Hola, un gusto conocerte

Era por la tarde, se habían acabado las clases del día y el ambiente de la escuela se había tornado sereno. El ruido era casi imperceptible, apenas un murmullo aquí o allá procedente de chavales que se encontraban en sus habitaciones o en la sala común o quizás paseando Dios sabe por dónde, haciendo cosas que hacen normalmente los chavales, despreocupados y felices. En momentos así, la pena y el resentimiento parecían sensaciones lejanas e imposibles... Pero estaba claro que no era así.

Siempre los hay que por una causa u otra, tienen problemas. Y los problemas no son nada agradables. ¿Y quién era uno de esos pobres infelices? Él, por desgracia.
¿Quién era el pobre infeliz que había empezado el curso con una zancada de su pequeño pie izquierdo? Él, cómo no.
¿Y quién era el pobre infeliz que se dirigía sin compañía a la sala de los prefectos? Adivina. ÉL.

Y ahí se encontraba el pobre infeliz, con las manos enfundadas en los pantalones del uniforme mal puesto y sumido en sus pensamientos, por el silencioso pasillo de camino a la sala de los prefectos. Algo le rondaba que le hacía perder su mirada sobre el techo y no mirar por donde pisaba. Algo que le hacía apretar los labios y fruncir el ceño. Algo que debía consultar con un prefecto por una buena convivencia. Aunque no sabía con certeza si se encontraría con alguno en aquel momento.

Tan abstraído iba que poco faltó para que se estampara con la puerta de la sala, que no era pequeña precisamente. Esta, por suerte, estaba entreabierta, lo que suponía que alguien estaba ahí dentro, o al menos eso pensaba. Banjin se detuvo un momento ante ella, expulsando un profundo suspiro de resignación y aferró el pomo, abriendo la puerta lentamente.

-¿Hay alguien?... -dijo asomando la cabeza tímidamente por la estrecha apertura mientras escrutaba la sala con la mirada.

Normalmente era fácil encontrar a Eveline en la sala de los prefectos, puesto que era el lugar más tranquilo al que podía acceder. Allí no la solía molestar nadie y podía dedicarse a sus tareas y hobbies con toda tranquilidad. Aquel día la necesitaba especialmente porque últimamente le salían muchas cosas mal, y para colmo Anya había estado toqueteando su escoba nueva y la había estrellado contra otro alumno...

Aunque de vez en cuando, su tranquilidad se veía rota por la llegada de alguien buscando algún tipo de ayuda.

-Adelante -dijo colocando las partituras que garabateaba debajo de otros pergaminos con deberes de Herbología, y se giró a ver a su interlocutor. Se sorprendió bastante cuando se dio cuenta de que no era otro que Banjin Dobrovolný, pues era raro que necesitase la ayuda de los prefectos a pesar de meterse en líos de vez en cuando, y su sorpresa quedó bastante patente en su cara-. ¿Dobrovolný? -si por ella fuese, le llamaría Banjin, pues era mil veces más fácil y en una lengua más familiar para ella, pero no eran tan cercanos, ni a ella le pegaba tutear a la gente tán fácilmente- ¿Necesitas algo?

"Por favor, dime que mi hermana no te ha arrollado con la escoba a tí también..." Sería la gota que colmaba el vaso.

Tan pronto como reconoció aquel rostro, se le alegró la cara con una amplia y abierta sonrisa de pura alegría. Era una suerte coincidir con nada menos que Eveline, ya que al menos la conocía de uno de sus años. No es que tuviese la suficiente confianza con ella, pero consultar un problema le sería mucho más cómodo con alguien con quien había tratado antes a consultarlo con un cualquiera. Además, sabía que no era mala chica.

-¡Hey, Ev! -saludó Banjin con energía, dedicándole toda su sonrisa ferviente. Fue un saludo demasiado confiado para el escaso trato que tuvieron, pero le salió sólo. Le gustaba el nombre de Eveline Evans, podía acortar nombre y apellido de la misma manera-. ¿Qué tal? ¿Te molesto, estás ocupada? Es que tengo un problemilla, ya sabes, ¿puedo sentarme?

