuerpo a pesar de que esta usaba toda su fuerza para escapar de entre sus manos.

Von Gottlieb no se movió de su lugar.

Sonrió.

La camisa haría el trabajo por él.

La camisa lo asfixiaba.

Gimió.

No tenía más opción que resignarse. La camisa había cobrado vida, y cuando más se oponía a tapar su cuerpo más daño le causaba. Su piel estaba roja de las rozaduras y su respiración sonaba cada vez más entrecortada. Él seguía sonriendo con su varita en la mano.

Extendió los brazos, y de repente la camisa empezó a deslizarse como una serpiente sobre su cuerpo. Se desprendió contorneando su figura hasta los pies. La camisa empezó a enrollarse haciendo una atadura a los tobillos.

La camisa lo tenía atado y sumiso.

Estaba desnudo.

El profesor, satisfecho por aquella rendición, empezó a inspeccionar el cuerpo del muchacho para saber el porqué... para saber su debilidad…

La primera gota de sudor frío apareció en la frente de Kyo. Aquello posiblemente se le escapaba de las manos. Miró la sala en silencio, y sintió como en su pierna sentía un calor latente de la presión que había ejercido. Sus pensamientos habían cesado, ya que estaba tenso…

-¿Me pegará con la fusta directamente profesor?

-Cualquiera diría que lo estás deseando, Saionji.- Espetó el alemán con tranquilidad mientras caminaba alrededor del muchacho sin apartar la vista de él, igual que un depredador al acecho mientras espera del momento adecuado para atacar. Posó con suaviadad la punta de la fusta en su espalda, como si esta le sirviera de eje rotatorio.- Los castigos físicos nunca te han servido así que no pienso malgastar mis fuerzas en un mequetrefe como tú. Tengo muchas otras maneras de hacer que aprendas, créeme...- Una sonrisa victoriosa afloró a sus finos labios. Evaluó la imagen que ofrecía su alumno, buscando alguna cosa fuera de lo habitual... hasta que lo encontró.

Una cicatriz. Rojiza y seca. Cicatrizada pero dolorosa. Algo que no era "habitual", y las cosas no habituales siempre lo ponían bastante nervioso. Sin embargo, no se limitó a observar aquella marca con forma de "S" invertida que recorría casi media espalda, en absoluto. La seca superficie de la fusta rodó por la piel hasta llegar a aquella zona, la palpó con ella como si estuviera dándole caricias con aquella varita extremadamente alargada, siguió el recorrido como si de un juego se tratase... Von Gottlieb arrugó el entrecejo cuando una chispa azulada salió de la punta de su varita, provocándole un leve quemazón al más joven quien no pudo reprimir un espasmo involuntario. El profesor apartó la fusta, volvió a girar en torno a  Kyo y lo miró de frente, imponente, directamente a sus ojos.

-Está cargada de magia, y ese tipo de detalles deben figurar en el expediente de todos y cada uno de vosotros, al margen de lo que fuera que lo originase.- Friedrich estaba molesto. Que hubiera cosas que él desconociera cuando debía tener conocimiento sobre aquello era algo que lo irritaba bastante. Apretó la fusta entre sus enguantados dedos.- ¿Puedes dame una explicación lógica a esta irregularidad o debo solicitar la intervención del Gran Director para que nos aclare este asunto, Ky-o Sai-on-ji...- Terminó remarcando cada una de las sílabas que componían su nombre.

Von Gottlieb lo asfixiaba.

Como aquella camisa lo tenía atrapado y atado. Estaba sumiso, y perdía a su acostumbrado juego de mentiras y engaños. Por lo que se resignaría, cómo la camisa, porque se sentía débil e inútil.

Gimió.

Desnudo ante la imponente mirada del profesor. Desnudo e indefenso ante la varita que destellaba de la punta, chispas de color azul. La verdad que escondía podía revelarse… con una simple varita… ¿De qué le han servido sus hazañas en transformaciones? Estando desnudo no podía transformar la verdad… porque no debía mentir… porque no podía mentir.

-Creo que…- Se paró unos segundos para respirar mejor y calmarse. Su pulso se aceleraba y su voz sonaba más agitada… podía delatarse el solo.- Creo que… mi padre dio referencia sobre el incidente de los mortífagos… cuando me trasladé de escuela de magia.

La ceja del profesor de Transformaciones se arqueó hasta el punto que parecía que iba a quedar deformada para siempre. Su gesto no se relajó ni un poco, aunque al menos no dio la impresión de que su enfado fuera en aumento. Von Gottlieb apartó la fusta de la espalda del muchacho y la posó con suavidad sobre la cabeza del japonés, dándole leves golpecitos indoloros mientras hablaba.

-Sí, eso es cierto. Tengo entendido que tu padre dio un informe escrito de su puño y letra sobre lo acontecido por aquellos sirvientes del Señor Tenebroso.- El alemán se acercó tanto a su acompañante que este podía ver su cara reflejada en las brillantes botas de su profesor.- Sin embargo, no había nada que indicara que sufrías de una herida realizada con una maldición. Sí, Saionji. Sé que es una maldición...- Los ojos fríos repasaron la herida una y otra vez, analizando cada forma, cada zona enrojecida...- Es un fallo muy grande por su parte. Sin embargo, me has pillado benevolente así que, por esta vez, lo dejaré pasar ya que ha sido un fallo de tu progenitor. Los hijos no deben cargar con las responsabilidades de sus padres.

