Soga y mentiras

Ambos anduvieron en silencio durante varios intensos minutos, tan tensos que estos se le hicieron interminables. Ninguno habló durante todo el trayecto, y aquello acompañado de que apenas hubiera gente por los pasillos por ser fin de semana acentuaba la sensación de que tanto alumno como profesor se encontraban dentro de una especie de burbuja insonorizada.

Tras subir las escaleras de la torre de transformaciones llegaron hasta el despacho de Friedrich. Este, tras dedicar una mirada veloz a su acompañante, abrió la puerta y se hizo a un lado, instándole sin palabras a que entrase en la estancia. El hombre se percató de que, a pesar de mantener una expresión neutra, al muchacho se le escapa algún que otro tic en la comisura de los labios del nerviosismo. En contrapunto, aquella visión hizo que el alemán se sintiera más seguro. Él seguía manteniendo su poder y su grandeza.

Posteriormente cerró la puerta y el profesor fue hasta su escritorio de madera oscura barnizada y se sentó tras él. La estancia era bastante grande pero apenas tenía decoración. Estaba el escritorio exageradamente amplio para las pocas cosas que tenía sobre este (una pluma, una pluma a vuelapluma, un par de pergaminos, una pequeña pila de libros y un pequeño objeto parecido a una fusión de un barómetro líquido muggle con un reloj de arena), la silla escueta de la misma madera oscura y barnizada, una alfombra de color verde oscuro a juego con un par de cortinas espesas el mismo color que sumía la estancia en una oscuridad tenue que daba al lugar un aire tenebroso pero recogido. No había nada más. Ni un cuadro, ni un utensilio mágico.

-Siéntate.- Ordenó el profesor de transformaciones con el semblante serio mientras le dedicaba al muchacho una mirada altiva y llena de despecho.- Supongo que sabrás el tema que vamos a tratar, ¿verdad, Keehl?

Miraba a los ojos a su acompañante, intimidándolo con su presencia, sometiéndolo sin palabras, doblegándolo sin violencia física. Evaluó sus pestañas oscuras, aquella sonrisa forzada en un intento de mantener la calma, el tic nervioso de sus dedos al darle vueltas a un anillo que portaba en el dedo anular de la mano izquierda...

Stephan miró los ojos celestes del profesor con nerviosismo bien disimulado y continuó intentando mantener la imagen y la calma. Él era conocido como Pokerface y Pokerbaby por algo más que por hacer "magia" con las cartas, después de todo.

Se sentó en la oscura silla y cruzó las piernas con soltura, apoyando las manos en los muslos y encorvándose levemente hacia la mesa.

-Me imagino que tiene que ser por la queja que hice contra su persona, ¿me equivoco, profesor?

La última palabra fue pronunciada a su ritmo y arrastrando sutilmente las sílabas en un gesto algo provocador. Aunque por dentro estuviera muerto de miedo, jamás lo sacaría a relucir ante otros. Jamás.

Si no hubiera sido porque hubiera sido una completa desfachatez, Friedrich no hubiera tenido el más mínimo miramiento en echarlo de su despacho tras prenderle fuego a la parte trasera de sus pantalones con un incendio. Pero él era un profesor, y ese chico, su alumno. El alumno que se proponía mancharle su historial.

-Correcto. Supongo que hemos empezado con mal pie.- Hablaba con calma sin desviar su atención de su acompañante. Procuraba nunca desviar la mirada cuando hablaba con alguien ya que eso era señal de debilidad e inseguridad. Además, para qué negarlo, para sus adentros le era más placentero observar ese tic nervioso en los alumnos que intentan salir indemnes de algún castigo impuesto por su persona.- Tras meditarlo, he llegado a la conclusión de que podríamos llegar a un acuerdo de forma civilizada. Para empezar, ¿puedo saber el por qué de tu queja? He releído el informe varias veces y, sin embargo, ese punto no ha terminado de quedarme claro.