No hacía falta mucho para darle cuerda. Según hablaba se había aproximado a la mesa y ya se encontraba sujetando la silla próxima a Eveline, dispuesto a sentarse pero aún esperando el permiso de esta, aún con la sonrisa en la cara. Aquel encuentro le había levantado los ánimos, aunque no se tratara de una situación excepcional.

¿Ev? ¿Le había llamado Ev? Estaba segura al cien por ciento de que era la primera vez que alguien le llamaba Ev, y no sabía cómo tenía que tomarse eso. Por otro lado, la usual confianza y vitalidad de Banjin solían confundirla. No sabía cómo tratar con personas como él, seguramente porque tampoco sabía comportarse como ese tipo de personas. Pero puesto que no le desagradó (sólo le resultó raro), decidió pasar ese extraño-y-demasiado-corto mote por alto. Siempre y cuando sólo lo usase una persona.

Por lo menos parecía que se sentía aliviado con su presencia, así que descartó la posibilidad de que el origen del problema fuese Anya. Así que se relajó, proponiéndose que fuese lo que fuese lo que le contase no se enfadaría.

-Claro, siéntate. Y no te preocupes, si estoy aquí es para que sea fácil encontrarme –eso era mentira, pero era una mentira que colaba muy bien. Y si Banjin venía buscando ayuda de un prefecto, era porque no encontraba a Allen Rigel, que era el delegado de su curso. Si algo no le gustaba a Eveline de Rigel, era que parecía no querer cumplir con sus obligaciones nunca. Aunque no ganaba al prefecto de sexto en cuanto a escaquearse se refería. Se acomodó el flequillo con un gesto bastante natural, como siempre antes de iniciar una conversación-. Dime, ¿qué ha pasado? Intentaré ayudarte como buenamente pueda… Oh, lo siento, ¿quieres tomar algo caliente? –dijo señalando una tetera y unas tazas sobre un aparador. Eveline tenía la suerte de poder pedirle a la subdirectora algunas buenas mezclas de té que tomaba en sus tardes de estudio.

-Ah, bueno, vale, si no te importa… ¡Gracias! –sonrió mientras posaba su trasero sobre el asiento y se acomodaba a él como si la silla fuese a tomar su forma para una comodidad superior.

-En absoluto.

Banjin apoyó la cabeza sobre las manos de forma que las mejillas se le aplastaban que sumadas a su pequeña sonrisa le daba un aspecto achinado, relajando el torso sobre la mesa a la espera de que su compañera sirviera la tacita de té. Aprovechó la distracción para echarle un vistazo a la chica de los pies a la cabeza y, la verdad, no podía negar que le parecía bastante mona, sobre todo con la falda tan cuca del uniforme y los taconcitos que hacen “clic-clac” al andar… Aunque se preguntaba porque siempre llevaba el flequillo en la cara, ¿no era incómodo ni nada? A lo mejor era por pura estética o simplemente porque no le daba la gana cortárselo aunque no…

-Aquí tienes.

Salió de su ensimismamiento de sopetón y, la verdad, esperaba que Eve no se hubiese dado cuenta de que la miraba tan fijamente. Tenía que quitarse esa mala costumbre de mirar a los demás con tanta intensidad.

-Ah, ¡muchas gracias! –recogió la taza con cuidado y despacio, y calentó sus dos manitas con ella, acariciándola con lo que parecía hasta cariño. Se la acercó a la naricilla y dejó el cálido olor le acariciase la cara mientras que cerraba los ojill…

“Espera. Yo vine aquí por algo.”