La fusta se deslizó suavemente por la cara del joven hasta la barbilla sobre la que ejerció una leve presión para que Kyo elevara su rostro hasta encontrarse con la de su profesor.

-En pie, Saionji. Estamos aquí para enseñarte a tener las manos quietas. El asunto de tu cicatriz será tratado tras hablarlo con el señor Brom y el Gran Director si lo consideramos conveniente.

Permanecía quieto delante de él. Estaban tan cerca, que podía notar su aura, su constitución. Escuchó sin alterarse las palabras de von Gottlieb mientras este seguía observando la  cicatriz.

“El fallo más grande de ese cerdo es seguir existiendo. Además es el tipo de padre que piensa que puedo cargar con un muerto encima… gilipo…”

Un escalofrío punzante le recorrió la barbilla. Se agitó durante un segundo por la repentina acción. La varita lo obligaba a mirarlo.

-El Gran Director ya tendría que saberlo… porque… ¿no lo ve todo? Si es así ya ha visto muchísimas veces que no he mantenido las manos quietas y… lo sigue permitiendo.- Hizo una pausa de un segundo. Estaba desnudo y dominado, pero tenía que seguir aparentando lo que no era.-  ¿Cómo me enseñará a tener esas manos quietas profesor?

Sonrió. Con crueldad. Con frialdad. Con diversión.

-¿Acaso no me he explicado bien, Saionji? He dicho... EN PIE.- Tal cual pronunció las últimas palabras, el profesor apuntó al alumno con su varita y las rodillas de este parecieron obedecer el mandato del mayor, obligando a su portador a erguirse de una manera tan forzada que el esfuerzo le provocó unas punzadas dolorosas en las rodillas.- Esto ya no es necesario.- La camisa del alumno volvió a cobrar vida pero en esta ocasión, en lugar de atar e inmovilizar a su portador, se deslizó por sus brazos cuan serpiente hasta enredarse en las manos del joven.- Ahora, pequeño alborotador, las manos al frente con los dedos y las palmas extendidas.

El japonés obedeció sin rechistar, dejando sus extremidades a merced de su acompañante. El profesor de Transformaciones sonrió con triunfo mientras deslizaba la punta de la fusta por encima de la prenda del muchacho a medida que pronunciaba un hechizo en un murmullo ineludible. Antes de que el estudiante pudiera darse cuenta, la tela cambió su forma hasta convertirse en algo sólido, de aspecto plomizo y bastante pesado.

-Cepo para dedos. En la Edad Media los usaban para triturar las manos de los rateros,  pero me temo que no puedo aplicar este castigo en su plenitud.- El profesor disfrutó en silencio unos segundos de la respiración agitada de su alumno.- Permanecerás con él puesto 24 horas exactas. Mañana a esta misma hora deberás presentarte aquí para que yo te despoje de ellos. Y te recomiendo que no intentes deshacerte de él por medio de la transformación ya que si nota algún indicio de magia que no provenga de mi varita...- El alemán dio unas cuantas vueltas a su fusta entre sus enguantados dedos con deleite.- ...se aferrará con más fuerza a ti, y no creo que te haga gracia ir a la enfermería por haberte amputado unos dedos al desobedecer a un profesor.

Más silencio. Su sonrisa se amplió.

-Ahora fuera de mi despacho. Ah, y este castigo no te exenta de tus tareas como prefecto ni alumno así que irás a clase, a cenar y a las reuniones que tengas hoy pendientes con "normalidad".

-Claro señor profesor.

“Mejor un cepo que aguantarte por más tiempo...”

Se tambaleó y dio unos pasos hacia atrás. Se separó de su respiración. Volvió a mirar hacia el suelo y se dirigió hacia la puerta sin rechistar lo más mínimo. Se detuvo en seco y levanto la mano torpe…

La puerta se abrió ella sola dejando al descubierto una gran penumbra… Lo que más le atormentaba. Giró un poco la cabeza, y vio al profesor donde lo había dejado, rígido, con la fusta levantada. Sonriendo.

-Espero, señor Saionji, que la oscuridad tape su vergüenza.

Un escalofrío le entró por el cuerpo. Sentía miedo por esos ojos que lo devoraban con rabia. Giró la cabeza y cruzó por la puerta, la cual se cerró a su paso con un golpe seco.

Miró a su alrededor… y no divisaba a nadie. Tenía los músculos doloridos por la tensión, y un gran moratón en la pierna. Empezó a poner su cabeza en posición, con la puerta del despacho detrás de él.

“Bueno esta noche voy a triunfar en la reunión secreta con este artefacto tan macabro… Puedo proponer que es mi disfraz para la fiesta. La cosa es cómo llegar a mi habitación sin que me vea absolutamente nadie…”

No podía hacer magia… y salía desnudo mostrando su mayor miedo… ¿Era otra forma de martirizarlo y hacerle más vulnerable?

Se perdió por el pasillo de los dormitorios meditando sobre lo sucedido mientras lo alumbraba penosamente con las manos entorpecidas… Entonces se preguntó cómo le habría ido a Zhen…