-¿Perdón? -Stephan no pudo evitar una risilla de desconcierto. -¿Qué me está contando? ¿En serio no se imagina por qué he protestado?

Al pelirrosa se le notó claramente su enfado contenido. ¿Pero qué pasaba? ¿Acaso se estaba aquel profesor riendo de él o qué? ¿O es que estaba tan acostumbrado a putearlos a todos que ni se le pudo pasar por la cabeza que a alguien podía sentarle aquello mal?

El profesor de transformaciones ladeó un poco la cabeza en un gesto interrogante algo intrigante.

-A ver, puedo comprender que con mi aspecto llamativo pueda alguien llamarme la atención, cosa que no debería tolerar teniendo en cuenta que esto no va en contra de las normas ni le hago daño a nadie. Pero de ahí a dar opiniones tan sucias sobre mí y además decírmelas a la cara hay un trecho... Es una falta de respeto demasiado gorda, y no estoy dispuesto a aguantar que se me trate de esa manera sin haber hecho nada, vaya...

-La falta de respeto la estás cometiendo ahora con tus palabras.- El alemán no pudo contenerse ante la forma de expresarse del muchacho, tan dejada y carente de respeto al que él estaba acostumbrado.- Así que dicha queja es por el comentario que hice sobre tu peinado la primera vez que te ví.- Era más que evidente que von Gottlieb no se arrepentía de sus palabras además de que ese tipo de personas le sacaban de quicio.

El mero hecho de tener que mirarlas con aquellos afeminados y frágiles rasgos le enfermaban, pero al mirar por primera vez a ese muchacho con aquel color de pelo y aquel maquillaje tan característico no pudo reprimir el impulso de hacerle saber que aquello estaba mal. Ser un chico afeminado estaba mal. Parecer una niña estaba mal. Incitar a otros estaba mal.

-Supongo que el comentario te ofendió más de lo debido, pero claro, en esta escuela no estamos acostumbrados a tratar con alumnos irritables que se exaltan con nimiedades...- El profesor dejó escapar una leve sonrisa amarga mientras apoyaba su cara en una de sus manos enguatadas y, con la otra, daba leves golpecitos al borde de la mesa en un gesto aparentemente inofensivo, pero que resultaba amenazante.

Stephan dejó escapar una risotadilla de irritación.

-¿Más de lo debido? ¿Así que aquello de "yendo así vas incitando a los chicos" y "si quieres que se te trate con respeto, será mejor que cambies tu ridículo aspecto" no estaban fuera de lugar?

El pelirrosa se acarició el cabello con nerviosismo y enfado, pero sin dejar en ningún momento de dedicarle aquella sonrisa suya al profesor. Bajar la guardia no era una opción...

El profesor se irguió en su asiento, apoyando la espalda en el respaldo de la silla. Cruzó las piernas y lo observó con superioridad, ocultando la indignación que sentía por todo lo que tenía que estar haciendo por culpa de aquel mocoso entrometido.

-Depende de cómo se mire. Según tú, Keehl, mi comentario es ofensivo y estaba fuera de contexto así que lo interpretaste como algo hiriente. Sin embargo, yo lo veo una forma de advertirte de las consecuencias que caerán sobre ti si vas llamando la atención de semejante manera. Por supuesto, otra cosa es que seas de esas personas tan ineptas que solo aprenden una vez que la realidad les haya abofeteado con fuerza...

Hablando de abofetear, aquellas palabras le habían sentado como una lluvia de tortas en plena cara. Se quedó tan bloqueado que se le oscureció la vista, distorsionando la visión que tenía delante. Un golpe de calor repentino y fuertes palpitaciones ensordecedoras comenzaron a enturbiarle los sentidos.

Ansiedad.

El ritmo de su respiración aumentó, sus manos comenzaron a temblar sin remedio y todo su cuerpo se tensó. No había otra: debía salir de allí cuanto antes, y su carencia emocional de oxígeno lo urgía a ello.