-Bueno, umm, volviendo al tema- dijo apresurándose a retomar el asunto antes de impacientar más a la pobre que se encontraba a su lado. Con un breve carraspeo y un sorbito, recapituló mentalmente los sucesos que vino a consultar con tanto pesar-. Verás… Seguro que te suena un tal Spelmann, ¿a que sí? El gorila ese de séptimo. –aclaró junto a una mueca de simio-. Pues mira, no sé que le ha dado este año que me ha tocado ser su víctima ¿sabes? Me está dando la brasa el mamón este con sus chulerías. Quiero decir, que me habrá visto repetir… –se le empezó a fruncir el ceño-… y me ha tomado por retrasado o algo así y, la verdad, es que hasta se lo cree el imbécil. Cada vez que me ve la jeta se la pasa con comentarios… –y hablaba más rápido-… con dobles y amenazas y cosas de esas, ya sabes, y me tiene hasta los cojones de que se la pase así conmigo, porque ya parece que me busca el gorila este en cuanto se cansa de comerse los mocos. Y mira, es que ya se está pasando y … -además tensó los hombros y gesticuló con más rabia-… por mí le partía la boca y tumbaba el armario ese por mi cuenta y no daba más problemas. Se cree que porque sea un gólem no le voy a hacer nada. Pero mira, por no dar problemas mejor me estoy quieto porque eso al final me acabaría jodiendo a mí también… -parecía quedarse sin aire-… aunque la verdad es que se lo tendría bien merecido ese capullo. La cosa es que fijo que por consultarlo con los prefectos me va a tener por nenaza y le voy a dar más razones para que se las dé de chungo conmigo y voy a tener que meterle un gancho en toda la napia lo quiera o no.

Lo soltó todo de golpe y tuvo que coger una bocanada de aire. Y con una expresión ambigua entre ira contenida y pena inconsolable se quedó mirando a Eveline casi suplicante.

Menos mal que a pesar de encontrarla de muy mal gusto, entendía perfectamente la jerga. Después de todo llevaba viviendo en internados desde los 11 años. Pero Banjin había hablado tan rápido que temía haberse perdido algo. Así que cuando éste calló y le puso lo que muchos llaman la “mirada de cachorro”, Eveline, estupefacta, tuvo que tomarse un par de segundos.

-Entiendo… -Fue lo primero que pudo articular, y después tomó un sorbo de té para disimular que necesitaba pensar en ello y buscar las palabras adecuadas- Lo primero es que sepas que has hecho bien en acudir al cuerpo de Prefectos… Tienes razón, si hubieses solucionado esto con violencia, hubiese sido peor para ti, porque lo habrías convertido a él en tu víctima, el malo serías tú y Spelmann se habría ido de rositas…

Necesitaba pensar. Con la lista de incidentes que había causado Spelmann no le sorprendía la noticia, pero por muchos castigos que le hubiesen impuesto seguía comportándose como un matón. No eran del todo mal estudiante, pero desde luego no era sobresaliente, y no tenía por qué meterse con alguien que hubiese repetido cuando la mayoría de sus trabajos los hacían terceras personas.
Aaron sabría qué hacer, pero todavía no era capaz de enfrentarse a él de nuevo. Podría decírselo directamente a Von Gottlieb, pero de todos era sabido que Banjin no le caía muy bien, y que si se tratase de él, lo habría expulsado en lugar de darle otra oportunidad. Podría acudir a la Subdirectora, Jaruzelski, directamente. Ella se lo tomaría más en serio, era una persona muy justa. Incluso podría pedirle consejo a Turull, el adulto del colegio en el que más confiaba… Pero odiaba no verse capaz de solucionarlo ella sola. Después de todo, Spelmann no la tomaría en serio… ¿O sí? Pero si Banjin quedase “bajo la protección” de Eveline, entonces sí que sería considerado lo que él llama “una nenaza”. Después de todo, Eveline era una chica, y encima era más alta que él.
Se masajeó una de las sienes, sin tener ni idea de qué hacer. Ya empezaba a dolerle la cabeza del cúmulo de cosas de esos días.

-Ahora mismo, lo único que se me ocurre es atizarle con la Nimbus… -murmuró mirando a un punto por detrás de Banjin, donde había puesto su escoba después de confiscársela a Anya (otra vez)… Y la escoba fue la que finalmente le dio la idea- Mira, si por mi fuese, ahora mismo dejaría que le partieses la nariz, pero se supone que no puedo permitírtelo. Lo que le vendría bien a Spelmann es un castigo del estilo de la subdirectora… Creo que lo mejor sería que lo pillase in fraganti para que él no sepa que has hablado conmigo. Luego haré que limpie las gradas del campo de quidditch sin magia –y con la lengua, ya que estamos. Lo difícil será pillarle en el momento oportuno, claro.

Ahora era él el que se había quedado estupefacto. Llevaba un día tan negro que esperaba que le diesen una solución facilona y eficaz a corto plazo, para que al poco tiempo se encontrase en la misma situación de animalillo maltratado. Pero "nunca juzgues un libro por su portada" dicen, y ahí le había dado en el clavo.

-O sea, me estás diciendo que me plante allí de casualidad y haga de cebo, ¿no? Cómo la trampa de la caja, ¿verdad? -lanzó la pregunta al aire hasta que se esta sumió en un escueto silencio. Banjin caviló sobre la situación sin quitarle el ojo de encima a Eveline, hasta que una de sus sonrillisas pícaras rompió el instante-. Eres más mala de lo que pareces, ¿eh? -movió las cejillas. Indirecta, indirecta.

Se recompuso en el asiento antes de pasarse con las bromas. Le dio un sorbito al té así como para disimular y casi se quema la lengua.

-Bueno, - se apresuró en volver al tema- por eso de que me lo cruce de "casualidad" no te preocupes -dijo enfatizando las comillas con los dedos-. Sólo tengo que darme un paseo por esos sitios que evito pisar porque sé que el gorila ese anda por ahí a veces, además de que con lo grande que es no es muy difícil encontrarlo -se rió con un resoplido despectivo-. Además, ahora es hasta más fácil con eso de que estamos aquí encerrados, ¿no? No sé, el mayor problema es eso de la subdirectora... -añadió con un deje de pesadumbre mientras tonteaba con el asa de la taza-. Como no me cite con él en una velada romántica delante de su despacho no sé yo, así fijo que le doy razones para matarme...

Normalmente, debería ofenderse si alguien la llamaba mala, pero por alguna razón en lugar de eso se sintió agradablemente halagada. Tanto, que en sus labios se formó una extraña sonrisa orgullosa y traviesa, porque estaba orgullosa de sí misma aunque ni siquiera entendía bien por qué.
 
-Tranquilo, la subdirectora sólo será una inspiración, porque seré yo quien le ponga el castigo. Será mucho más fácil así... Y hace tiempo que quiero darme ese placer.
 
Además, en su cabeza se estaba formando el plan perfecto para provocar a Spelmann sin que Banjin no tuviese que hacer absolutamente nada, y con la excusa perfecta para que fuese ella en persona quien acudiese en su ayuda. Aunque todo dependía de una cosa.
 
-¿Dirías que Spelmann es del tipo que le quita cosas a los demás? Ya sabes, la típica situación en la que el abusón le quita a su víctima cualquier cosa que le haya gustado. Creo que lo hizo un par de veces con algún alumno de primero, pero esos son presa fácil. Lo que quiero saber es si te quitaría algo a ti.

-Mmmm... -Banjin perdió la mirada en la profundidad del líquido aromático de la taza mientras divagaba en busca de algo, algo importante...-. Así por las buenas, me parece a mí que no. Es muy fácil fastidiar a un crío de primero robándole cualquier tontería, pero ya te digo yo que este tío tiene mejores formas de joderme. Además, generalmente no me apego mucho a las cosas materiales... -dijo mientras se masajeaba el puente donde debía hallarse uno de sus piercings. Esos eran una excepción.

Se detuvo a pensar mientras se apretaba los agujeritos.