-No tengo por qué escuchar esto. Conozco mis derechos. -Sentenció Stephan levantándose de la silla sin querer mirar el rostro de su profesor, y luchando desde dentro por aguantar cuerdo hasta ponerse a salvo.

El profesor de transformaciones parpadeó un par de veces, perplejo, por el arrebato del alumno que lo acompañaba. ¿Se había levantado de SU asiento? ¿Se había revelado a SUS palabras? ¿Se había alzado en SU contra?

Un tic nervioso en la ceja derecha delató su alterado carácter y, en un intento de controlar su furia y no hacer algo de lo que pudiera arrepentirse, propinó un fuerte golpe con su fusta en el filo de la mesa, ensordeciéndolos a ambos.

-No me obligues a que lo próximo sea tu cara.- Espetó con voz grave mientras la esclerótica de sus ojos se empezaba a tornar de un color rojizo muy tenue, como si acabara de sufrir un derrame.- Siéntate, Keehl. Aún no hemos acabado.

El golpe le provocó un vuelco en el corazón a Stephan. El aire no le llegaba a los pulmones, o mejor dicho, el exceso de aire lo estaba ahogando. Definitivamente debía hacer algo para salir. Salir de aquella estancia oscura. Alejarse de él. No ahogarse. ¿Y si se ahogaba allí? ¿Y si le pasaba algo? ¿Y si nadie lo ayudaba? ¿Y si..?

-Yo creo que sí... -Stephan respondía de forma automática, aun esbozando su sonrisa y conteniendo sus temblores, viendo la realidad como a través de un cristal mientras que en su interior se arrastraba de pura angustia. -Estamos en punto muerto. Yo no voy a dejar de ser quien soy para tenerlo contento, lo siento mucho. Lo mejor que puede hacer si tanto le molesto es hacer como si no existiera y en paz. Yo no le obligo a que me mire, después de todo...

-No obligas a nadie que te mire, pero sí los provocas.- El entrecejo del profesor se arrugó gradualmente hasta que cualquier indicio en su expresión que transmitiera calma desapareció por completo. Inconscientemente, giraba una y otra vez la fusta entre sus dedos, buscando la calma en la textura de su objeto más preciado.- Y estamos aquí para hablar sobre tu queja. Te lo digo por última vez: siéntate y no me obligues a levantarme...

Stephan se sentó de mala gana sintiéndose tan acorralado como un conejito delante de un águila. ¿Por qué demonios insistía tanto? ¿Acaso no veía que no iba a sacar nada más de él? ¿Para qué alargar más aquella mierda inútilmente?

"Dios mío, estoy hasta las narices ya. ¿Cuándo coño vas a darte cuenta que no tienes nada que hacer, so pedazo de imbécil? ¿Por qué no me dejas en paz y vas a joderle la puta vida a otro desgraciado, maldita sea?" Pensó el adolescente con la ira y la impotencia amplificadas por su propio ataque de ansiedad que iba en aumento.

-¿Qué le pasa a la queja? Yo lo único que hice fue llamar la atención de que su trato conmigo no me había hecho ni pizca de gracia porque me había dicho cosas fuera de lugar. ¿Qué mas quiere? -La voz del pelirrosa comenzaba a notarse claramente irritada e impaciente.

-Evidentemente, estamos aquí para llegar a algún acuerdo y que dicha queja sea eliminada.- Von Gottlieb hablaba con voz grave y profunda, remarcando cada sílaba con lentitud, como si así el mensaje pudiera llegar íntegro a los oídos de aquel crío repelente.- Mi comentario te ofendió y tomaste una medida, a mi parecer, extrema. En lugar de hablar con el profesor en cuestión, fuiste corriendo a poner una queja escrita. ¿También te gustaba llamar la atención de esa forma en tu anterior escuela, Keehl?

Las palabras comenzaban a salir solas de su boca, cada vez con menos control. Él sabía mantener la sangre fría y la cabeza sobre los hombros, pero no soportaba mirar a ese niño. Cuanto más lo observaba, más le hervía la sangre, más femeninos le parecían sus rasgos y más insinuantes le resultaban sus gestos. Ese era el estigma de los "niños que parecen niñas" que él tan bien conocía...