-Creo yo que para me quitase algo, tendría que ser algo llamativo, ya sabes, que a la legua se vea que vale algo. El problema... -añadió con una expresiva mueca de incomodidad-... es que no tengo nada eso. Como mucho, una escoba vieja que se vendería por dos pelas en un rastro... Aunque quizás... -tan pronto como una idea se materializó en su cabeza, su incomodidad pasó y dio lugar en una expresión picarona de "tramar algo"-... quizás lo que necesito es una novia bonita con quien darle envidia -agregó con un guiño dedicado únicamente y exclusivamente a su compañera.

Eveline se sonrojó violentamente, y ella lo sabía. Sentía cómo cada una de sus células epidérmicas cambiaba de color, desde sus mejillas hasta la punta de sus orejas. Y lo peor de saberlo, era que obviamente sabía que Banjin se daría cuenta. Segurísimo.

Carraspeó tratando de calmarse. Estaba acostumbrada a que le dijesen que era bonita y cosas por el estilo, pero no a la palabra novia. La palabra novia le había sonado fuerte. Enorme. Merlín sabe por qué. Y aquel guiño había dejado mucho más que claras sus intenciones, y a eso si que no estaba acostumbrada. Recordó Halloween… Se dio un tortazo mentalmente para alejar aquello de su mente en ese preciso instante.

-B-bueno… Como idea no es que sea mala –admitió. Banjin había conseguido halagarla poco antes, y eso no era tan fácil de conseguir. No era nada desagradable a la vista. Y además, Eveline tenía que admitir que le encantaba cómo jugaba al Quidditch. Pero no era un candidato a ocupar la definición de la palabra novio en su diccionario personal. De hecho, aquel espacio era inocupable, tenía puesto un cartel en el que se leía "Reservado". Bien pensado, quizás nunca llegaría a tener un novio normal. Si aquello terminaba siendo así, quizás debería aprovechar la propuesta de Banjin para por lo menos experimentar lo que se sentía. Si bien ya había experimentado parte de ello con el vampiro de séptimo-. Pero por mucha envidia que eso le diese, no es algo que te pueda quitar así como así, ¿no? Como cebo no serviría.

Se levantó de su asiento, aprovechando para romper el contacto visual cuanto antes. Caminaba hacia la pared que estaba tras Banjin, donde estaba apoyado el cebo perfecto.

-Algo llamativo y que se vea a la legua que vale algo, ¿no? ¿Como, por ejemplo, esto?–sonrió mientras le mostraba la última Nimbus, que ni siquiera había salido al mercado, todavía faltaban algunas semanas. Aunque la empresa ya se estaba encargando de hacer una agresiva publicidad que hacía la boca agua a todos los fans de las escobas deportivas.

Volvió junto a Banjin y puso la escoba directamente en sus manos.

Y aquello fue como si le lloviese oro en las manos. Algo similar a una vasija de porcelana milenaria de o una pieza protagonista de museo depositada como quien no quiere la cosa en sus manos. Banjin miraba con los ojos como platos aquella maravilla del deporte sin creerse que fuese real.  Agarró la escoba con fuerza temeroso a que se desvaneciese pero con el suficiente cariño para no causarle daños.

-Pero cómo... Estarás de broma, ¿no? No me puedes estar dejando esto en serio... -a lo que le respondió la sonrisa complaciente de Eveline mientras alternaba la mirada entre ella y la escoba-...¿En serio? Pero...

Se tomó una pausa para contemplar con detenimiento la belleza que estaba sujetando a la par que esta le suscitaba cierta incertidumbre, una especie de vacío donde la pieza del plan no encajaba.

-...¿Pero no has pensado que podría fastidiarla, romperla o hasta intentar robártela? ¿En serio confías en mí como para dejarme algo como esto? -preguntó con un tono inquisitivo que demandaba una respuesta clara sin dejar de aferrarse a la escoba, con un brillito de interés en la mirada.

La reacción de Banjin le había parecido del todo normal, es decir, cualquiera se queda así cuando le ponen semejante joya entre las manos, sobretodo si te gusta el quidditch.

Pero la verdad es que las preguntas sobre si confiaba en él o no le habían pillado desprevenida, y seguro que se notaba en su cara de póker. La verdad es que no, no lo había pensado, y no es que lo estuviese pensando demasiado ahora tampoco. Estaba segura de que Banjin era un buen chico.

-Pues la verdad es que no lo había pensado... Pero no creo que deba preocuparme, ¿verdad? -sonrió volviendo a sentarse frente a él- Un chico que acude al cuerpo de prefectos para solucionar sus problemas en lugar de hacerlo por la fuerza, da bastante confianza. Además, si me la robases al menos la usarías para lo que está hecha.

No como Anya, que la usa para estrellarse contra otros alumnos.

-El plan es este: Tú te pavoneas un rato con ella por ahí, y yo procuraré estar cerca. Cuando se te acerque nuestra "víctima" para quitártela, yo le echaré una buena bronca porque "eres mi beta tester"... Y ya está, el resto no hace falta explicarlo.

Banjin parecía estar todavía procesando que aquella escoba estuviese en sus manos. La sujetaba como si fuese de cristal. Seguro que la había visto ya en los anuncios de los periódicos y los carteles de las tiendas que anticipaban su llegada al mercado. Él sí que debería tener aquella escoba.

-Y cuando Spelmann esté limpiando las gradas... Podrías dar una vuelta por allí para saludarle desde bien arriba.

Banjin se rió entre dientes.

-No es mala idea, siempre y cuando me dejen salir de aquí, claro... -añadió encogiéndose de hombros, con un pequeño deje irónico en la voz.

Bajó la mirada hacia la escoba y pasó una de sus manos sobre ella, como si estuviese acariciando algún animalito que se hubiese dormido en su regazo. Una apacible sonrisa de afecto se vislumbraba en su boca.

"Hehe, con que doy confianza..."

-Pero volviendo al tema...-dijo regresando de golpe a la realidad, dirigiendo su mirada de vuelta a Eveline sin que se le quitase la sonrisa de la cara. Tras ese breve inciso, pareció haber recuperado esos aires de granujilla que le daban ese encanto personal. Que tuviese una duda no significaba que fuese a dejar el tema, su tema, de lado-. Supongo que no podrás estar pendiente de a dónde voy y vengo todo el rato, ¿no? Tendrás cosas que hacer, digo yo. Así que para que el plan funcione del todo bien habrá que... concertar una cita, ¿hm? -agregó con un intencionado crescendo en la voz que recayó sobre la última palabra. Apoyó los codos sobre la mesa y se inclinó levemente sobre ella, mientras la escoba descansaba sobre su regazo.

-Porque al fin y al cabo, soy TU "be-ta-tes-ter"...

Vaya, Banjin era más difícil de desconcentrar de lo que esperaba. La verdad es que no era la primera vez que alguien le pedía una cita a Eveline, pero desde luego, siempre habían parado después del primer rechazo.

-Veo que lo quieres dejar todo bien atado, ¿no? -preguntó con una sonrisa ladeada, y una mirada que sin duda decía "no tienes remedio".

Ni siquiera sabía cómo era tener una cita...

Otra vez recordaba Halloween. Entre Aaron explorando su cuerpo como nunca antes había hecho nadie, y el tipo del disfraz de pájaro revelando uno de sus mayores secretos... Todo eso le decía que posiblemente una cita era mala idea. Era exponerse demasiado.

Si era una cita de negocios, sin embargo, no le costaba tanto digerirlo.

Pero ¿a quién quería engañar? Banjin no quería una simple cita de negocios. Y tampoco podía decir que no tuviese razón. Tenían que estar juntos, o cuanto menos cerca, para que el plan funcionase. No podía decirle que no del todo, aunque tampoco se atrevería a decirle que sí.

-Como bien has dicho, no nos dejan salir del colegio actualmente, Banjin. Lo mejor sería que simplemente acordásemos un día de fin de semana en uno de los múltiples patios del colegio, poner el cebo, y ya está.