El pelirrosa intentó hablar pero tenía la garganta y boca secas de hiperventilar, así que se humedeció los labios con la lengua suavemente. El tacto húmedo lo hizo reaccionar y recuperar ligeramente la calma.

-¿Que hablase con usted? Por favor... ¿acaso me hubiese hecho caso cuando le hubiese pedido respeto? ¿Es que no se oye cuando me habla? Está más que claro que en lugar de hacerme caso, me hubiese humillado todavía más. Y si quiere que la retire, pues va a ser que no, porque no soy tan idiota. Quitarle la queja ahora haría que perdiese toda credibilidad, y por tanto me quedaría sin armas contra usted. Usted está arriba donde apenas nada le afecta, pero yo en comparación estoy... A ver, ¿cómo lo explico...? Ah, sí... "Desprotegido".

La voz se volvió a apagar y de nuevo se humedeció el labio inferior con la lengua y mordisqueándoselo inconscientemente.

El profesor de transformaciones sintió como comenzaba a arderle la cara, algo inusual en él. Apretó con fuerza la fusta, clavando las uñas en esta a pesar de llevar guantes de seda negro. Sus ojos, de imprevisto, se tornaron enteramente rojos, incluyendo la pupila. La mirada cristalina había pasado a convertirse en una llena de furia, violencia e ira contenida.

Sin embargo, el hombre no se movió de su sitio. No era tan idiota. Había sufrido una humillación pública por parte de ese mocoso, tuvo que soportar el trato recibido por Brom, y encima el niño iba de sobrado relamiéndose como si aquello fuera un juego. ¿Quería jugar? Pues a jugar se ha dicho...

-Estás "desprotegido" contra otras personas, pequeña sanguijuela.-Dijo casi en un susurro, pero lo suficientemente alto como para que su acompañante lo escuchara.- Así que tu meta, nada más entrar en esta escuela, va a consistir en quejarte e ir llorando por ahí cada vez que esté cerca tuya, ¿cierto? Pobrecito, aunque poco se puede esperar de alguien como tú...

-¿Cómo dice...? -Stephan abrió mucho los ojos al ver los de su profesor tornándose completamente rojos.

No pudo evitar un respingo involuntario y se echó hacia atrás. Aquello no iba nada bien, en absoluto. Pero ¿qué iba a hacer? ¿Qué podía hacer? ¿A qué venía aquello? ¿Qué había hecho mal? ¿Estaba tan mal hablar? ¿Debía haberse dejado llevar por la corriente y no hacer nada? No. No más. Nunca más. Se lo había prometido.

-Oiga, yo solo le he llamado la atención sobre su comportamiento. Si no me dijera esas cosas yo no tendría necesidad alguna de quejarme. Y yo no sé qué imagen tiene de mí ni me importa. Es libre de pensar lo que quiera, pero no de invadir mi espacio personal ni de faltarme al respeto, porque yo no se lo he faltado.

Las palabras comenzaban a morir lentamente en la gargante del joven. Tragó saliva y prosiguió.

-Como ahora, que sin venir a cuento se ha puesto a lanzarme improperios. ¿Eso es normal? Sencillamente guárdese sus opiniones y listo. No le pido ni que me trate bien, pero sí al menos un trato justo... Que no sé qué le pasa a la gente que no es capaz de respetar cuando ven algo diferente, joder...

Aquella última frase le sentó como una jarra de agua helada sobre su cabeza. Sintió como si tuviera un pellizco en la boca del estómago, las manos le temblaron levemente y una leve mueca de disgusto asomó durante unas milésimas de segundo en su boca, plasmando en su rostro una expresión llena de malestar y furia.