Esperaba que con eso se rindiese, ya que no se podía tener una cita en el colegio. Pero algo le decía que la cosa no iba a acabar tan fácilmente. Y en el fondo a una pequeña parte de ella le gustaba que fuese así.

"Vaya."

Banjin asintió lentamente mientras que su sonrisilla se ensanchaba con cierta incomodidad. Puede que en numerosas ocasiones demostrase una carencia de lucidez promedia pero no era tan idiota como para saber que le estaban dando largas con contundencia. Y aunque intentara convencerse de lo contrario, Eveline tenía razón.

Confinamiento en una elegante cárcel de piedra. Suspiró.

-Bueno, supongo que sí. Con esto de estar aquí encerrados, todo el mundo se apretuja en los patios para que les dé el sol, como lagartos -se rió vagamente de su propia broma, aun sabiendo que él era de esos-. De seguro que encontramos a mi "queriiiidísimoo camarada" rondando por ahí. Además, fijo que si aparezco con esta belleza en las manos, la voz corre.

Inevitablemente se le fueron los ojos a la escoba de nuevo. Le relucía como el oro.

-Así que, tú dirás cuándo. No quiero quedarme con esta nena más tiempo del que tú quisieras, ya me estás haciendo un favor muy grande, la verdad. Eso sí…
 
Básicamente, fuesen reclusos o no, no se iba a dar por vencido tan rápido.
 
-…te debo una, y de las de verdad. Lo que sea, cuando sea, ¿eh?

-No te preocupes por nada, además de ser mi trabajo es un placer ayudarte, pero  lo tendré en cuenta –dijo ella con una bonita sonrisa. La verdad es que no tenía que mantener ningún tipo de apariencia ante Banjin, estaba muy relajada, y eso era genial después de las tensiones de los últimos días.

-Si te parece bien, lo haremos este sábado por la mañana, que como son las pocas horas de calor del día será mucho más fácil. Hasta entonces disfrútala. De todos modos yo no le rindo el homenaje que se merece, así que dale unas cuantas vueltas. La última persona que la cogió sin mi permiso la estrelló contra un alumno nuevo, seguro que tú lo haces mucho mejor.

La cara de Banjin era una oda a la incredulidad desde que le había puesto la escoba en las manos. No podía creer que algo como eso hiciese tan feliz a alguien, pero claro, ella tenía todos los modelos de escoba de la marca Nimbus a modo de colección, mientras que él seguramente tendría como mucho una Nimbus 2001 y le daría el uso para el que había sido creada.

Era martes, así que Banjin tendría tres días para ponerla en un pedestal.

-Simplemente trátala como si fuera tuya. Y después de castigar a tu amiguito podemos dar una vuelta de homenaje al campo.

Banjin parecía desprender chiribitas de la felicidad. De todo lo mal que llevaba el curso, en una pendiente cuesta abajo que iba de mal en peor, todo estaba sucediendo ahora como un pequeño ascenso a una colinita donde el sol brillaba tanto como la preciosa escoba.
Aunque por mucho que el sol brillase siempre estaba el impedimento de la ventana, el maldito confinamiento reglamentario que le negaba el disfrute de aquel bonito préstamo. Siempre tenía la nimia posibilidad de pedirle permiso al profesor de vuelo, ya que formaba parte del equipo de Quidditch y tenía preferencia. Pero si a él se le aplicaba tal privilegio, al resto del equipo también, cosa que derivaría a una situación bastante comprometida.

Pero en resumidas cuentas, la situación se estaba llevando genial dentro de lo permitido y había otra cosa preciosa que le estaba dejando las cosas a caldo aunque antes le diese una sutil negativa.

-¿Podemos? ¿En plural? ¿Eso qué quiere decir, hm? -preguntó con renovadas fuerzas y descarada sugerencia.

Pues lo cierto era que aquella expresión no iba con ningún doble sentido, o por lo menos esa no era la intención, pero la verdad es que la reacción de Banjin había puesto las cosas interesantes.

De hecho Eveline no pudo reprimir una risilla divertida, porque la verdad es que el chico le estaba poniendo interés, y como chica que era, eso a ella le gustaba.