-¿Diferente? Te tiñes el pelo de ese color tan femenino, te maquillas como una adolescente y llevas hasta las uñas pintadas. ¿A eso lo llamas tú ser diferente?- No había elevado el tono lo más mínimo pero la voz salía de su garganta entrecortada del propio esfuerzo por mantener sus emociones bajo control.- A lo que te dedicas es a escandalizar a los que te rodean. Nadie en su sano juicio disfrutaría con ese ridículo disfraz que llevas como aspecto. Estos comentarios son advertencias, a ver si eso entra en esa cabeza que parece que solo usas para llevar un pelo que dan ganas de prenderle fuego cada vez que lo ves.

-¿Pero qué demonios le pasa? -Stephan estaba perdiendo los nervios también. Su agotamiento moral era tan grande que ya no podía ni pararse a pensar qué palabras utilizar. -¡Lo que yo haga con mi cuerpo es asunto mío, no suyo! ¿Escandalizar? O sea, que mi pelo rosa escandaliza muuuucho, mi maquillaje y mis uñas pintadas son un pecado mortal, claro... Pero todas esas niñatas ligeras de cascos que van pegando voces a los chicos para llevárselos al catre, ellas claro, son mucho más decentes que yo, ¿no? Ellas pueden tirar a su madre por las escaleras que como su aspecto está monopolizado, tienen perdón, ¿verdad?

Una pausa para coger aire mientras clavaba sus pupilas celestes en los del profesor.

-Y que sepa que si yo visto así a pesar de todo es porque yo SOY así y ME GUSTA verme así. ¿Qué demonios pasa? ¡Yo no estoy haciendo nada malo!

-¡ESO ES UNA DESFACHATEZ!- Gritó a la par que propinaba un fuerte manotazo a la mesa y se levantaba de su asiento llevado por la rabia que amenaza con explotar.- ¡Solo eres un crío que no sabe lo que quiere! ¡¿Que te gusta ir como una niña?! ¡¿Acaso te diviertes provocando?! ¡NO USES EL MAL COMPORTAMIENTO DE OTROS PARA JUSTIFICAR LOS TUYOS! ¡¿ACASO ERES MUY MAYOR PARA PONER UNA QUEJA A UN PROFESOR PERO TE RESGUARDAS EN LAS FALTAS DE LOS DEMÁS PARA JUSTIFICAR TUS ACTOS?! ¡¿QUIÉN TE HAS CREÍDO QUE ERES?! ¡HÁBLAME CON RESPETO, KEEHL, QUE SIGO SIENDO TU PROFESOR!

-En ningún momento le he faltado al respeto. Es usted quien me lo está faltando a mí insinuando cosas que no son e invadiendo mi espacio personal. -Replicó Stephan luchando por no elevar la voz.

Quería irse. No quería ver más a ese hombre porque seguro que acabaría perdiendo los estribos.

-Hágame el favor. No vamos a ningún lado con esto y solo nos estamos exasperando. Está claro que usted tiene su postura y yo la mía. Déjeme irme, por favor.

Los ojos del profesor de transformaciones relampagueaban como el fuego entre las hojas secas. Tenía la respiración agitada y notaba los músculos del cuello terriblemente rígidos. La tirantez era tal que sintió impulsos de desabrocharse el uniforme, pero semejante gesto estaba fuera de todo lugar. Aquel niño no iba a hacer lo que quisiera e iba a irse tan tranquilo. Si lo hiciera, una vez que se marchara y se le pasara la impresión, seguramente iría presumiendo de cómo le había tocado la moral, de cómo al final se salió con la suya y se regodearía mientras difundiese una imagen degradante de su persona. Ni pensarlo. Eso ni pensarlo.

-De aquí no se mueve nadie hasta que YO lo diga...

El adolescente ya estaba de los nervios. El profesor no le dejaba irse y sin embargo estaba más que claro que estaban en punto muerto. La impaciencia, la ansiedad y la tensión estaban haciendo demasiada mella ya en el pelirrosa.