Lo normal era que le diese una negativa, pero por alguna razón no quería dársela. Posiblemente porque Eveline empezaba a experimentar ciertos aspectos de la adolescencia a los que no había prestado atención antes, y tenía la incómoda y vergonzosa sensación de que había empezado en Halloween. Eran sentimientos contradictorios: por un lado estas nuevas cosas la fascinaban, pero por el lado contrario la hacían sentirse vulgar, normal y corriente, del montón, y eso era inaceptable. O por lo menos lo había sido hasta ahora.

Pero de cualquier manera, no quería negarse... Bueno, al menos como buena Evans que era, se haría un poco más de rogar.

-Bueno, ya veremos lo que quiere decir cuando llegue el momento, ¿te parece?

De esta manera, siempre podría echarse atrás si se le pasaba la tontería adolescente. Siempre se había considerado diferente y por encima de las otras chicas de su edad, y quería seguir pensando que era así, aunque cada vez era más difícil.

"¡HAHÁ! ¡Bingo!"

Banjin sonrió de vuelta con una expresión que rebosaba triunfo. No era una afirmación pero si una posibilidad y él ya tenía la suficiente experiencia como para saber que solía pasar con las chicas y ese tipo de posibilidades. Siempre podría salir el no pero al menos se sentía orgulloso de haber seguido insistiendo.

-Me parece, me parece -dijo con la picardía en plena cara. Antes de levantarse le dio un largo sorbo al té que a lo tonto había dejado a medias. Seguidamente se puso en pie-. Así que creo que por ahora no hay nada más que hablar, ¿no? Muchas gracias, guapa.

Le tendió la mano para acabar la charla con un educado apretón de manos, pero por la cara que tenía parecía estar buscando algo más que eso.

-N-no, no me las des... -aunque para ella no era raro recibir cumplidos, normalmente venían todos de gente que no le agradaba. Gente que por el motivo que fuese quería halagar más a su apellido que a su persona. Pero claro, ahora estaba con Banjin, y seguramente no había persona más sincera en la Tierra. Y eso le tocó un poco la fibra- Ya sabes, es mi trabajo... Y también hacía tiempo que quería darle un escarmiento a ese cretino...

Le estrechó la mano, pero se sentía torpe al hacerlo. Como si no lo hubiese hecho nunca antes, cuando se trataba de todo lo contrario, no conocía otra forma adecuada de despedirse de alguien. Otra vez aquella extraña vocecilla que había nacido la noche de Halloween le decía que tenía que hacer algo más, pero le era imposible.

Era una señorita inglesa educada por una dama de hierro nipona, al fin y al cabo.

Mientras sus manos se agarraban mutuamente le sonrió, con un extraño matiz de disculpa (¿o quizás tristeza?) que intentó disimular recogiéndose el pelo detrás de la oreja.

Banjin le respondió con una expresión interrogante que no le borró la sonrisa de la cara. No entendía que se le podría estar pasando por la cabeza, ¿quizás estaba siendo demasiado persistente...?

-Bueno, pues soy tu excusa perfecta -le guiñó un ojo y rio-. Mejor te voy dejando, ¿eh? Que seguro que tienes cosas que hacer, preciosa.

Agarró la escoba con la diligencia y el respeto de quién sujeta un arma en un desfile y partió seguro hacia la puerta. Justo antes de salir, cuando sólo asomaba la cabeza por el umbral de la misma forma en la que había llegado a la sala, le dedicó un último saludo a la chica.

-¡Nos vemos pronto!

La puerta se cerró tras él con un delicado "clac". Banjin volvió sobre sus pasos con mejor color de cara que antes esos pasillos habían visto hasta hace un momento. Llevaba un regalo entre sus manitas y un mejor estado de ánimo en su corazoncito. Un problema menos del que preocuparse  y un gustazo para el cuerpo tontear con alguien. Al fin y al cabo, algo bueno tendría estar allí encerrado.