-¡Bueno, ¿y?! ¡¿Qué demonios quiere si se puede saber?! ¡Dígamelo de una vez porque desde hace un rato no hacemos más que perder el tiempo discutiendo! ¡¿Qué quiere?! ¡¿Qué quiere?! ¡¿Qué coño quiere?!

Friedrich estuvo a punto de alzar la fusta y de golpear aquel odioso rostro conejil. El silbido al cortar el aire, la vara chocando contra la pálida mejilla, la carne abriéndose, la sangre resbalando hasta llegar a la puntiaguda barbilla...

-"No, ni se te ocurra, Friedrich. No. No. Este niño te está provocando, no debes caer en su treta"- El alemán apretó los labios en un gesto lleno de frustración e impaciencia, ejerciendo tanta presión en estos que se le pusieron blancos. Respiró profundamente un par de veces antes de dejarse caer en la silla, cruzar de nuevo las piernas como si nada hubiera pasado e intentando aparentar la mayor serenidad posible a pesar de que sus ojos mantenían el color de la sangre.- Bien... Está bien. Siéntate y calmémonos, ¿de acuerdo?

A pesar de temblarle la mano, agitó su fusta y de un pequeño armario que tenía en un rincón de la estancia salieron una tetera y un par de tazas de té. Friedrich no era muy asiduo a las infusiones, pero bien era cierto que estas lograban apaciguarle cuando se encontraba moralmente alterado. Los utensilios invocados comenzaron a moverse solos y a preparar una infusión por su propia cuenta, sirviendo el azúcar en las dos tazas y echando los posos dentro de la tetera.

-Siéntate... por favor.- Decir aquellas palabras a un alumno como aquel le estaba hiriendo en el orgullo. ¿Hasta dónde iba a tener que llegar para llegar a un acuerdo con ese niño? Tan solo esperaba que aquello se solucionara lo antes posible para evitar la tentación de echarle una maldición...

Stephan accedió a sentarse deseando llegar a un acuerdo para largarse lo antes posible. Aun temblaba con todo aquello. ¿Cómo se atrevía? ¿Cómo demonios se atrevía a tratarlo así?

"¿Es que nunca me voy a librar de gente como esta? ¿Por qué cojones no me dejan vivir en paz de una maldita vez? ¡Los.. los odio! ¡Los odio a todos!"

Cruzó las piernas ejerciendo presión sobre ellas para centrarse en sus músculos tensos. Miró la taza con nerviosismo dudando de si no tendría algo raro la infusión. Sin embargo se la llevó a los labios y haciendo como si bebiera olió y le echó una ojeada al contenido para comprobar si se podía beber o no. Tras comprobar que no parecía ser peligrosa, la dejó en la mesa y miró al profesor esperando al momento en el que él bebiera. No iba a probar un sorbo hasta que él no lo hiciera, pero para incrementar su confianza fingiría que así lo hacía. No era la primera vez que jugaba al bebedor que no bebe.

-¿Y bien?

El profesor tomó su taza con cuidado y le dio un pequeño sorbo. Despacio, saboreando la infusión y sintiendo como el líquido caliente bajaba por su garganta, apaciguando su rabia y amainando sus malos pensamientos. Le gustaban más otro tipo de bebidas, pero las mezclas de hierbas que Turull realizaba para calmar los estados de rabia descontrolada o ansiedad funcionaban mucho mejor que los propios encantamientos. Tras varios segundos de silencio, el profesor de transformaciones dejó la taza en su sitio y se recolocó con más calma, algo que denotaban sus ojos que, poco a poco, recuperaban su color original.

-Bien, dejemos esta conversación a un lado ya que nos desviamos del tema y solo conseguimos irritarnos mutuamente...- Dijo manteniendo la calma aunque todavía le quedaba algún coletazo de rabia contenida.- Me gustaría saber cómo explicarte mi postura: tu aspecto llama mucho la atención y eso supone una amenaza para el equilibrio de esta escuela. Los alumnos más... "desviados" se sentirán tentados e irán a por ti, además de que incitas a que otros puedan seguir tu ejemplo.